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El triunfo de Kast y la derrota de Boric Opinión

El triunfo de Kast y la derrota de Boric

Rodrigo Álvarez Quevedo
Por : Rodrigo Álvarez Quevedo Abogado de la U. Adolfo Ibáñez. Profesor de Derecho Penal, Universidad Andrés Bello. Abogado Asesor, Ministerio del Interior (2015-2018)
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La Dictadura refundó al país, y eso no fue pura fuerza. Jaime Guzmán fue capaz de reemplazar la tradición de la derecha, aunando una vertiente conservadora, social y cristiana, con una visión economicista de los Chicago Boys. Esta unión trascendió la dictadura y la fuerza, y perduró décadas. En parte por los enclaves autoritarios de una Constitución tramposa, como ha mostrado Atria; pero, también, porque estaba bien amarrada. La Doctrina Social de la Iglesia no está muy cerca de Hayek. Entonces, como ha mostrado Mansuy; Guzmán se anota uno de sus grandes triunfos: “articular en un frente común a católicos y liberales en su oposición al marxismo” (Nos fuimos quedando el silencio). El miedo al comunismo; el anticomunismo, fue el punto de encuentro. Un comunismo de los años 60, con una Guerra Fría. 

La izquierda ha dejado hablando sola a la derecha en dos temas centrales para la ciudadanía: delincuencia e inmigración. No basta con hablar de Derechos Humanos y de un mundo sin fronteras. Estas tensiones, reales, se manifiestan en los diferentes resultados de las regiones del centro, Región Metropolitana y de Valparaíso, y aquellas del sur, y sobre todo del norte. Claramente vivimos la inmigración de manera diferente. 

Mansuy, desde la derecha, llamó a Axel Kaiser polemista, por poner entre otras cosas, en la portada de su libro El Engaño Populista a Chávez, Fidel Castro, Cristina Fernández, junto a Michelle Bachelet. Todos en un mismo saco, siendo que “se pierden de vista fenómenos si uno identifica a Fidel Castro con Michelle Bachelet”, porque políticamente Bachelet fue una “gobernante electa democráticamente que se ha sujetado grosso modo a las instituciones y a la Constitución de Pinochet” (minuto 24 y ss.), ya que son personas muy distintas. Y aunque sea falso que Bachelet es lo mismo que Fidel Castro, se puede decir en un libro, y puede ser un discurso. El anticomunismo todavía vende, aunque no sean los años 60 y haya caído el Muro de Berlín. 

La tierra, entonces, es fértil para la cosecha del populismo. No en un sentido despectivo, sino viéndolo como una forma de articular un discurso que dispute la hegemonía y permita llegar al poder.Finalmente, de eso se trata gobernar. Y ahí aparece Kast, vestido de Guzmán, tratando de aunar a la derecha. Nadie pensó que lo lograría, pero pudo articular un discurso sobre dos problemas reales y uno falso. Levantó su candidatura con los dos problemas –que se vivían más intensamente en regiones, en un país que suele mirarse desde Santiago—, hablando cada vez que pudo sobre inmigración y delincuencia. Además, logró hacer más atractivo el paquete, amarrarlo de mejor manera, y disimular verdaderas barbaridades, instalando una realidad imaginaria sobre un miedo común: el viejo anticomunismo; la caricatura de Chilezuela. Y así como Bachelet no tiene parecido con Fidel Castro; Boric no tiene parecido con Maduro. Artés podría serlo, y Boric está bien lejos de Artés. Pero es un punto que a cierta izquierda le cuesta, ya que no pueden condenar dictaduras cuando son del mismo lado. El proyecto de indulto poco ayudó; y Kast logró poner en la portada de su libro a Boric junto a Maduro. 

Podrá ser que Boric esté con el Partido Comunista, pero los comunistas chilenos de hoy en día poco tienen que ver con Maduro, ya gobernaron con Bachelet y el Presidente tendrá la última palabra. Es una coalición. Pero, así, con una izquierda silenciosa ante la delincuencia y la inmigración (en pleno estallido); y con una izquierda veleidosa en el reproche a Maduro, pudo levantar su candidatura. Ese es el triunfo de Kast. 

