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Domingo de ramos, Dominga inmaculada Opinión

Domingo de ramos, Dominga inmaculada

Aníbal Wilson Pizarro
Por : Aníbal Wilson Pizarro Periodista. Ex funcionario Banco de Chile, ex columnista Diario La Epoca.
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El reciente rechazo a un atentado más en nuestro norte en una zona aún sin mancha, hermosa y con uno de los ecosistemas marinos más ricos del mundo, es la victoria de la sensatez por sobre un modelo obcecado, obnubilado por la ganancia a cualquier costo. Uno que no trepida en prometer imposibles ventajas por sobre el evidente efecto nocivo y pernicioso, lo suficientemente  determinado y ya resuelto por técnicos ambientalistas.

Se piensa que es la explotación del hierro su mayor atractivo. ¿No habrán considerado sus analistas bien documentados el sabio dicho popular: “Quien a hierro mata… a hierro muere”? O ¿tampoco habrán calculado el margen de beneficio de la empresa bajo la comparación de pérdidas y ganancias?  De ahí, de estas pecuniarias reflexiones, nace mi “Domingo de ramos”, para dejar en claro que esta celebración cristiana de la entrada de Jesús a Jerusalén, es simbólicamente  la “puerta de entrada” para dirigirse a la Pascua, (en hebreo “Pesaj” o “paso”). Paso a una mejor vida… a una Dominga inmaculada, sin mancha.

Mundialmente, es ya noticia que la crisis climática y el COVID-19 podrían ser claras alertas de la destrucción que el ser humano ha provocado en la naturaleza.
Queremos pensar que nuestras acciones no han provocado los difíciles momentos que hoy vivimos. Aún queremos negarlo. Las imágenes de grandes incendios en todo el mundo, la destrucción de la naturaleza y la reciente pandemia por coronavirus, son un mensaje claro para la humanidad, según el Jefe de Medioambiente de la ONU. También su representante, Inger Andersen, resaltó en una entrevista con The Guardian que  “las constantes presiones de la humanidad sobre el mundo natural se traducen en consecuencias perjudiciales para nosotros mismos”.

No hemos entendido que cuidar el planeta es cuidar nuestra permanencia en él. Algunos científicos consideran que el COVID-19 es un “claro disparo de advertencia”, ya que se sabe que existen muchas enfermedades en la vida silvestre que podrían ser mortales para el ser humano y, a pesar de esto, continuamos con el consumo de dichas especies.
La naturaleza nos está enviando un mensaje: nuestra contínua erosión de los espacios salvajes, santuarios de la naturaleza o simples campos aptos o susceptibles de extractivismo, nos ha acercado incómodamente a animales y plantas que albergan enfermedades que pueden saltar a los humanos. La naturaleza nos está enviando un mensaje claro… que ya no podemos ignorar.

Porque el extractivismo, que ha sido la extracción de minerales en América Latina, ha sido parte de una larga historia de desposesión y degradación ambiental que literalmente ha producido ciertos territorios de sacrificio. El extractivismo es un proceso que implica la movilización de grandes volúmenes de recursos naturales, generalmente no procesados, y la especialización en la monoproducción de los territorios. Esto conlleva la construcción de infraestructura que conecta sitios de extracción con los puertos, y el aumento de la demanda de energía.

Estas transformaciones se sostienen en el discurso del desarrollo, que afirma que a través del crecimiento de la capacidad de explotación de recursos naturales se podrá generar bienestar social. Por el contrario, diferentes trabajos muestran las disrupciones de comunidades y espacios locales por compañías transnacionales, o la presencia del Estado-nación en territorios históricamente excluidos, donde gobiernos progresistas o conservadores gestionan la escasa capacidad de distribución y la pérdida de acceso y control de recursos de las comunidades locales. El extractivismo  ha traído consigo, además, una serie de efectos sobre el trabajo, de impactos sociales, ambientales y sobre el cuerpo, los géneros y las identidades y diferentes formas de violencia abierta, sutil y latente. Todo esto constituye lo que se ha denominado “la caldera del diablo” es decir, una serie de contradicciones socioterritoriales que presionan a la sociedad en diversas escalas y que tiene resultados políticos inciertos.
Debemos repensar la interconexión que tenemos con el planeta. Si queremos tener un futuro equilibrado, desde ahora tenemos que convertirnos en aliados de la naturaleza. “Nuestro planeta se está convirtiendo en algo inhabitable y lo peor está por venir”, ha dicho recientemente Noam Chomsky, filósofo invitado virtual a Congreso Futuro.

Esta es nuestra oportunidad de reaccionar y crear un marco legal para evitar futuros contagios, crisis de salud o invasiones a un medio ambiente libre de basura contaminante y aún a salvo. No más zonas de sacrificio. La naturaleza debe ser reconocida, sus derechos deben ser reconocidos y respetados. Si no hacemos esto ahora, es posible que no tengamos otra oportunidad tan clara en el futuro para llevarlo a cabo.
La naturaleza nos está enviando un mensaje, escuchemosla, entendiéndola y por sobre todo…¡respetándola!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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