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Chile, el hazmerreír de los procesos constituyentes Opinión

Chile, el hazmerreír de los procesos constituyentes

Ariel León Bacián
Por : Ariel León Bacián Aymara quechua, ex Asesor parlamentario
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Ahora el eje político ha cambiado, estamos a merced de los embates de la derecha, viene una crisis económica insoslayable, y la inminencia de un nuevo estallido social. Quizás si la élite política de Chile logra viabilizar una Constitución que deje de dar la espalda al pueblo, garantizando mecanismos que permitan que la política se conecte con sus necesidades reales, dejemos de dar risa a un mundo que observa detenidamente cómo nos hemos farreado la oportunidad histórica de deshacernos de la Constitución de Pinochet y de los abusos que ella permite.


Quisiera en estas líneas, mostrar la visión de un ex asesor del Senado, de izquierda, pero por sobre todo indígena. Fui asesor del convencional quechua por escaños reservados, y renuncié voluntariamente los primeros días de febrero de 2022, muy desilusionado del proceso constituyente y a pocos días de haber logrado la paralización de la licitación del litio mediante una demanda judicial

La derrota del plebiscito de salida fue dolorosa, categórica, pero anunciada. Todos sabíamos que se venía un duro 04 de septiembre, cada quien hizo su esfuerzo previo, pero más bien eran esfuerzos individuales y fragmentados que una gran causa colectiva. Es que los egos predominaron, las agendas particulares luchaban a codazos para insertarse en un texto tironeado por una izquierda ansiosa de cubrir la realidad de indígenas, diversidades sexuales, animalistas, feministas, y de grupos heterogéneos, y los personalismos primaron sobre los objetivos colectivos.

Como quechuas, desde el inicio denunciamos el sistema de escaños reservados, la sobre representación mapuche, el mecanismo demográfico que nos sometía como minorías y nos determinaba como masa electoral y no como pueblos iguales entre sí. Arribamos a la Convención con profundas críticas y con un ánimo de desconfianza. De alguna manera, sabíamos que esto no era propiamente un proceso constituyente autodeterminado, debido al denominado “Acuerdo por la Paz” y las reformas constitucionales que de él nacieron y que fueron tramitadas en el Congreso Nacional. No obstante, tratamos de dialogar con todos los sectores, lo que fue muy criticado desde otros escaños reservados y algunos sectores de las organizaciones sociales y del PC. Creo que los resultados nos dieron la razón.

En base a lo anterior, afirmamos que el proceso constituyente fue un buen ejercicio jurídico, un buen ejercicio político en su instalación, un mal proceso político en su funcionamiento, y un pésimo ejercicio electoral. Y que en virtud de ello Chile es, hoy, el hazmerreir de los procesos constituyentes.

En lo jurídico, creo que el texto de la Nueva Constitución tiene grandes méritos, y así ha sido elogiado por destacados académicos nacionales y extranjeros de diversas disciplinas. Se podían “escofinar” ciertos errores en el texto final, sin duda, pero nada que afectara la esencia del texto. Tampoco era una Constitución de izquierda: no se tocó la minería, no se nacionalizó la banca ni los recursos naturales. Muchos señalaban que era una Constitución que daba estabilidad al capitalismo, permitiendo que el bienestar generado por el mismo llegara a las capas postergadas, pero que haya sido una Constitución de izquierda, puede decirse que sólo en algunos temas morales, pero no en materias económicas. Lo demás ha sido fake news, pese a quien le pese.

En lo político, hubo legitimidad de entrada. Fue un proceso sin fraudes, con un plebiscito de entrada ejemplar y de resultado categórico en favor del proceso, lo mismo con la elección de convencionales.

Pero lamentablemente faltó política durante su funcionamiento. No hubo diálogo entre los sectores más duros (derecha y organizaciones sociales). No he dicho llegar a acuerdos, eso es otra dimensión de las cosas, pero la política es diálogo, es conversar, cuestión que algunos convencionales vociferaban que no harían jamás con la derecha, incluso en sus discursos en el pleno. Eso dio espacio para que socialistas, comunistas y frenteamplistas monopolizaran las conversaciones con la derecha, mientras los movimientos sociales y escaños reservados confiaban en su mayoría apabullante, que les garantizaba ganar las votaciones en comisiones y pleno. Esa ausencia de política pasó la cuenta.

Pero el problema principal fue en lo electoral, que evidentemente era la dimensión más importante. El comportamiento excéntrico de algunos convencionales y sus declaraciones irresponsables, fueron determinantes en la desconfianza popular en el texto. En la política hay que ser y parecer. El pueblo de Chile, sometido a abusos centenarios, exige seriedad de parte de sus gobernantes. La seguidilla de errores no forzados y de pésimo marketing político, hizo plausibles los fake news de la derecha y el magistral uso del big data, incluso para muchas personas instruidas, no solo para sectores populares. Aquí cabe hacer mención especial a los episodios de Rojas Vade (quien reconoció haber mentido sobre un cáncer que lo afectaba) y Diego Ancalao (protagonista político del escándalo de las firmas de un Notario fallecido ante el Servicio Electoral). Este último, cuya precandidatura presidencial por la Lista del Pueblo fue debatida ampliamente en los patios de la Convención, incluso en su minuto era percibido como una amenaza a las pretensiones presidenciales de Gabriel Boric, con los sabidos resultados.

