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Nietzsche y el proceso constituyente: de las tres transformaciones Opinión

Nietzsche y el proceso constituyente: de las tres transformaciones

Raúl Aedo Ibáñez
Por : Raúl Aedo Ibáñez Docente y consultor organizacional
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Un argumento que ha pegado fuerte, es que la Constitución se ha hecho con rabia y que nada con rabia se elabora adecuadamente. La división de poderes del estado de la revolución francesa, imaginamos entonces, fue elaborada por monjas carmelitas, sin un ápice de rabia y resentimiento. Es dable también pensar que todas las grandes obras, de todos tipos de arte, se han realizado con un frío cálculo e imperturbable flema. O que, en fin, los grandes cambios de la historia se han cocido bajo un fuego lento y profundamente amarillo.


Friedrich Nietzsche (1844-1900), es uno de los filósofos más conocidos, si es que no uno de los más importantes junto a Marx y Freud de los últimos 200 años. Los 3 fueron llamados por Paul Ricoeur “filósofos de la sospecha”. Popular por su amplio fondo filosófico y por su estilo literario lleno de suspicaces metáforas, analogías, símbolos y sobre todo frases incendiarias.

En el libro Así habló Zaratustra, el personaje principal (del mismo nombre), a los 30 años vive una revelación y se va a un monte a meditar por 10 años. Vuelve entonces a los 40 y en el mercado, un lugar atravesado por la economía, la lógica del cálculo y de la acumulación, pregona frases que para los presentes son irrisorias. Una de éstas es “Dios ha muerto” y culmina señalando a la gente, que se aproxima “el fin del último hombre” y “llegará el súper-hombre”. Los del mercado le responden “No gracias Zaratustra, preferimos al último hombre”. Luego de aquello, mientas un volatinero hace su acrobacia, Zaratustra proclama: “el hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre”. Termina la frase y el volatinero cae muerto. Zaratustra toma el cadáver y se va. Ahí comienza la historia.

El libro cuenta con 80 discursos, el primero llamado “De las 3 transformaciones”. Nietzsche expone – en un tiempo pretérito adrede- 3 estadios por los cuales debe pasar el ser humano antes de llegar a ser un Übermensch ( Trans-hombre o Súper-hombre). Parafraseando: “Fuimos camellos, luego leones y finalmente niños”. La primera etapa, camello, representa al pasado. La etapa León, lo actual y la etapa niño, el futuro – no tan futuro – de una realidad próxima esperada.

Etapa Camello

El camello representa el peso de la joroba. El peso de la tradición, el peso del deber y de las obligaciones. El camello es el animal domesticado y sometido al trabajo. Obligado a vivir en medio de algo que no eligió, ni donde se siente cómodo. El camello lleva su carga hasta deformar su cuerpo, renuncia a un caminar libre. Eso sí, lleva una carga de la que se lamenta pero que por otro lado busca. Considera que ese dolor le dignifica y le hace mejor. Desde el año 1980 hasta ahora, indudablemente hemos sido camellos. Nos han sometido a una Constitución subsidiaria, con leyes orgánicas, cuórums altos, conservadora y elaborada en dictadura; con un plebiscito con resultados sospechosos y bajo el paraguas del miedo. Pero como éramos camellos, no pudimos hacer nada. Recién el 2006 y luego el 2011, hubo algunos intentos significativos que algo lograron, pero lo medular se perdió entre la arena del desierto.

Etapa León

El león es una animal acechante, feroz, rey de la selva. Ruge de fuerza y de rabia y es capaz de doblegar con una natural violencia a otro animal que lo intente someter. Esto más que un medio de dominio, es un mecanismo de sobrevivencia. Estamos claros, el león “se pasa 3 pueblos”, pero dentro de él existe una rabia acumulada y originada del sentimiento de impotencia al mirar en un espejo negro a su camello interior. Mi rabia puede ser para algunos peligrosa -piensa el león – pero es 7 veces más benigna que una Carta Fundamental que ha amparado fallos que favorecen al lucro, declaran inconstitucional que un banco responda por una quiebra, que un ex presidente señale que el trabajo de 40 horas o retirar dinero de las AFP es inconstitucional. Eso es más peligroso -concluye- y por supuesto genera rabia. El león se revela contra lo que te intentan hacer de él, contra su camello interior, porque el león surge como reacción y contraposición a nuestra vida anterior.

Etapa niño

Una vez que fuimos leones, pudimos habilitar un tránsito hacia otro lugar. Después de habitar el león, fuimos niños. La figura emblemática para Nietzsche del superhombre es el niño. El niño olvida, pero no- en el sentido que no recuerda, sino de que suelta, vive en el presente y es creación pura. Para Nietzsche la clave es la creación. La creación de nuevos valores, de nuevas ideas y en síntesis, de lo nuevo, pero de lo nuevo de forma radical, inéditamente nuevo. El niño además es lúdico, juega y tiene una relación emancipada con las cosas, marca el advenimiento de otro tipo de identidad para el ser humano. Además y quizás lo más terribilis para el status quo, el niño es un ser abierto y lleno de posibilidades.

El niño no se interesa por detalles puntillosos sobre la perfección de un escrito, porque en su inocencia intuye que hay tiempo suficiente hacia adelante para perfeccionar las cosas. El niño no se preocupa si la casa es de sus padres o del estado, le importa que su familia esté bien, que no se refleje la tristeza por una casa indigna o porque la pensión de sus abuelos es miserable. Al niño no le importa que la justicia se llame sistema o poder judicial, le importa que el mundo sea justo.

El fin de una historia

Un argumento que ha pegado fuerte, es que la Constitución se ha hecho con rabia y que nada con rabia se elabora adecuadamente. La división de poderes del estado de la revolución francesa, imaginamos entonces, fue elaborada por monjas carmelitas, sin un ápice de rabia y resentimiento. Es dable también pensar que todas las grandes obras, de todos tipos de arte, se han realizado con un frío cálculo e imperturbable flema. O que, en fin, los grandes cambios de la historia se han cocido bajo un fuego lento y profundamente amarillo.

Esta rabia de la que se habla correspondería a un Chile León. Hay quienes se asustan con el rugido y querrán volver a ser un camello. Hay otros que sabrán que este león no es mas que un tránsito, una etapa para llegar al niño. No es fácil transitar de una etapa a otra, es todo un reto, incluso una apuesta, o peor aun, una apuesta arriesgada. Sin embargo con todo, nos diría Nietzsche, es más digno que retroceder para volver a ser un camello a perpetuidad.

El león es peligroso, pero el camello nunca reformará nada, pasará sin pena ni gloria por esta vida aferrado a la carga del miedo.

Un camello jamás será león. Un camello rechazará la emancipación de su amo y nunca reformará su vida, nunca reformará nada de verdad. No devendrá en león y por lo tanto no habrá un niño. Sin un niño, no habrá un hombre y menos un superhombre, ultra-hombre, trans-hombre o en el original de Nietzsche, un “Übermensch”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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