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Post-COVID-19: ¿utopía o distopía en el escenario internacional? Opinión

Post-COVID-19: ¿utopía o distopía en el escenario internacional?

Sergio F. Toro Mendoza
Por : Sergio F. Toro Mendoza Consejero del Servicio Exterior de Chile, abogado de la Universidad de Valparaíso
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Ha sido contraintuitivo. El mantra que justifica la existencia de relaciones internacionales, especialmente el multilateralismo, ha sido siempre: a problemas globales, soluciones globales. El método ha sido la cooperación, entendida en sentido amplio: encuentro, diálogo, intercambio, gestos políticos, consensos traducidos en acuerdos, armisticios o tratados, creación de espacios supranacionales. Así se logró crear, a partir de 1945, lo que la literatura especializada denomina el orden liberal internacional. La cooperación internacional –representada por acuerdos y organismos internacionales, globales y regionales– fue la vacuna para tratar la competencia por poder de los Estados-naciones que, una y otra vez, se enfrentaron en guerras mundiales cada vez más cruentas. Este orden fundamentó el ethos internacional de los últimos 75 años, garantizando una paz global relativamente alta, el desarrollo del derecho internacional, el respeto de los derechos humanos y el libre comercio.

Por su parte, el virus SARS-Cov-2, que apareció en Wuhan, China, saltando la barrera de las especies a un cuerpo intermedio antes de comenzar la colonización de células humanas, ha trasegado significativamente nuestras vidas. Como sus parientes (SARS-2002, H1N1-2009, MERS-2012), ataca principalmente el sistema respiratorio y se hace grande en las debilidades del huésped. Como todo CoV, cuenta con habilidades innatas para sortear todas las barreras inmunológicas del cuerpo humano y cumplir lo que pareciera ser su único propósito: ingresar a la célula, depositar información genética e instruir su propia autorreproducción. Es el egoísmo de su supervivencia lo que lleva al virus a la destrucción de la célula. El daño provocado no guarda proporción ni con su tamaño (60 a 140 nanómetros de diámetro) ni con su categoría de no-ser (un virus no tiene vida, repiten los científicos).

Lo contraintuitivo es que el sistema multilateral no haya generado una respuesta colectiva para enfrentar este problema global. Ha probado estar mejor preparado para controlar el tánatos de los Estados naciones y promover el desarrollo sostenible, que combatir las pandemias virales.

La reflexión tiene mayores proyecciones. Para diversos analistas internacionales el virus está causando un tótum revolútum que tendrá un efecto “renovador” en la estructura internacional. Así lo piensan Henry Kissinger, para quien “el mundo nunca será el mismo después del coronavirus”, y Willian Burns, quien apunta que el nuevo orden será “menos liberal y menos orden”. John Gray, filósofo inglés, es apocalíptico: el virus puso fin a la hiperglobalización y al capitalismo. Agrega que en el nuevo mundo habrá un “freno al mercado mundial”.

Es importante precisar que el 11 de marzo de 2020, cuando la OMS declaró la pandemia, para muchos de manera tardía, el orden liberal internacional incubaba ya el cuestionamiento de algunas de sus bases principales: el sistema multilateral, con Naciones Unidas en su centro, por ineficaz; la democracia por “haber excedido el tiempo de su propósito”; el libre comercio por deteriorar el medio ambiente, concentrar riqueza y contribuir a la desigualdad entre los países y al interior de los países. Se hablaba, además, que los liderazgos tradicionales se licuaban ante la escalada de nuevos actores, en lo que Fareed Zakaria llamaría “the rise of the rest”.

También es importante recordar que ya en 2017 Joseph Nye Jr. se preguntaba si el orden internacional sobreviviría a los cambios, aunque observaba que la posición predominante de EE.UU. se mantendría porque todas las métricas favorecen su superioridad (soft/hard powers) y porque China aprecia el orden actual de manera más sustancial de lo que comúnmente se piensa (Discurso del Presidente Xi Jinping en el WEF de 2018). El mismo año Richard Hass publicó El mundo en desorden, que recoge sólidas observaciones sobre la necesidad de un orden internacional 2.0.

En este contexto descriptivo, y seguramente incompleto, del orden internacional ex-ante COVID-19, la variable analítica independiente es la relación entre EE.UU. y China. Los sistemas internacionales siempre han girado en torno a la figura del “hegemon”. La Guerra Fría demostró que un sistema internacional operado por dos subsistemas ideológicamente opuestos produce fricción y luego cede hacia el de mayor apertura y eficacia económica. No sabemos si esa experiencia se volverá a repetir. Graham Allison de HKS ya advirtió los riesgos en la relación sinoestadounidense en su libro Destined for War: Can America and China Escape Thucydides Trap? (2017); una relación que presenta a dos países con marcadas narrativas de su propio excepcionalismo. La evolución de la pandemia no parece haber producido mayor acercamiento.

Por lo anterior, es efectivo que desde antes que el COVID-19 irrumpiera en la vida de la especie humana, el orden internacional creado a partir de la Segunda Guerra Mundial estaba bajo tensión, competencia y cuestionamiento. Mostraba signos de fatiga.

Siguiendo en la reflexión, estimo que no corresponde preguntarse cuál o cómo será el nuevo orden internacional, sino más bien inquirir sobre cuál o cuáles conceptos se observan hoy como ordenadores del escenario internacional post-COVID-19. No se trata de predecir la era post-COVID-19 en su totalidad, porque el fenómeno observado no es de reemplazo instantáneo de un orden por otro. Ni siquiera procede examinar los detritos del antiguo orden, porque la evidencia no avala la extinción del orden actual.