Ingenuidad, falta de experiencia, ego desatado, muchos elementos combinados fueron alimentando la debacle: Académicos narcisistas alegando supremacía intelectual; representantes de organizaciones sociales renunciando a la soberanía que les fue entregada por el pueblo al aceptar de manera sumisa argumentos académicos falaces que ocultaban interés y dependencia al poder transnacional; comisiones paralelas que redactaban las normas que serían votadas en las instancias formales y que operaban sin acta, como verdaderas cocinas, con presencia de convencionales y asesores de los sectores mayoritarios; representantes indígenas afectados de amateurismo político y divididos entre los que pertenecen al girardismo y los que no, disputa que, entre otros problemas, provocó tal demora en el documento base, que la consulta indígena se redujo a miserables 14 días. Súmese a ello la mora en el pago a los asesores, algunos de los cuales recién recibieron su primer sueldo 5 meses después de iniciar labores. Los convencionales de izquierda y de escaños, en un inconsecuente giro, se conformaban con meras declaraciones de apoyo y acusaciones a la Segpres, en vez de apoyar a sus asesores con sus propios recursos, como exigiría una mínima ética consecuente con los valores a los que dicen suscribir.

Ante el ya característico mote acerca de quienes tienen «menos calle que Venecia» o que «un par de pantuflas», la verdad es que ningún sector demostró tenerla, lo que inquieta para la actual discusión acerca de cómo se desarrollará el pretendido nuevo proceso.

[cita tipo=»destaque»]Por algo escondieron a los convencionales de casi todo acto y propaganda durante la campaña del Apruebo, pues por sus errores no forzados y forzados, en algún momento parecía que muchos trabajaban para el Rechazo.[/cita]

Hoy vemos muchas quejas de sectores de izquierda, representados en la Convención, de que la prensa dominante y «mercurial» sembró desinformación y desconfianza en los electores, y es cierto, pero las fake news, el big data, las encuestas falsas y las campañas difamatorias son cuestiones que se sabía que se iban a enfrentar. Esos mismos sectores de izquierda olvidan que sus partidos y orgánicas han renunciado a contar con Universidades o con diarios y canales de TV para educar al pueblo y difundir sus ideas. Una izquierda entreguista, carece hoy de instituciones de educación superior y de medios de comunicación, y vive justificándose con que la derecha cuenta con los suyos. El avisaje del Estado en el actual gobierno sigue destinado a los medios calificados de hegemónicos. Nos preguntamos hasta cuando la izquierda seguirá llorando con hipocresía la supremacía mediática de la derecha y tomará definitivamente responsabilidad de su proyecto político, sin venderlo a pedacitos como ha hecho hasta ahora.

Sin perjuicio de lo anterior, estos mismos sectores, se dignaron de contar con financiamiento en asesoría y cooperación de sus Ongs para los convencionales afines o militantes. Una de estas Ong, muy influyente en la redacción del Reglamento, incluso reconocía abiertamente recibir recursos del Departamento de Estado de Estados Unidos, de la Embajada del mismo país, y de Ongs ligadas a sus organismos de inteligencia, lo que evidentemente reafirmó la desconfianza de sectores de izquierda en el proceso.

Lo que se vive hoy es una farra histórica. Chile es el hazmerreir de los procesos constituyentes del mundo. Hay una responsabilidad política de los convencionales que ellos deben asumir. Sus carreras políticas deberían verse afectadas por el fracaso anunciado en numerosas encuestas, indicios, señales, avisos y advertencias de todo tipo. Haber ganado solo en 8 de 346 comunas en todo Chile, es un fracaso casi intencionado. Los territorios indígenas votaron casi en masa en favor del rechazo (salvo Rapa Nui y su tradicional excepcionalidad), lo que prueba el mal trabajo político electoral. Por algo escondieron a los convencionales de casi todo acto y propaganda durante la campaña del Apruebo, pues por sus errores no forzados y forzados, en algún momento parecía que muchos trabajaban para el Rechazo.

Ahora el eje político ha cambiado, estamos a merced de los embates de la derecha, viene una crisis económica insoslayable, y la inminencia de un nuevo estallido social. Quizás si la élite política de Chile logra viabilizar una Constitución que deje de dar la espalda al pueblo, garantizando mecanismos que permitan que la política se conecte con sus necesidades reales, dejemos de dar risa a un mundo que observa detenidamente cómo nos hemos farreado la oportunidad histórica de deshacernos de la Constitución de Pinochet y de los abusos que ella permite.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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