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Desesperadamente buscando Isapre: el calvario de ser mujer en edad fértil y no fértil

Michelle Chapochnick
Por : Michelle Chapochnick Periodista. Directora de Atenea Comunicaciones.
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Me cuestiono en qué momento, además, de seguir permitiendo tantas restricciones y un trato inhumano por parte de las Isapres, aceptamos y nos hicimos parte del negocio de los seguros privados. No solo accedimos a sus reglas del juego, sino que nos rendimos dos veces a los pies del lucrativo negocio de la salud.


La última vez que investigué cuál Isapre me resultaba más conveniente, los valores de los planes eran exorbitantes: yo era para el sistema sinónimo de «mujer en edad fértil».

Ahora, tengo 50 años, una hija, y no estoy en edad fértil, de acuerdo a ese mismo sistema. Justamente, esas nuevas condiciones me impulsaron a buscar un plan más barato.

Sin embargo, encontré que son igual o más caros que el que tengo actualmente. Dejé de estar en el «grupo de riesgo» de las mujeres fértiles, sin embargo, las cinco décadas marcaron mi «iniciación» en otros grupos de riesgo, en lo que a la salud femenina se refiere.

Pero no únicamente esa paradoja me dificulta acceder a un plan más económico o solo diferente.

La mayoría de las Isapres no están dispuestas a recibirme como afiliada.

¿Por qué -pregunto-sino tengo enfermedades preexistentes, nunca he sido sometida a una cirugía, ni he padecido patologías de consideración? La pregunta me avergüenza, porque es como que enarbolara un certificado de buena conducta -que da cuenta que merezco un buen plan de salud a diferencia de la mayoría de los chilenos- y trae aparejada lo discriminatorio de un sistema hecho a la medida de las empresas del área y no de las personas.

Algunas Isapres no me aceptan, porque fui sometida a una cesárea; otras porque hace 20 años tuve un episodio de fuertes jaquecas (lo que no constituye una preexistencia); y la mayoría de ellas rechazan mi solicitud, porque he hecho uso de prestaciones sicológicas -que son parte de todos los planes- aunque nunca he tenido una licencia por episodios de índole psiquiátrico o sicológico, ni he padecido enfermedades de ese tipo.

Entonces, mis opciones son afiliarme a Fonasa, integrarme a una nueva Isapre -que es la versión remozada de una que quebró hace poco y busca sumar clientes por casi cualquier vía- o tomar un plan muy caro.

Los expertos me recomiendan inscribirme, al mismo tiempo, en un seguro complementario y/o catastrófico de una clínica, banco o compañía de seguro.

Me cuestiono en qué momento, además, de seguir permitiendo tantas restricciones y un trato inhumano por parte de las Isapres, aceptamos y nos hicimos parte del negocio de los seguros privados. No solo accedimos a sus reglas del juego, sino que nos rendimos dos veces a los pies del lucrativo negocio de la salud.

Soy afectada -como millones- de los cambios antojadizos de las Isapres. Y al mismo tiempo, soy testigo de cómo los seguros privados han crecido exponencial y descontroladamente. ¿De forma coordinada?, cabe preguntarse al menos.

A todas luces, no ganamos los ciudadanos comunes y corrientes, como tú, yo y los que ya perdieron la pelea, la salud y, tal vez, la vida, junto con la opción de reclamar; mientras los grupos económicos ligados a ese rubro se enriquecen por una o dos vías.

No es un debate nuevo, pero constantemente queda ahí: en el mundo de las ideas, intenciones, quejas y de luchas contra molinos de viento.

Queridos amigos, colegas, chilenos: ¿qué acciones vamos a tomar para ser dueños de nuestros destinos y salud y cambiar esa realidad que nos perjudica y enferma?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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