En estos meses de verano, mucho se ha comentado sobre los desafíos políticos del nuevo gobierno de Sebastián Piñera. Pese a que la «retórica» grandilocuente y las “retroexcavadoras” han estado lejos de la práctica política de Chile Vamos ―al contrario de lo que ocurrió con Michelle Bachelet―, está claro que serán cuatro años de una gran intensidad política y legislativa.
En esta línea, el reverso de esta hoja de ruta será la función legislativa. Como es sabido, el Presidente de la República actúa como colegislador junto al Congreso Nacional, por lo que no es baladí pasar por alto la necesidad de lograr entendimientos entre ambos poderes. Mal que mal, parte de los resultados de un gobierno se miden por proyectos de ley aprobados, de lo contrario, no se explica el frenesí de estos años por aprobar reformas a troche y moche en tantas áreas de nuestro orden social. Además, ni en el corto ni el mediano plazo pareciera que nuestro régimen de gobierno cambiará ―tal como se puede concluir a la luz del proyecto “póstumo” de Nueva Constitución presentado hace pocos días―, como para no tomar conciencia de la imperiosa necesidad de lograr consensos.
La palabra “consenso” es sinónimo de cerrojos, de negociación, de trampas y hasta de inmovilismo. Pero, en la práctica, es importante consensuar nuestras perspectivas, puesto que, en democracia, este ejercicio es indispensable para el buen gobierno. En la mayoría de los análisis, sin embargo, prima el aspecto cuantitativo del nuevo parlamento, pero no la necesidad de construir visiones comunes. Por ejemplo, la disminución (aunque leve) de la edad promedio de la Cámara de Diputados, renovación y “caras nuevas”, mayor variedad de profesiones, aumento de mujeres (lo que es, también, encomiable, aunque todavía insuficiente) y diversidad de orígenes, entre otros factores. Por lo mismo, la pregunta del millón es: ¿cómo legislar al interior de un Congreso que tiene una diversidad más grande que la que estábamos acostumbrados?, ¿cómo equilibrar los efectos del sistema proporcional en la función legislativa, con un Ejecutivo fuerte y con grandes atribuciones?
[cita tipo=»destaque»]¿De qué depende, entonces, un nuevo consenso postransición para Chile? La diversidad del nuevo Congreso puede ser el gran inquisidor de Sebastián Piñera, pero también una oportunidad única ―tanto para su gobierno como para los nuevos parlamentarios― para encauzar a nuestro país por un camino de progreso.[/cita]
Algunos creen que se trata de una realidad insalvable. Para ellos, la «fragmentación» y la «polarización» ―visible en este nuevo Congreso― podría generar un problema político de proporciones. Fractura, de hecho, significa romper o quebrar con violencia algo. Es cierto que si la diversidad no encuentra un cauce definido, puede ser un riesgo para la democracia, pero no olvidemos que, si de polarización se trata, su mayor momento lo vivimos hace justamente cuatro años: en un escenario donde estaba vigente el sistema binominal, pero en el que la Nueva Mayoría se alzó en armas contra todo lo que sus ancestros lograron construir desde 1990 a la fecha.
¿De qué depende, entonces, un nuevo consenso postransición para Chile? La diversidad del nuevo Congreso puede ser el gran inquisidor de Sebastián Piñera, pero también una oportunidad única ―tanto para su gobierno como para los nuevos parlamentarios― para encauzar a nuestro país por un camino de progreso. La política tiene mucho de divergencia y de conflicto, punto que ―sin duda alguna― parece estar mejor transparentado por el actual sistema electoral proporcional, pero si algo define a la política es la grandeza por buscar lógicas de cooperación y solidaridad.
Será, por lo mismo, un desafío no menor para el Presidente y los próximos parlamentarios buscar aquellos consensos mínimos o visiones comunes sobre una buena parte de temáticas donde ya no podemos seguir excusándonos ni en las comisiones de expertos ni en los tiempos legislativos. «Tenemos la obligación de ponernos de acuerdo», decía el diputado Gabriel Boric a propósito del desastre en el Sename. Lo mismo podríamos decir de la Araucanía, del sistema de salud, la modernización de las policías, etc.
Chile no puede darse el lujo de detener su camino al desarrollo producto de la alternancia en el poder y del cambio en la configuración de las fuerzas políticas al interior del Congreso Nacional. Necesitamos ―sobre todo en el trabajo legislativo― avanzar hacia la amistad cívica y la solidaridad entre las legítimas diferencias y comprensiones sobre cómo debe ser la sociedad chilena.