Por otro lado, la izquierda vivió una ilusión llamada Convención. Era un escenario distinto, y en mayo de este año, o sea recién hace 6 meses, se eligieron constituyentes. Apruebo Dignidad, con el Partido Comunista y el Frente Amplio, sacaron 28 constituyentes; superando los 25 de La Lista del Apruebo, de la ex Concertación. Esto con una derecha derrotada que no alcanzó el tercio de bloqueo. Entonces se creyeron ganadores. Y despreciaron todo lo que se pareciera a la ex Concertación. Paula Narváez quiso primarias comunes, y Boric no lo miraba tan mal, pero Jadue los vetó. A los socialistas sí, pero al PPD y a la DC no. Entras a la fiesta, pero sin tus amigos. Narváez fue leal y despreció la “invitación”. Los triunfadores ponían la música y elegían a los invitados. O al menos esos que se creían triunfadores. Y luego apareció Yasna Provoste. 

Ahora bien, la embriaguez de la victoria dura poco y produce sesgos. En esa misma votación, recién hace unos meses, eran las municipales; pero era mucho más incandescente la elección de constituyentes, así que nadie la miró mucho. Además, en el escenario incierto, nadie sabía muy bien como se iban a articular las nuevas fuerzas; por ejemplo, La Lista del Pueblo, que rápidamente cayó en picada. 

En las municipales eran dos listas, y los comunistas y su coalición sacaron 9 alcaldes y 205 concejales; el Frente Amplio 12 alcaldes y 132 concejales; y la Concertación 129 alcaldías y 1.010 concejales. La Democracia Cristiana ganó 46 municipalidades, 3 más que el 2016; y sumó 359 concejales, mucho más que los 228 obtenidos 5 años atrás. Casi cuatro veces más que los 12 del Frente Amplio. La victoria era evidente. Entonces, ¿por qué dieron por muertos a la ex Concertación? ¿Qué les hizo pensar que tenían el sartén por el mango y que podían echar de la mesa a la DC? Los triunfadores no eran tales, y no tenían el poder para golpear el tablero. La ilusión se sostenía en una sensación de incertidumbre y en una cierta miopía. El silencio ante la delincuencia y la inmigración; el no poder separarse de una izquierda tipo Maduro, ni calmar esos temores; sobredimensionar la elección de constituyentes; y menospreciar a sus socios naturales, constituyeron la reciente derrota de Boric.  

Cuando irrumpió el Frente Amplio en Uruguay esto se discutió, y se impuso la tesis de Mujica; quién, como ha dicho muchas veces, defendió un frente tan amplio como fuera posible, que aunara a todos quienes no quisieran un gobierno de derechas, incluyendo marxistas, comunistas, tupamaros, y hasta demócrata cristianos. Cuando llegaron al poder apareció el anticomunismo y hubo temor. Al fin y al cabo, como dice Antonio Bascuñán, “el miedo inducido mediante engaño es temor y no error”. Allá, parecido a lo que ocurre acá, se decía que llegaban los marxistas, pero Mujica administró de manera razonable la economía y las aguas de los inversionistas se calmaron. Luego tuvieron varios gobiernos relativamente moderados y exitosos. Muy lejos de Venezuela y Maduro, pese a que en la coalición había comunistas y a que eso también se temía. 

Las izquierdas suelen dividirse, pero Mujica entendía que la unidad se debía lograr “porque la necesidad histórica lo imponía en el peso de la crisis”. Y es que, si la política se trata de gobernar, habrá que ver en cada momento histórico cómo se podrá llegar al poder. Por algo Podemos, lo más parecido en España al Frente Amplio, forma gobierno con el PSOE, lo más parecido a la ex Concertación. 

Diferencias siempre habrá y las fuerzas podrán variar, pero algo habrá que ceder, si es que se quiere gobernar. Tal vez el Frente Amplio chileno podrá imaginar en el futuro un gobierno sin el PS o la DC, pero pensar que eso puede ocurrir hoy es irreal. Sin su apoyo no podrán ganar, y eso ya ni siquiera es sentarse a negociar, es invitarlos a gobernar. Sería el primer paso para llegar al poder; luego, en el Gobierno, tendrán que calmar los miedos, si es que buscan proyectarse y ganar posteriores elecciones. Algunos acusarán traición, pero la otra opción es seguir viviendo una ilusión. 

De esto depende la victoria de Kast y la derrota de Boric. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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