Publicidad
El legado de Freud Opinión

El legado de Freud


El teletrabajo –se ha reconocido ya en todos los tonos– implica trabajar mucho más que en condiciones presenciales. Pero en las graves circunstancias que padecemos es imperioso seguir desempeñándolo para beneficio saludable nuestro y de toda la población, a pesar y en contra de los ideológicamente apresurados llamados de nuestras autoridades al ‘retorno seguro’ a la ‘nueva normalidad’.

En los ratos de descanso en nuestro “acuartelamiento familiar” (como llama a la reclusión en casa Olga Tokarczuk), una de las formas de pasar un tiempo grato y relajante es recurrir a las series exhibidas en Netflix. Hace unos días he disfrutado de una que tiene como protagonista a un reconocido explorador de la mente humana: Sigmund Freud, aunque la licencia artística de sus creadores lo ponen en situaciones absolutamente ficticias, totalmente inverosímiles, biográfica e históricamente inexactas. Pero entretiene bastante, si uno se deja llevar por la trama poniendo entre paréntesis la fidelidad histórica y científica de la época.

Este 6 de mayo, además, se cumplen 164 años del nacimiento de este médico austriaco, creador del psicoanálisis.  Estos dos acontecimientos –la serie con su nombre y el aniversario– me impulsan a repasar aquí algunos aspectos de su legado.

No hay duda de que, más allá de la apología o las críticas que han merecido sus ideas, Freud cambió radicalmente la manera de mirarnos a nosotros mismos. La humanidad no ha sido la misma después de algunos grandes y provocativos pensadores, entre los que ciertamente hay que incluirlo.

Estudió medicina, pero se sintió poco atraído por la práctica cotidiana de la medicina clínica; tampoco le estimuló suficientemente el trabajo de neuroanatomía. Seguía ya entonces la pista de los problemas que iban a ocuparle el resto de su carrera científica: los trastornos nerviosos, las conductas neuróticas, buscando no explicaciones puramente fisiológicas (a la manera, por ejemplo, del doctor Breuer, con quien trabajó en un comienzo), sino motivaciones psicológicas.

En la concepción freudiana puede encontrarse una figura central en torno a la cual se organizan sus demás ideas clave: la represión (el mecanismo de defensa por el cual ciertas ideas potencialmente inquietantes son apartadas de la conciencia). Una reflexión sobre la represión nos lleva al núcleo de la cosmovisión freudiana: en nuestra mente tenemos, por un lado, la conciencia, un estrato psíquico claro y, por otro, el inconsciente, un nivel psicológico que se encuentra oculto.

Tenemos un cúmulo de ideas que se afanan por llegar a la conciencia; un mecanismo censor que etiqueta algunas como demasiado perturbadoras para ser admitidas conscientemente y, por tanto, las relega a una existencia de purgatorio en el reino del inconsciente; y un proceso de conversión, por el cual el afecto que rodea a la idea perturbadora puede ser convertido en algún tipo de síntoma –inofensivo, como un lapsus verbal, o más violento, como un ataque de histeria–.  Solo si la idea perturbadora puede ser modificada de algún modo, posee la capacidad para llegar al conocimiento preconsciente y, por fin, entrar en el nivel consciente.

Freud investigó el origen sexual de las neurosis y describió su mecanismo en términos de represión psíquica y procesos inconscientes. Concluyó que el camino hacia la comprensión de la mente se encontraba en el análisis de los sueños. Advirtió que todos los sueños son el cumplimiento encubierto de una fantasía o de un deseo reprimido y para tener acceso a este es necesario mirar a través de su contenido manifiesto y desentrañar su contenido latente. Las defensas que configuran el sueño incluyen la condensación, el desplazamiento y varios otros tipos de censuras (como el olvido al despertar): hay que eliminarlas pacientemente para esclarecer su significado.

El análisis de los sueños reveló a Freud los mecanismos de defensa de nuestra conciencia. De aquí llegó al hallazgo de los complejos en el ser humano, lo que le hizo asegurar que los temas sexuales están en la base del inconsciente de todos los individuos y que los mecanismos de defensa son elaborados, principalmente, para hacer frente a estos temas perturbadores y difíciles de afrontar.

Freud desarrolló también una teoría de la sexualidad infantil. Se interesó, asimismo, por la memoria y el olvido, los chistes, los lapsus linguae y otros errores significativos, explicando su relación con el inconsciente.

Impulsó también el psicoanálisis cada vez más hacia asuntos políticos y culturales de mayor amplitud. Publicó obras importantes y controvertidas acerca de la psicología de los grupos, la política, la guerra, la agresión y los malestares de la civilización. También trató sobre la religión, a la que dedicó el ensayo El porvenir de una ilusión, donde explica el origen de las representaciones religiosas a partir de la demanda vital de los seres humanos de consuelo y seguridad: la religión es una ilusión que sirve para apaciguar el terror humano ante las fuerzas de la naturaleza, para conciliar al hombre con la crueldad del destino y para compensarle de los dolores y las privaciones que le impone la vida civilizada en común.

Afirmó, asimismo, que en el ser humano existen dos instintos básicos: el instinto de vida (Eros) y el instinto de muerte (Tanatos), que pugnan entre sí y que buscan manifestarse a toda costa, a pesar de las barreras represivas de la cultura. Con estas ideas Freud se dirigió a un auditorio que, en la coyuntura de la traumática Primera Guerra Mundial, anhelaba una explicación de la barbarie humana.

Se ha escrito que, en la historia del saber, tres grandes golpes ha recibido la soberbia humana, nuestra arrogante pretensión de ser una especie privilegiada y especial moldeada a semejanza de los dioses. Uno, el derrumbe del mito de que nuestro mundo, la Tierra, era el centro del universo, causado por la teoría heliocéntrica de Copérnico y defendida, extendida y perfeccionada magistralmente por Galileo. Dos, el derrumbe del mito de nuestro origen divino causado por la teoría de Darwin de la evolución de las especies basada en la selección natural. Y tres, el derrumbe del mito de la total y absoluta racionalidad de los actos humanos causados por la teoría del inconsciente elaborada por Sigmund Freud. La humillación sufrida por estos mandobles de la ciencia, sin embargo, no nos ha hecho más indignos… sino más sabios.

El imperativo socrático “Conócete a ti mismo” ha cruzado siglos y culturas. Todavía no hemos podido obedecer por completo al oráculo de Delfos, pero paso a paso nos vamos acercando a desentrañar el mayor enigma para el saber humano: el ser humano mismo. Y Freud –entre otros maestros pensadores– ha sido y sigue siendo un fuerte estímulo para esta búsqueda, enseñándonos a ser saludablemente escépticos acerca de lo que creemos conocer e incesantemente curiosos con respecto a qué más podemos llegar a saber sobre nuestra naturaleza humana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias