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Eutanasia y autonomía Opinión

Eutanasia y autonomía

Luca Valera
Por : Luca Valera Director Centro Bioética UC
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“La eutanasia es la última expresión de la autonomía, la última elección libre”. Los partidarios de la eutanasia suelen representar con esta frase la consagración del “derecho a morir”. Expresiones como esta son verdaderas hasta un cierto punto: depende de la idea de autonomía que tenemos.

Un ejemplo puede ayudar a comprender mejor.  Imaginémonos un hombre sano de 40 años que, en pleno uso de sus facultades mentales, “expresa su decisión futura de recibir asistencia médica para morir” en el caso en que padeciera de “un problema de salud grave e irremediable”, como señala el proyecto de ley de “muerte digna y cuidados paliativos”. Respetando los procedimientos establecidos, deposita sus voluntades en el Registro Nacional de Testamentos y vuelve a su vida normal. Casi un año después, luego de un accidente, cae en estado vegetativo persistente y el médico tratante informa a sus familiares del “derecho reconocido de solicitar asistencia médica para morir”. Se notifica al médico de la existencia de las voluntades anticipadas redactadas por el paciente y se aplica la eutanasia.

¿Ha decidido autónomamente el paciente? Depende. En ese “depende” caben distintas cuestiones. En primer lugar, una decisión autónoma es una decisión informada y consciente –de hecho, a cada paciente que se someta a un tratamiento médico se le pide firmar un “consentimiento informado”, por el que la información y la comprensión son dos aspectos esenciales. El ciudadano común, que no tiene un conocimiento pormenorizado de los avances de la medicina y de las posibles terapias frente a una “enfermedad grave e irremediable” –que puede ser también un Parkinson en su fase inicial– ¿está verdaderamente informado de los mejores tratamientos que se refieren a su enfermedad? Claro está, además, que en esas voluntades anticipadas no se pueden incluir todas las posibles enfermedades que podríamos padecer: la persona tendría que hacer un esfuerzo inimaginable de prever lo que le va a pasar, si no quiere escribir algo demasiado general e interpretable arbitrariamente. Hay otro tema interesante: ¿cómo puedo yo imaginarme la situación existencial que viviré –o vivirán mis cercanos– en una condición radicalmente distinta a la que estoy viviendo ahora, siendo sano? Lo experimentamos muchas veces en nuestras vidas: la condición que vivimos cambia radicalmente nuestros pensamientos.

Quien redacta las voluntades anticipadas, entonces, no está verdaderamente informado y, por eso, no es autónomo. Por otro lado, ¿qué pasaría si el paciente –en este momento incapaz de comunicarse– quiere retractar sus voluntades anticipadas? No puede. Para entender cuán trascendental es esto, basta mirar los datos: un estudio del 2019 (con datos de 7 años, recopilados en Estados Unidos) afirma que solo el 8.5% de quienes han declarado haber intentado suicidarse muere finalmente por esa causa. Si aplicamos esta estadística a las voluntades anticipadas, el resultado es impresionante: 91 personas de 100 no tendrán la posibilidad de retractar sus voluntades.

Imaginemos ahora otro paciente, que está padeciendo de una enfermedad terminal no oncológica, sufriendo dolores insoportables. El médico tratante, según el artículo 16A, deberá informarle inmediatamente de las distintas posibilidades terapéuticas –entre las que a la fecha no caben cuidados paliativos gratuitos, por ser una enfermedad no oncológica– y de las condiciones para solicitar eutanasia. ¿Es autónomo el paciente para tomar esa decisión en aquel momento? Depende, básicamente, de tres factores. En primer lugar, de su estado psicológico. En la literatura médica es bien sabido que la valoración del impacto de la enfermedad terminal tiende a ser catastrófico por parte del paciente, en las primeras fases sucesivas al enfrentar la noticia. En segundo lugar, del apoyo psicosocial que tiene: es bien distinto enfrentar un proceso tan difícil estando solo o sintiéndose una carga para los demás. En tercer lugar, de su capacidad económica, que es la condición para obtener, a la fecha, cuidados paliativos no oncológicos, que son en general muy caros. En resumen, si no quiere sufrir, tendrá que pagar.

¿Es entonces, la eutanasia, una decisión autónoma? Depende. Si consideramos, además, que de esta respuesta depende la vida y la muerte de muchas personas, quizás tendríamos que pensar un poco mejor el asunto de la eutanasia. Que es, además, una decisión irreversible: no hay otra posibilidad para repensar el asunto, una vez elegida “autónomamente”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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