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Ética en perspectiva evolutiva Opinión

Ética en perspectiva evolutiva

Pablo Reyes A. y Daniel Fernández K.
Por : Pablo Reyes A. y Daniel Fernández K. Autores de “La Nueva Élite” e “Invisibles”
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Todas esas éticas pueden convivir e integrarse. Sin embargo, en ocasiones sufrimos adicciones y, por ejemplo, todo lo podemos ver como una permanente lucha por estar alcanzando objetivos, dado que es mi deber existencial (mi ética) aprovechar todas las oportunidades que este mundo me da. Podemos observar ese comportamiento adicto al logro a cualquier costo en lo visto recientemente con los Pandora Papers. La ética que subyace es, en este caso, coherente con esa forma de actuar.


El modo en que resolvemos las cosas tiene que ver con la forma adaptativa que tenemos para lidiar y sobrevivir en el mundo que habitamos. Si lo miramos metafísicamente, habría un mundo dado, preexistente, que nos «obliga» a actuar de una cierta forma, dado que ya está ahí antes que nosotros. Pero si lo observamos desde una perspectiva más evolucionada, podemos acordar que el mundo tiene manifestaciones interiores, exteriores, individuales y colectivas y que todas ellas se juntan en una interpretación que hace quien lo está habitando, construyendo así su propio mundo. Hay tantos mundos como personas en él.

Entendemos la ética como un conjunto de hábitos, una manifestación emergente del ser en el mundo, contextualizado, encarnado y acoplado con el nicho ecológico que lo sostiene, como una forma indivisible de existencia. Si lo vemos así, el mundo ético tiene necesariamente que ver con la persona que lo sostiene y los mundos en que participa y construye.

Si el mundo que yo veo/siento/creo es uno lleno de espíritus que satisfacer, mi forma de acoplamiento será buscando seguridad; si es como en una selva donde prima el más fuerte, mi forma será buscar poder o buscar ser protegido por el poderoso. Asimismo, si el mundo está regido por algo superior, mi forma será ordenada y respetuosa de esa moral; si lo veo lleno de posibilidades para aprovechar, mi forma estará buscando estrategias de logro; y si lo veo como un hábitat compartido, mi forma será más sensible a las necesidades y diversidades.

Todas esas éticas pueden convivir e integrarse. Sin embargo, en ocasiones sufrimos adicciones y, por ejemplo, todo lo podemos ver como una permanente lucha por estar alcanzando objetivos, dado que es mi deber existencial (mi ética) aprovechar todas las oportunidades que este mundo me da. Podemos observar ese comportamiento adicto al logro a cualquier costo en lo visto recientemente con los Pandora Papers. La ética que subyace es, en este caso, coherente con esa forma de actuar.

Las adicciones se ecualizan cuando incorporamos otras éticas al repertorio. Por ejemplo, cuando la búsqueda de resultados no es a cualquier costo, cuando se respeta un ethos social del bien común, cuando no resulta solamente un ejercicio de manifestación expresiva del ego para ver y sentirse poderoso e impune. Incluso podría llegar a tener en consideración al otro como legítimo otro (recordando a Humberto Maturana), donde mi ética tendría en consideración el impacto en otras personas, pasando desde una expresión egocéntrica narcisa a una etnocéntrica, e incluso a una mundicéntrica (lo cual sería ideal para nuestras autoridades).

Algunas preguntas que se abren: ¿somos adictos a nuestra ética? Nuestro hábito para resolver el mundo que inventamos, ¿nos permite dejar de ser quienes somos para evolucionar? ¿Estará esa ética anclada a la naturaleza propia de quien la sostiene?

Todo esto nos recuerda a la fábula de la rana y el escorpión. Con lo visto últimamente en la política, quizás no podemos esperar otra cosa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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