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Problematizando los conceptos clásicos de la izquierda: ¿qué se entiende por socialismo hoy? Opinión

Problematizando los conceptos clásicos de la izquierda: ¿qué se entiende por socialismo hoy?

Eugenio Rivera Urrutia
Por : Eugenio Rivera Urrutia Director ejecutivo de la Fundación La Casa Común.
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La refundación socialista debe hacerse cargo de la forma en que las transformaciones de la sociedad capitalista en general y de la sociedad chilena en particular cuestionan la idea de que la clase obrera constituía el núcleo central del sujeto revolucionario.


En su libro La nueva izquierda chilena Noam Titelman indaga en la ideología de los partidos Revolución Democrática, Socialista y Comunista concluyendo: “Las izquierdas chilenas del siglo XXI, con matices, siguen viendo la superación del capitalismo como el horizonte de su quehacer político”; para señalar a continuación: “Sin embargo, es innegable que este horizonte se ha vuelto más una brújula, una dirección, que un lugar con claros contornos al que se busque llegar” (p. 83). Más adelante sostiene que la izquierda chilena se define como antineoliberal, pero, luego de preguntarse ¿qué es ‘neoliberal’?, sostiene que la respuesta no es clara, con lo que “el peligro de buscar superar algo que no se define es nunca saber si se ha dado un paso en la dirección correcta. No vaya a ser que el neoliberalismo, como tantas veces antes, muestre que las noticias sobre su muerte son prematuras” (p. 100). Arturo Fontaine Aldunate, en columna en El Mostrador, interpreta e interpela a Titelman y por su intermedio a la nueva izquierda señalando que lo que el autor dice “significa abandonar la revolución como ideal y abrazar el reformismo; abandonar ese socialismo cuyo ‘fin último’ es superar el capitalismo y abrazar el socialismo socialdemócrata. Eso no permite soñar tanto, pero permite gobernar mejor y progresar en democracia. Y permite vivir sin esa forma de alienación que es estar siempre escindido, buscando llegar a un lugar al que no se quiere llegar” (ver aquí). Se trata de un debate relevante cuyo esclarecimiento supone precisar lo que hoy entendemos por capitalismo, neoliberalismo y socialismo. En esta tercera columna de la serie problematizamos la tercera noción, socialismo.

Vea la primera parte aquí y la segunda aquí.

Los desafíos actuales del socialismo

La reconstrucción del proyecto político del socialismo o de la izquierda plantea una serie de desafíos políticos y teóricos. Debe resolver, primero, la pregunta acerca de su pertinencia en la sociedad digital, de cómo se articula esta demanda con otras como la feminista, la ecologista, la igualdad entre las razas, y la superación del nacionalismo para enfrentar las migraciones. No se trata de un problema sencillo. Las experiencias socialistas, identificadas con el llamado “socialismo realmente existente”, no representaron una solución para ninguna de estas demandas. Más aún, pareciera que son las sociedades capitalistas o socialdemócratas en los términos de Piketty (Capital e ideología, 2019) las que aparecen más avanzadas en relación con todos estos temas. Sin duda que estos mayores avances (sociedades que en todo caso presentan grandes diferencias entre sí) han sido posibles por la existencia de Estados de derecho que respetan los derechos civiles y políticos y que, por tanto, hacen posible la movilización ciudadana en función de esos objetivos. 

Implica también resolver qué significa hoy “socialismo”. Históricamente, se entendía como socialismo la propiedad estatal de los medios de producción (en algunos casos, ello implicó además la eliminación casi completa de la propiedad privada). La experiencia dejó en evidencia que la propiedad estatal no significó un real control social de la producción (Eric Olin Wright “Realen Utopien”, 2010; Piketty, 2019); por el contrario, sirvió de base a un poder burocrático por sobre la clase obrera y la población en general. Una segunda característica del socialismo realmente existente fue el intento de sustituir completamente el mercado por la planificación centralizada. Aun cuando este modelo enfrentó ya problemas en las fases iniciales, fracasó, totalmente, cuando la elevación de los niveles de vida ganó en prioridad. El colapso endógeno de una buena parte de los países del socialismo realmente existente es una evidencia elocuente de lo inconducente y lo errado de pretender prescindir del mercado.

El colapso del socialismo realmente existente o la orientación hacia el capitalismo del comunismo chino o la monarquía comunista de Corea del Norte o la imposibilidad de Cuba de superar las dificultades del bloqueo para encontrar la posibilidad de un cierto desarrollo económico y luego de 60 años “no estar todavía maduro para instalar un sistema democrático”, complican la idea de un nuevo tipo de sociedad. En Chile, en AL y en otras partes del mundo esta situación se ha pretendido solucionar levantando como consigna de los socialistas el antineoliberalismo. 

