La tarea de redactar una nueva Constitución se parece mucho a un Chile cada vez más quiltro y con ganas de vivir una nueva etapa de su joven vida democrática y republicana. A los convencionales se les sugiere volver a sus hogares, territorios, comunidades e identidades y no malinterpretar el momento para iniciar carreras políticas o protagonismos excesivos en la escena plebiscitaria o posplebiscitaria. El 4 de septiembre sabremos si se gradúan con nota 5,0 o más, pero promediado con el 8,0 del plebiscito de entrada, la nota final va a ser honrosa e histórica. A las derechas les queda tomar la decisión si “vamos por Chile” o van por reafirmar una nueva derrota electoral que los exponga nuevamente al breve espacio en que no están.
Un aviso de utilidad pública para las derechas que dirigen la industria del miedo en Chile es que este 4 de septiembre del 2022 van a ser convocados, una vez más, a pronunciarse sobre el nuevo diseño constitucional para un país que optó por una salida pacífica a la crisis de legitimidad institucional sistémica que estalló el viernes 18 de octubre del año 2019.
Fue una negociación política, animada por la urgencia, el miedo y la incertidumbre sobre el devenir del estallido social, que con las firmas de la élite política abrió un proceso constituyente en Chile, basado en un acuerdo nacional a la altura de las circunstancias, que puso en manos de la ciudadanía la elección de resolver pacíficamente la crisis de legitimidad institucional, optando la mayoría de la población por una nueva Constitución, redactada 100 % por ciudadanos electos por votación popular, convirtiéndose en convencionales personas de los más diversos orígenes, oficios, profesiones, con paridad de género y escaños reservados para representantes de los pueblos originarios.
Chile ya decidió por la paz, la diversidad social en la participación sobre los asuntos públicos y una mirada de futuro para atender las exigencias y urgencias del siglo XXI. La ciudadanía en su inmensa mayoría eligió colaborar en la construcción de un nuevo diseño institucional, respecto del rol del Estado, los derechos sociales, el medioambiente, la economía, la salud, educación, vivienda, pensiones y un proceso legislativo adaptativo que complemente y fortalezca el espíritu y los principios de la nueva Carta Magna pronta a gozar del Apruebo ciudadano.
No entender el momento histórico por parte de los sectores conservadores, atrapados en un pasado que sucumbió al espíritu de transformaciones de la época, con las banderas del neoliberalismo y la herencia pinochetista en el suelo, representa el tránsito de un cuerpo moribundo al de un cadáver que no sabe por qué se está yendo de este mundo y que le va a costar asumir su condición de fantasma o huésped desconcertado de su estancia en el limbo.
El cambio de ciclo político y cultural no se trata de una disputa electoral más a las cuales están acostumbrados el partido del orden, las rancias élites retrógradas y los poderes fácticos venidos a menos con el despertar y empoderamiento ciudadano. Varios de ellos viven en el desconcierto de conceptos como diversidad y disidencias sexuales, movimientos LGTBIQ+, naciones originarias, familias multiespecies, transparencia y paridad como recurso de poder, sostenibilidad alimentaria, habitabilidad adaptativa, diálogos intergeneracionales, comunidades resilientes y diversas expresiones, visiones de mundo y cosmovisiones que se plantean sujetos radicantes abiertos a navegar nuevas rutas en la construcción de una sociedad plural, conscientes de que aún no existe un planeta B, pero sí la emergencia de planes alternativos transitables que cohabitan en la innovación colaborativa y la creatividad dialógica. Mucho de esto tuvo el ejercicio dialógico de la Convención Constitucional con todas sus imperfecciones.
Para millones de personas chilenas, extranjeros residentes e inmigrantes con derecho a voto en Chile, el texto constitucional que emana del arduo trabajo de los convencionales, con jornadas constituyentes maratónicas, por supuesto que no se trata de un trabajo impecable o perfecto, pero sí de un ejercicio experimental e institucional democrático y transparente, donde se pueden ver las cicatrices, temores y esperanzas de un país expuesto a conversar sobre sí mismo y con ansias de proyectarse más resiliente que adolorido, más erguido que cabizbajo por el peso de la noche. Una ciudadanía más expectante y con ganas de regalarse una nueva aurora.
Como canta Pablo Milanés, el texto de nueva Constitución “no habla de uniones eternas/ mas se entrega cual si hubiera (…)/ mas le gusta la canción/ que comprometa su pensar (…)/ No es perfecta, mas se acerca/ A lo que yo simplemente soñé». Así, zafados del mito de que se trata de una Constitución redactada por las izquierdas, entre otras cosas porque el texto borrador fue aprobado en cada párrafo y artículo por más de dos tercios de los convencionales en funciones y, además, porque distintas fuerzas que están por las transformaciones no se identifican en el clásico eje izquierda-derecha, ya que, incluso, esas figuras lineales no alcanzan a dar cuenta de un proceso político plural más cercano a las formas 3D y 4D de organización, participación, colaboración y coordinación política en este siglo XXI.
Este nuevo experimento chileno, contra todo pronóstico, cumplió con los difíciles plazos establecidos por el acuerdo político del 15 de noviembre del 2019, para redactar una nueva Constitución. Sin prórrogas y con precariedad material, tecnológica e institucional desde los primeros meses, los convencionales supieron sacar adelante la tarea que la ciudadanía les demandó. Entre otras cosas, la Convención y sus integrantes en su gran mayoría demostraron que no se requieren sueldos millonarios al nivel de senadores, diputados, ministros y asesores ministeriales para trabajar por Chile y su destino político institucional.
El breve espacio en que la Convención Constitucional se afanó durante nueve meses para sacar adelante el fruto de su inteligencia conversacional es un espacio-tiempo de gestación biológica, cuya ética varias veces se desencontró con su estética y una poética que se ha procesado, interpretado y publicitado de acuerdo con los intereses de quienes se han esmerado por ver fracasar el proceso constituyente. Así, el rol y juego de un Rojas Vade, de una Marinovic o un Núñez exhibieron la fealdad y lo grotesco de un momento que llenó las páginas o las imágenes de los medios de comunicación para denostar la labor de la Convención Constitucional.
Pero si más de alguien forjó sus esperanzas en ver a la clase entera repitiendo de curso o siendo expulsados del establecimiento por flojos, malintencionados o incompetentes, no le queda más que rendirse al producto de un trabajo, a veces complicado, complejo y caótico, dando a luz un texto plural cuyo borrador tiene la forma de Constitución larga, gruesa e imperfecta, abierta a las complementariedades legislativas que la pongan en régimen durante el proceso de transición constituyente, que se va a extender naturalmente más allá del plebiscito de salida.
La tarea de redactar una nueva Constitución se parece mucho a un Chile cada vez más quiltro y con ganas de vivir una nueva etapa de su joven vida democrática y republicana. A los convencionales se les sugiere volver a sus hogares, territorios, comunidades e identidades y no malinterpretar el momento para iniciar carreras políticas o protagonismos excesivos en la escena plebiscitaria o posplebiscitaria. El 4 de septiembre sabremos si se gradúan con nota 5,0 o más, pero promediado con el 8,0 del plebiscito de entrada, la nota final va a ser honrosa e histórica. A las derechas les queda tomar la decisión si “vamos por Chile” o van por reafirmar una nueva derrota electoral que los exponga nuevamente al breve espacio en que no están.