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A propósito de Rivas, Carter y la Dra. Cordero, cuando la política es un espectáculo  Opinión

A propósito de Rivas, Carter y la Dra. Cordero, cuando la política es un espectáculo 

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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La política-espectáculo se ha tomado la política chilena nuevamente, como antes de la crisis de los partidos y de las instituciones, que derivó en el estallido social de 2019. Por supuesto que aquí hay cuatro componentes que se mezclan en este tiempo y que, de seguro, generan dudas en un sector de la ciudadanía. Primero, quienes creen que por ser parlamentarios gozan de privilegios que los chilenos no tienen, como el no cumplir con sus obligaciones laborales, más aún siendo empleados del Estado, pagados por todos nosotros. Segundo, los que usan el populismo como una forma de lograr votos fáciles, pero que lamentablemente juegan con la fragilidad de las personas –como el sexto retiro o pensar que el narcotráfico parará derribando la casa de los más débiles de esa cadena delictual–. Tercero, los que no tienen nada que envidiar a los mismos que criticaron de la Convención y que hoy se disfrazan de sheriffs o cocineros. Y cuarto, aquellos que se sienten con la libertad de insultar, agredir y burlarse de los otros, aprovechando su tribuna pública.


Uno de los factores que más influyeron en la percepción negativa de la Convención Constitucional –mucha gente basó su voto en eso, sin conocer el texto– fue el comportamiento de algunos de sus integrantes. Personas vestidas de personajes infantiles o que votaban desde la ducha y, por supuesto, los que habían engañado a los electores, como Rojas Vade.

Sin embargo, el comportamiento de algunos políticos, en la actualidad, está superando con holgura a la tía Pikachu. Episodios en que han estado involucrados la Dra. Cordero, Kaiser, De la Carrera, Rivas, Jiles, Chahuán y Orsini, entre otros, dan cuenta de ello.

Hace unos días, Chilevisión presentó un reportaje acerca de los atrasos y engaños en que incurren algunos diputados. ¿Qué pensaran los ciudadanos cuando ven que parlamentarios llegan una hora tarde a su trabajo todos los días o marcan “tarjeta” –en la pantalla del PC– para aparecer presentes en Sala, pero abandonan su puesto 25 segundos después, como el caso de los diputados Lavín y Undurraga? ¿Cómo percibirán las personas la explicación dada por el diputado Gaspar Rivas, el que justificó sus permanentes atrasos debido a su TOC? “Me demoro en llegar porque limpio mi teléfono, el cable, la pantalla…”. Una vergüenza considerando que el resto de los chilenos y chilenas no pueden darse el lujo de abandonar sus trabajos o llegar tarde sin recibir sanciones o descuentos en su salario.

Claro que Gaspar Rivas nos tiene acostumbrados a sus numeritos en el Congreso. Se ha disfrazado de sheriff, ha llorado en sus redes sociales, además de pelearse a empujones con miembros de su mismo partido, del cual después fue expulsado.

También en el último tiempo, hemos visto en la Cámara de Diputadas y Diputados a parlamentarios vestidos de cocineros –para ironizar sobre los acuerdos políticos–, al senador Chahuán llegando con una guitarra a La Moneda –para burlarse del Presidente–, a Gonzalo de la Carrera amenazando e insultando a sus colegas –incluidos sus pares de derecha, como Diego Schalper–, dando combos en la testera y grabando a sus colegas de manera agresiva. Aunque algo más medido –al menos no ha cuestionado el derecho a voto de las mujeres, como lo hizo en 2020–, Johannes Kaiser sigue horrorizándonos con sus frases xenófobas y sus opiniones sin empatía, como cuando hace unas semanas, y en el contexto de la discusión del proyecto de ley que busca crear una pensión para los hijos de víctimas de femicidio, manifestó que se oponía porque pasarían a constituirse en un grupo “privilegiado”.

Y no olvidar el telefonazo de Maite Orsini a una general de Carabineros, y a Pamela Jiles “volando” por el hemiciclo de la Cámara y ahora presentando nuevamente la idea de un retiro de fondos previsionales –con una franja presidencial de disfraz–, pese a que las personas que más necesitan apoyo son aquellas a las que no les queda un peso en su cuenta de ahorro. No se le conocen otras iniciativas a esta diputada; claro, la creatividad no es un requisito para salir electo en este país.