Pero quizás más importante que lo anterior, la apuesta por la refundación socialista implica un ajuste de cuentas con lo que fue y es el modelo político del socialismo realmente existente: la dictadura del proletariado. En efecto, históricamente nuestra lucha por los derechos civiles y políticos ha sufrido y sufre serios problemas de credibilidad por la falta de una condena clara y oportuna de los regímenes totalitarios de parte de algunos sectores de la izquierda, así como de experiencias como la venezolana o la nicaragüense. No obstante, ello es solo parte del problema que debe encarar la refundación socialista. Es indispensable además entender cómo fue posible que partidos que habían levantado históricamente las demandas de libertad e igualdad fueran protagonistas de estos sistemas. Es importante, además, pues como han sostenido significativos sectores, la experiencia totalitaria entrega importantes elementos para una mejor comprensión del desafío democrático (Lefort, 2007, “Complications. Communism and the Dilemmas of Democracy”).

La refundación socialista debe hacerse cargo de la forma en que las transformaciones de la sociedad capitalista en general y de la sociedad chilena en particular cuestionan la idea de que la clase obrera constituía el núcleo central del sujeto revolucionario. Dos aspectos generales son relevantes. La primera es que la clase obrera industrial tradicional ha dejado de ser (si es que lo fue en algún momento) la mayoría de la sociedad. La segunda, es que, desde hace tiempo, ese sector de la sociedad dejó de no “tener nada que perder” y a todas luces ha dejado de ser un grupo social revolucionario (al menos en el sentido tradicional del término) (Cohen, 2014, “Por una vuelta al socialismo”, 235 – 236).

Por el contrario, la experiencia deja en evidencia que, en muchas partes, por ejemplo, en Francia, el antiguo electorado comunista forma parte de la base de los Le Pen. Esta situación confirma las dificultades de compatibilizar la idea socialista con, por ejemplo, un tratamiento adecuado de las migraciones. La propia evolución de la sociedad chilena evidencia la reducción de la participación de la clase obrera como en la fuerza de trabajo; la aparición de lo que algunos han llamado precariado, que presenta características de un grupo social consistentes. Del mismo modo aparecen nuevos grupos medios (que junto con otros sectores constituyen el “nuevo pueblo” en los términos de Carlos Ruiz) y otros que aparecen jugando un papel de gran importancia en la sociedad chilena.

Asociado a lo anterior son muchos los que sostienen que, luego del colapso del socialismo realmente existente, no hay alternativa al capitalismo. Fue lo formulado por Francis Fukuyama en su libro El fin de la historia y el último hombre. No obstante, entre los propios socialistas una idea similar es frecuente. En el contexto de las teorías de las “Variedades de capitalismo” (Esping – Andersen; Hall, Peter A. y David Soskice; Aldo Madariaga, Vivien Schmidt) se reafirma con frecuencia que de lo que se trata es de luchar por el mejor capitalismo posible. En el propio debate político nacional, y en los diferentes sectores que componen la izquierda, se aduce con frecuencia que lo que se está buscando es “simplemente” es construir sociedades como las europeas, en particular las nórdicas. Incluso los comunistas (pese a que se siguen denominando marxistas leninistas) declaran que persiguen un programa socialdemócrata (al menos como primer paso táctico).

En este contexto, algunos han propuesto la refundación de una socialdemocracia “reinventada” en Chile. Sin duda la socialdemocracia en muchos países de Europa articuló, en particular luego de la Segunda Guerra Mundial, de forma innovadora las aspiraciones de libertad e igualdad en democracia y se constituyó en uno de los artífices fundamentales del Estado de Bienestar que transformó el capitalismo. No obstante, ello es en buena medida historia. La socialdemocracia ha tenido dificultades para levantar una alternativa al neoliberalismo y reinventarse luego del fracaso de la Tercera Vía. Una recreación de la socialdemocracia hace necesario una revisión crítica de esa experiencia y, al mismo tiempo, de la gestión de la Concertación que para muchos fue la expresión nacional de la Tercera Vía.

En tal sentido, no basta sostener que la nueva socialdemocracia debe integrar el concepto clásico socialdemócrata con el ecologismo, el feminismo y la innovación como si fuera una simple suma de convicciones. En efecto, la socialdemocracia histórica es tributaria de una visión machista de la sociedad (el propio Estado de Bienestar en varios países de Europa está concebido sobre la base del hombre proveedor y la mujer encargada del hogar y los hijos) y una comprensión del crecimiento poco atenta a los problemas medioambientales.

Del mismo modo, pesa a los avances, la socialdemocracia ha tenido grandes dificultades para reponer la idea socialista en el contexto del fin de las sociedades homogéneas luego de la Segunda Guerra Mundial. Quizás la principal dificultad que ha enfrentado la socialdemocracia es persuadir a su base que está en el interés de los trabajadores una actitud positiva hacia los migrantes y hacia una sociedad multicultural y multiétnica. La apuesta a favor de que es posible “reinventar la socialdemocracia en base a un pensamiento postnacionalista y multirracial” no ha prosperado, lo cual se expresa en la pérdida de la base socialdemócrata en favor de los partidos de ultraderecha.

Thomas Piketty, en su libro Capitalismo e ideología (2019) realiza un balance interesante de la experiencia socialdemócrata. El autor denomina sociedades socialdemócratas el conjunto de las prácticas políticas e institucionales orientadas a encuadrar socialmente el sistema de propiedad privada y el capitalismo. Estas sociedades se caracterizan por una fuerte reducción de la desigualdad y muestran una gran diversidad, siendo el caso sueco el paradigma principal. No obstante, la experiencia socialdemócrata no logra sus objetivos plenamente.

