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Inmigrantes en Chile: ¿faltan o sobran? Opinión

Inmigrantes en Chile: ¿faltan o sobran?

Andrés Sanfuentes Vergara
Por : Andrés Sanfuentes Vergara Economista, académico. Presidente de BancoEstado entre el año 1990 y el año 2000.
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Desde un punto de vista nacional, el aporte del inmigrante tiene un bajísimo costo social porque, a diferencia del ciudadano criollo, ya viene seleccionado en sus capacidades y el país no tiene que gastar recursos en la educación temprana, la salud primaria y otros servicios. Además, en promedio, los extranjeros tienen un mayor nivel educacional, tecnológico y cultural. Sin embargo, también se generan costos sociales como la xenofobia de algunos sectores sociales, siendo “me quita el puesto de trabajo” la principal excusa. La evidencia encontrada en Chile no es concluyente en este desplazamiento laboral. Si bien es cierto que, según la Casen 2017, los extranjeros tiene una mayor participación laboral que los nativos (81,3% y 58,%), su incorporación al empleo total llega al 6,6%. Por otra parte, en 2019 la tasa de subempleo de los chilenos era inferior a los inmigrantes (17,9% vs. 27,4%), lo que refleja las dificultades de los foráneos para encontrar un empleo estable.


Chile ha pasado por etapas diferentes en su tratamiento a los inmigrantes. Simplificando, a fines del siglo XIX se promovió la llegada de alemanes seleccionados que se establecieron en el sur. La exitosa experiencia y el término de la Guerra del Pacífico motivó al Gobierno a imitar la experiencia, fomentando la llegada de “colonos” para que ocuparan los territorios de La Araucanía. Sin embargo, después de algunos años tuvo que limitar el fomento de la traída de europeos al país.

En el siglo XX no tuvo una política de atraer extranjeros, como aconteció con Estados Unidos y Argentina, los principales recepcionistas de foráneos, que contribuyeron al rápido progreso de estos países. Chile continuó como una isla, con el desierto en el norte, los hielos en el sur, la cordillera en el este y el Pacífico en el oeste. Llegaron pocos europeos y menos latinoamericanos.

Con la dictadura cambió la política, todo extranjero era mal visto, sospechoso de marxista, se “amuralló” la isla, convertida en islote. Con la llegada de la democracia el país se abrió y, en los comienzos del siglo XXI, fue receptor de un flujo masivo de inmigrantes, especialmente latinoamericanos, que han aumentado con una velocidad insospechada, mientras decrece la europea. El Censo de 2017 estimó la población extranjera en 746.465 (4,4%), mientras en 2002 solo la calculó en 187.000 (1,3%). Por otra parte, el INE y el Departamento de Extranjería la elevaron a 1.251.224 para el 31 de diciembre de 2018. Esta última cifra la componen venezolanos (25,9%), peruanos (22,4%), colombianos (17,0%), haitianos (8,9%), bolivianos (6,0%), argentinos (5,2%), y otros (24,6%).

Este notable crecimiento de los inmigrantes se debe a varios factores: a) crisis en los países de origen; b) restricciones a su entrada en países desarrollados; c) cercanía de Chile y reducido costo de transporte; d) estabilidad económica, rápido crecimiento y paz social, unido a la posibilidad de encontrar empleo. 

Los inmigrantes hacen un aporte significativo a quien los recibe. Para que una persona acepte dejar su tierra de origen, muchas veces solo, debe tener una aspiración nítida de progresar, aunque los comienzos sean difíciles y exista desconfianza con su presencia. Los inmigrantes tienen la ambición de mejorar su calidad de vida mediante su esfuerzo, capacidad  y espíritu de innovación y ahorro; son seres que sobresalen sobre el resto, incluso los locales. Esa característica explica el lugar destacado que ocupan tantos extranjeros entre el empresariado chileno, como son los casos de Yarur, Luksic, Angelini, Cueto, Paulmann, Jacobowski, Senerman y tantos otros. También ocurre en el campo científico y tecnológico (Andrés Bello, Sarmiento), político, cultural , artístico (Castedo, Baburizza) y deportivo (los recordados Marlene Ahrens y Jorge Robledo). Por lo tanto, su contribución eleva el nivel del medio local. Adicionalmente, contribuyen a atenuar el envejecimiento de la población chilena al llegar con una menor edad. Sin embargo, solo la mitad de la población nacional cree que los inmigrantes aportan al país.

Desde un punto de vista nacional, el aporte del inmigrante tiene un bajísimo costo social porque, a diferencia del ciudadano criollo, ya viene seleccionado en sus capacidades y el país no tiene que gastar recursos en la educación temprana, la salud primaria y otros servicios. Además, en promedio, los extranjeros tienen un mayor nivel educacional, tecnológico y cultural. Sin embargo, también se generan costos sociales como la xenofobia de algunos sectores sociales, “me quita el puesto de trabajo”, a pesar de que podría ocuparse de algunas tareas que abandonan los locales, como es el caso de las asesoras del hogar puertas adentro.

La evidencia encontrada en Chile no es concluyente en este desplazamiento laboral. Si bien es cierto que, según la Casen 2017, los extranjeros tiene una mayor participación laboral que los nativos (81,3% y 58,%), su incorporación al empleo total llega al 6,6%. Por otra parte, en 2019 la tasa de subempleo de los chilenos era inferior a los inmigrantes (17,9% vs. 27,4%), lo que refleja las dificultades de los foráneos para encontrar un empleo estable.

Debe señalarse  que la opinión sobre si los extranjeros afectan a los trabajadores chilenos está dividida, porque reconocen que estimulan la innovación y la productividad. En ese sentido, es positivo que expandan el mercado laboral y más horas trabajadas, especialmente en las mujeres, y posibiliten una menor desocupación. Lo que es claro es que la asimilación no es instantánea, hay un proceso de ajuste.

Existen varios aspectos legales que es necesario modificar, tal como la limitación actual que impide a las empresas otorgar empleo a extranjeros que superen al 15% de sus contratados, así como las dificultades para tener trabajo en el Sector Público, seriamente limitado.

Otra reforma necesaria está en el proceso de validación de títulos y grados, extremadamente burocrático y que debe agilizarse. Algunos han propuesto que se amplíe a varias universidades para estos efectos, pero puede ser una mala sugerencia, pues podría posibilitar una mercantilización de este reconocimiento. No siempre la competencia puede tener aspectos positivos, cuando no está regulada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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