Por otra parte, tenemos al alcalde Carter que, a lo Bukele, y aprovechando la sensibilidad por el tema de seguridad, monta un verdadero show mediático, en horario prime de los matinales, con cientos de policías y cámaras derribando “narco-casas” en sectores populares, sin importarle si estigmatiza a las personas de esos barrios y sin certeza de que correspondan verdaderamente a narcotraficantes o a parientes de esos delincuentes. Total, lo que prima es el rating, y el sacarles ventajas a sus rivales en la derecha. De paso, tratando de manera muy poco cortés al Presidente Boric, como si el problema de la delincuencia hubiera comenzado hace un año en Chile. Yo, en particular, encuentro que todas las medidas que ayuden a combatir este flagelo de la delincuencia y narcotráfico son bienvenidas, pero algo distinto es el espectáculo, con evidentes fines electorales.

Para el final hemos dejado el caso de María Luisa Cordero, una médico-psiquiatra que actúa sin respetar la ética médica, dando “diagnósticos” –según ella– en espacios televisivos y radiales durante años, para pasar después a la Cámara, pese a que se le ve más tejiendo que ejerciendo el cargo. Esta diputada –ese es su cargo actual, no está ahí como médica– de pensamiento hablado, suele descalificar a quien se le cruce por delante. La profesional ha tratado de indios y feos a Alexis y a Vidal, y señalado que su voto “vale 10 veces más” que el de una asesora del hogar, entre otras barbaridades. Hace solo una semana, dio a conocer –según ella– un diagnóstico del Presidente Boric, basado en una ficha médica a la que, supuestamente, habría tenido acceso. Lo trató de “enfermo mental” –una falta de respeto tremenda para una persona que forma parte de un poder del Estado–, dando a conocer aspectos que un médico tiene prohibido filtrar y que luego fueron duramente desmentidos por el profesional que ella indicó. Recordemos que, en tiempos de la dictadura, hubo profesionales que dieron su vida por proteger las fichas médicas e intimidad de sus pacientes. Bueno, por algo esta señora fue expulsada del Colegio Médico.

Pero el episodio en que se burló de manera brutal de Fabiola Campillai, sobrepasó todo límite. Sin mediar provocación, disparó de manera cruel, ironizando con la ceguera de la senadora. Además, luego señaló que no estaba dispuesta a ofrecerle disculpas, ya que era “su forma de ser” y lo que ella había hecho era un diagnóstico como médica. O sea, no solo mostrando cero empatía e incapacidad de decir “lo siento” o “me equivoqué”, sino que agravando la falta. Argumentó que lo había hecho para darle esperanza –realmente una burla– y que un médico no pide disculpas por un diagnóstico –¿es eso cierto?–. Dos alcances, además del hecho de que Cordero está ahí como parlamentaria y no como psiquiatra, no le ha tocado diagnosticar a la senadora, y tampoco es oftalmóloga.

La política-espectáculo se ha tomado la política chilena nuevamente, como antes de la crisis de los partidos y de las instituciones, que derivó en el estallido social de 2019. Por supuesto que aquí hay cuatro componentes que se mezclan en este tiempo y que, de seguro, generan dudas en un sector de la ciudadanía. Primero, quienes creen que por ser parlamentarios gozan de privilegios que los chilenos no tienen, como el no cumplir con sus obligaciones laborales, más aún siendo empleados del Estado, pagados por todos nosotros. Segundo, los que usan el populismo como una forma de lograr votos fáciles, pero que lamentablemente juegan con la fragilidad de las personas –como el sexto retiro o pensar que el narcotráfico parará derribando la casa de los más débiles de esa cadena delictual–. Tercero, los que no tienen nada que envidiar a los mismos que criticaron de la Convención y que hoy se disfrazan de sheriffs o cocineros. Y cuarto, aquellos que se sienten con la libertad de insultar, agredir y burlarse de los otros, aprovechando su tribuna pública. Estos últimos, como lo demostró el episodio de la diputada Cordero, en que la senadora recibió el apoyo unánime de todos(as) los(as) senadores(as) –una señal muy positiva y potente del Senado–, no deberían nunca más tener cabida en la política chilena.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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