Entre las causas de ello, Piketty destaca el que las instituciones socialdemócratas, esto es, el sistema legal, el sistema de seguridad social, el sistema educativo y el sistema fiscal se establecieron bajo el signo de la urgencia luego de la Segunda Guerra Mundial y no alcanzaron a pensarse como un todo coherente. Los sistemas socialdemócratas se apoyaron, además, solo en las propias experiencias, sin mayor consideración de los aprendizajes desarrollados en otros países. En lo referido al sistema de propiedad, para equilibrar el poder que emana de la propiedad privada, habría sido necesario avanzar más en la propiedad pública o estatal, en la propiedad social –que se traduce en la participación de los asalariados en la dirección de las empresas y en la propiedad de las acciones y la propiedad temporaria, donde los propietarios más afortunados entregan una parte de lo que poseen a la sociedad, por ejemplo, a través, de un impuesto progresivo (p. 641)–.

Todo esto no se logró en la experiencia socialdemócrata, por lo que no fue posible enfrentar el regreso formidable de la desigualdad sobre los hombros de la contrarrevolución neoliberal. El autor realiza un análisis pormenorizado de los problemas que enfrentaron las diferentes sociedades socialdemócratas y que permitieron la imposición del “hipercapitalismo”, una sociedad entre la modernidad y lo arcaico.

¿Una nueva idea de socialismo?

David Harvey, en el libro citado, no designa el socialismo como el objetivo a alcanzar, sino que precisa las características del mundo por el que, según su opinión, hay que luchar. Entre las que cabe destacar la provisión directa de bienes de uso por sobre la producción orientada por la ganancia, la sustitución de la oposición entre propiedad privada y poder estatal por regímenes de derechos comunes, cuya gestión radica en asambleas populares y asociaciones. También la prohibición de la apropiación de poder social por parte de personas privadas. Esto se puede ver facilitado, pues las divisiones tecnológicas y de trabajo son reducidas por el uso de la automatización, robotización e inteligencia artificial. Se propone impulsar una amplia diversificación de formas de vida y libre movimiento, abolición de todas las desigualdades en la provisión material, igualdad en el acceso a los servicios y bienes fundamentales, convergencia a una economía de cero crecimiento (con espacio para desarrollos geográficos desiguales), máxima protección de los ecosistemas y personas libres de toda alienación (2014, 255 – 256).

Entre los problemas fundamentales que afectan la propuesta de este autor cabe destacar los siguientes: 1) con un lenguaje más actual, e incorporando temas nuevos, formula una propuesta de superación del capitalismo que reproduce la idea inicial de la tradición marxista, sin tomar en cuenta que ese proyecto político trajo consigo lo que Chantal Mouffe ha denominado “la trágica experiencia del socialismo al estilo soviético” (Mouffe, 1995, 1 – 2) Sus propuestas ignoran los problemas que la subordinación del objetivo de la ganancia y el rol del mercado en la coordinación de las decisiones económicas y las dificultades políticas que su realización implica.  

En su ya citado libro Capitalismo e ideología, Piketty reivindica un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI, esto es, un horizonte igualitario de dimensión universal, una nueva ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación y de la distribución de los conocimientos y los poderes. Se trata de un enfoque más optimista respecto de la naturaleza humana, y también más preciso y convincente que las narrativas anteriores, pues sostiene que está anclado más sólidamente en las lecciones de la historia global.

Axel Honneth, en su libro La idea de socialismo (2016), incursiona en otras preocupaciones. Su punto de referencia es la Revolución francesa que se planteaba la lucha por la igualdad, la libertad y la fraternidad, y la constatación realizada por los socialistas de que la igualdad brillaba por su ausencia y que la libertad era solo la que permite la propiedad privada. Eso los llevó a la idea generalizada de que la libertad social se alcanzará una vez que el modo de producción capitalista sea sustituido por la libre asociación de los productores. Esta idea tiene graves consecuencias.

La primera, es que se desdibuja la importancia de la lucha política, la lucha por la ampliación de los derechos civiles y políticos en el logro de la libertad social. Del mismo modo, se pierde de vista la relevancia de las otras esferas de la vida en el avance por la igualdad, la libertad y la fraternidad. Ello es particularmente consecuencial para conceptualizar la importancia del derecho y de lo político y la política para el avance de la ciudadanía democrática (concepto inexistente durante mucho tiempo para el pensamiento marxista). La falta de atención a estas dimensiones tuvo un impacto en la forma en que se pensó lo que sería el socialismo realmente existente. En efecto, la idea de que la estatización de los medios de producción (que se entendía como el mecanismo de socialización de la economía) produciría casi automáticamente las condiciones para alcanzar la liberación de la clase obrera industrial y, por tanto, de toda la humanidad, llevó a que fuera plausible que en el período de transición se renunciara a la idea de libertad, democracia y a los derechos humanos fundamentales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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