El fenómeno observado es más bien uno en transición, en el cual diversos elementos, a menudo contradictorios, compiten por caracterizar la nueva etapa. En este esfuerzo se aprecia la tentación de algunos analistas por escribir su propia versión del World of Yesterday de Stefan Zweig: recrear el mundo del ayer para acrisolar el nacimiento de un nuevo mundo, cuando en realidad viven en cuotas del pasado y del presente, lo que limita objetivamente el bosquejo de ambas variables y su proyección hacia el futuro.

Lo que sí parece razonable, posible y útil es revisar algunas variables presentes que compiten por caracterizar el escenario post-COVID-19. Como diría George Stigler: What facts are in fact a fact. Entre las variables en competencia se pueden nombrar varias figuras, como los avances tecnológicos, la recesión democrática, el velado autoritarismo, el nacionalismo económico, la atonía del multilateralismo, la tentación unilateral, el escepticismo sobre el libre comercio y el atractivo proteccionista.

En estos momentos el juego geopolítico consiste en que los actores destacan aquellas narrativas que más los ayudarán a potenciar su posición en el escenario pospandemia. En este sentido entiendo las palabras de Dani Rodrik, para quien el virus nos ha convertido en una “versión exagerada de nosotros mismos”: el orden no cambiará, sino que, lo más probable, es que acelerará algunas de las  tendencias existentes llevando la discusión al nivel del “sesgo de la confirmación”.

Del conjunto amplio de tendencias y elementos que podrían perfilar el escenario post-COVID-19, tres surgen a mi entender con cierta claridad en un análisis prospectivo: la proyección del Estado-nación y la reconstrucción económica, ambas bajo la energía subyacente de la tecnología.

En efecto, la pandemia no ha tenido una respuesta coordinada a nivel global (multilateral), ni siquiera ha sido objeto de una respuesta homogénea, lo que ha facilitado su expansión. Ha actuado como una ola que avanza y devasta con una diacronía que devela una perfecta asincronía, logrando que los países se vean afectados con intensidad y tiempos distintos. Aquel “orden inteligente que la sociedad impone al desorden de una plaga”, que cita Camus en La Peste, simplemente no ha sido tal con el COVID-19. La respuesta sanitaria se ha centrado a nivel del Estado-nación, pero incluso a este nivel el virus ha provocado importantes contradicciones, especialmente en los sistemas descentralizados o federados.

Siguiendo esta trayectoria de respuesta nacional, algunos anticipan que, por el efecto de la histéresis, el nuevo mundo será uno con un Estado fuerte, con fronteras y controles visibles –efectos que contrastan con la globalización que ha permitido una alta circulación de personas, bienes, servicios y del propio virus–. Será el mayor renacer del Estado-nación y del concepto de soberanía desde la Paz de Westfalia de 1648, lo cual ya se hace sentir a nivel doméstico con proyección internacional.

En esta misma línea, se anticipa que el escenario pospandemia será uno con prioridad en la reconstrucción económica, con énfasis en la producción y empleo domésticos, para lo cual no se escatima en un mayor esfuerzo financiero desde el sector público (subsidios), en los países y grupos de países que aún pueden recurrir a esos recursos. Ya hay una tendencia a ser más autónomos en las áreas críticas, con lo cual se alude de manera amable a la deslocalización del comercio (suficiencia económica, reducción de la interdependencia, decoupling, reshoring, etc.). Esto implicaría una disminución del comercio internacional que ha sido base para la globalización.

El revival del Estado-nación y el nacionalismo económico están siendo acompañados por una aceleración significativa de la tecnología y están dando vida al concepto de Cuarta Revolución Industrial que acuñara Klaus Schwab in 2016. La combinación de estas tres variables podrían constituirse en las respuestas más nítidas, rápidas y permanentes en la primera fase de la era post-COVID-19; o temporales, hasta que la dinámica de un nuevo ciclo (de globalización) nos haga perder el miedo y volver a conjugar el dilema del prisionero: solo en la cooperación se comparten los beneficios (win-win).

En suma, el virus está impactando en el escenario internacional, lo que debería asumirse como una oportunidad para ajustar el sistema a la realidad del siglo XXI. El anticipado regreso de EE.UU. al multilateralismo debería coadyuvar a ese urgente ajuste. Hay evidencias claras de una coyuntura crítica como requisito de todo cambio profundo. El sistema multilateral ya probó ser una vacuna de alta eficacia para las competencias geopolíticas y geoideológicas del Estado-nación. Hoy se requiere un ajuste en la fórmula de la vacuna, para transformar el sistema multilateral en el nuevo ARN mensajero destinado a neutralizar el virus de la competencia geotecnológica, geocientífica y geoeconómica que tiene lugar desde la geopolítica.

Con certeza el escenario post-COVID-19 no será una utopía. El realismo indica que será subpar al que tenemos hoy. Hay que trabajar para que no devenga en distopía, en especial en distopía por anomia. Por sobre todo, hay que empeñarse para que la variable independiente, la relación EE.UU.-China, permanezca con todos sus canales de cooperación abiertos y acompañada por una comunidad internacional coadyuvante para mantener la paz, la seguridad, el respeto de los derechos humanos y el desarrollo sostenible.

Ese es el desafío estratégico que tiene la comunidad internacional. Entre Estados Unidos y China no debe existir social distancing. Con o sin pandemia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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