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Pensar críticamente: la capacidad creadora arraigada en la Filosofía

Por: Sebastián Fernández


Señor Director: 

En el marco de la discusión por la permanencia de la filosofía en la malla escolar de tercero y cuarto medio, nos hemos encontrado en estos días con una columna interesante llamada “Filosofía en la escuela: argumentos y sofismas” publicada en El Mostrador. Según la apuesta de su autor, existiría una limitante, e incluso una imposibilidad, en defender a la filosofía como una disciplina que promueve el pensamiento crítico, puesto que esta afirmación dejaría estéril una bandera esencial para la defensa de la misma. Esta bandera se izaría bajo el argumento de que en otras disciplinas, la filosofía juega un rol fundamental, porque en la historia del pensamiento, existieron problemas ideológicos a los cuales la sociedad ya se ha enfrentado y estos problemas son recolectados por la filosofía para presentarlos al mundo y evitar que en cualquier campo, éstos vuelvan a ser las piedras en el camino con las que el pensante se tropiece. En relación a esta tesis, no puedo sino estar de acuerdo y a la vez en contra, en tanto reconozco que si bien esta defensa se afirma en un argumento de peso, esto no provocaría que hablar de pensamiento crítico signifique pisarse la capa o contradecirse en nuestros intentos de defender la asignatura. Afirmar la filosofía como una disciplina que promueve el pensamiento crítico, trae consigo como una de sus consecuencias, precisamente evitar que volvamos a encontrarnos con problemas que ya han sido resueltos o sorteados por nuestros antepasados. Pensar críticamente significa poner en tensión lo ya establecido y entonces, tiene por consecuencia, indagar en la raíz de los problemas que ponen en tela de juicio aquello que ha sido asumido como tal. En términos generales, repensar la sociedad, nos obliga a comprender la raíz del pensamiento y de cada una de las disciplinas que emanan de él. Entonces, como recientemente afirmé, estoy absolutamente de acuerdo con el autor en que la filosofía es indispensable para evitar que volvamos a caer en los vicios ideológicos con los que la sociedad ya ha tropezado, pero, esto no es fundamento para erradicar la idea de que la filosofía promueve el pensamiento crítico, sino, por el contrario, es afirmar que sin este pensamiento crítico, no existe comprensión de los problemas ya superados.

Probablemente detrás de esta afirmación que contiene en su léxico el término “crítico”, exista un estigma o un rechazo social, en tanto, se podría entender que la filosofía es nido de sublevaciones, levantamientos o conflictos. Sin embargo, esta disciplina se afirma en una riqueza superior a estas ideas apresuradas. Ya lo recordara Martin Heidegger en su obra “Que significa pensar”(1952), quien nos advierte que el pensamiento trasciende a la lógica, y por tanto, nos lleva a aquellos caminos que no están establecidos. Incluso, y encontrando un nuevo desacuerdo con el autor de la columna, la filosofía no responde solo a esta racionalidad que heredamos de Sócrates, en su defensa de la virtud como arte del pensar, sino también a los cuestionamientos presentes en las poesías de Hölderlin o posteriormente en las obras de Nietzsche. Lo que nos lleva a hablar de un brazo irracional, pero muy profundo acerca de los estudios de la pasión, la verdad y el poder.

Entonces, y con la intención de evitar que se mal interprete mi postura como una crítica vaga a otro columnista, retomo su propia idea inicial y defiendo acérrimamente la disciplina en cuestión. La filosofía es crear, es comprender, es convivir y también es crecer. Es aquello que Kant caracterizaría como “La Ilustración” en aquellos tiempos joviales en los que el arte, la música, la arquitectura y otras especialidades sorprendían al mundo. Que a nuestros estudiantes se les prive del único espacio que no solo se arraiga en la “lógica”, sino también en la libertad del pensar, es acabar ignorantemente con el alma que nos define como seres dentro de la tierra. No es un secreto para nadie que el mundo en la actualidad gira en torno al “hacer”, a la utilidad, pero no hay “hacer” sin un “pensar” y nuestra educación debería no solo incluir a la filosofía como ramo, sino también, sustentarse de ella como columna estructural de todo lo que dura el proceso escolar. La vida se juega en la cancha del sentido común y la filosofía se ha encargado históricamente de construir este sentido, de establecer ideas y a la vez de criticarlas, cuestionarlas y si es necesario, demandar cambios en bien del progreso común.

¿Por qué nos educamos? ¿Para qué trabajamos? ¿Por qué nos constituimos a través de un Estado? ¿Qué es la familia? Son preguntas que el día de hoy generan consensos gracias a la crítica filosófica predecedera. Entonces, la filosofía es la encargada de cambiar al mundo y es de una irresponsabilidad sin límites, extirparla de nuestras aulas. Todo lo contrario, el llamado debería ser a conservarla y velar porque se mantenga vigente y activa. No casualmente en los anales de los años 80, el auditorio del Collège de France, se repletaba esperando las cátedras del profesor Foucault, tampoco es casualidad que el Contrato Social de Rousseau siga dando vida y justificación a la presencia del Estado como consenso social. Y así, tantos otros ejemplos que son fuente de maduración para nuestra sociedad. Eliminar las pocas horas de filosofía de nuestros liceos, es subestimar la capacidad de nuestros propios niños y jóvenes y considerarlos como mero animal laborans atentos a las instrucciones para echar a andar su obediencia robótica.

 

Sebastián Fernández

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