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Minga, serendipia y el dilema de la paz Opinión

Minga, serendipia y el dilema de la paz

Roberto Mayorga
Por : Roberto Mayorga Ex vicepresidente Comité de Inversiones Extranjeras. Doctor en Derecho Universidad de Heidelberg. Profesor Derecho U.Chile-U. San Sebastián.
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Un alucinante reportaje sobre una minga en Puerto Cisne en el programa “Lugares que Hablan”, donde cinco mil personas unidas en un esfuerzo común arrastraban una cabaña para obsequiársela a un humilde poblador, me ha llevado a suspender unas líneas en que intentaba reflexionar sobre el triste quiebre y fracaso de la paz y la convivencia, no solamente en el sentido de contrarias a la guerra que el mundo entero sufre hoy, compartiendo los horrores de quienes la padecen, sino en una concepción más amplia, a partir de las tesis conductistas, como la paz de espíritu que al romperse impide la unidad y la armónica convivencia entre las  personas, en las familias, grupos, en la sociedad entera, fenómeno agudamente amenazante en nuestro hermoso país.

Miles de personas, destacaba vibrante el emocionado conductor del reportaje, mujeres, hombres, niños, chilenos de todas las regiones, jóvenes y adultos mayores, extranjeros, todos unidos, arrastraban con cuerdas de un lado al otro lado de la costa y desde las arenosas playas hacia las empinadas calles de Puerto Cisne una vivienda destinada a un humilde y encandilado parroquiano de la zona. Conmovedoras escenas de unidad, coloridos cánticos, alegrías, humanidad, solidaridad que golpean la mente y la razón cuando se medita sobre la convivencia, la armonía y la paz y si Estas son o no posibles o rescatables en un Chile ácidamente escindido.

La expresión serendipia acuñada por Horace Walpole, a partir de un cuento persa en que tres príncipes de la Isla Serendip —hoy Sri Lanka—, experimentan insólitos encuentros con el destino, sabemos, consiste en descubrir o enfrentarse a hallazgos inesperados, afortunados y valiosos que se producen accidental o casualmente cuando se está en una actividad distinta. A ello se debe el título de este artículo, al hecho de que el referido y deslumbrante reportaje cambió la dirección inicial de estas reflexiones, originalmente muy pesimistas sobre la paz.

Pero lo cierto, y para no caer en ingenuidades, es que la minga en Puerto Cisne ocurre solo durante el verano y no en todos los lugares del país. Porque si las hubiese a lo largo y ancho de todo nuestro territorio y día a día, sin duda seríamos la nación más fraterna, alegre e incluso feliz del mundo. Lamentablemente no es así y, paso a paso, vivimos un país cada vez más enconado, polarizado, distante de un camino común, de enemigos a los que hay que eliminar, en resumen, carente de armonía, de paz.

Observar aquella minga genera la sensación de que no fuese necesario intelectualizar la paz para irradiarla. Surge como un sentimiento repentino de armonía colectiva, de unidad solidaria ante objetivos comunes, de una actitud interior de desprendimiento y colaboración, de generosidad desinteresada, que nos conduce a recordar la simplicidad con que prohombres de la humanidad la han definido.

La paz proviene de nuestro yo, nos dice Gautama Buddha. Nunca lograrás la paz en el mundo si esta no proviene de ti, nos señala Dalai Lama. Lo mismo afirma Mahatma Gandhi: cada uno debe descubrir la paz dentro de sí. Una de las mayores máximas del cristianismo está expresada en la cita evangélica: gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. El anhelo superior en el saludo de muchos pueblos es el deseo de la paz, como shalom en hebreo o salam en árabe. En resumen, la paz es una opción. En palabras de AJ Muste, no existe el camino hacia la paz, la paz es el camino.

El excelente reportaje de aquella deslumbrante minga es una forma virtuosa de demostrar palpablemente que en circunstancias especiales emergen casi milagrosamente la paz y el bien desde el interior del ser humano con un poder expansivo que moviliza lo más positivo que existe en cada persona y en que todos unidos transitan en una misma dirección.

Si es así, ¿por qué tanto conflicto, tanta discordia, guerras y enconos en el mundo entero, en nuestro país?

¿Será posible movilizar esas fuerzas interiores, positivas, de paz y armonía que existen en cada ser humano o, al menos, intentarlo? Sin duda que el mensaje de las religiones y muchas doctrinas a través de la historia lo han intentado y continúan intentándolo, las más de las veces frustrantemente.

La cruda realidad nos obliga a no desconocerse que cada uno poseemos simultáneamente negatividad dentro del alma. Basta recordar la expresión atribuida a Hobbes: el hombre es el lobo del hombre y que se ilustra clarividentemente en aquella leyenda de la tribu Cherokee: un anciano explica a un grupo de niños que en cada uno de nosotros están en permanente batalla dos lobos: uno representa el odio, el encono; el otro, la paz, la fraternidad. ¿Cuál de los dos vence?, consulta un niño. El que tú alimentes, contesta el sabio anciano.

Es evidente que, amén de su origen espiritual, la paz debe institucionalizarse y normarse como han sido las tratativas del mundo entero, no obstante, hoy en tela de juicio ante la incapacidad de los organismos internacionales creados al efecto y destinados a evitar conflictos bélicos, lo cual ha puesto en duda la vitalidad y factibilidad del actual orden mundial.

Por otra parte, es también obvio que la paz no solo es resultado del arbitrio individual, debiendo constituir parte esencial de las políticas educativas y culturales de un país, inexistentes, salvo el laudable esfuerzo solitario de unidades aisladas en algunos establecimientos educacionales.

En fin, el fracaso o cuasifracaso, el dilema de la paz no solo ha de atribuirse a la ineptitud de este orden mundial o a la ausencia de aquellas políticas culturales sino, principalmente, a si hemos estado y estamos, en la hora presente, cada uno de nosotros, alimentando al lobo bueno y sembrando en nuestras almas semillas que germinen en mingas colectivas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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