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Nueva Izquierda y superación del capitalismo Opinión

Nueva Izquierda y superación del capitalismo

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Arturo Fontaine
Por : Arturo Fontaine Universidad Adolfo Ibáñez y Universidad de Chile.
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Noam Titelman, autor de La nueva izquierda chilena, afirma que “el fin último” de las izquierdas chilenas es un lugar al que no se busca llegar. Esta es una gran paradoja de las izquierdas. El “fin último” es un ideal que la praxis obliga a traicionar. Es un caso de lo que los psicólogos llaman “disonancia cognitiva”. ¿No arranca de ahí, de esa praxis que traiciona “el fin último”, la crítica y la decepción de la nueva izquierda respecto de la Concertación? ¿Y no le ocurrirá lo mismo a los universitarios de hoy respecto de la nueva izquierda después de este gobierno reformista del que forma parte?


Es sumamente difícil hacer lo que hace Noam Titelman en este libro. Y esa dificultad se disimula. Hay lucidez y hay ligereza. Hay compromiso con una corriente política que llama “la nueva izquierda” y, a la vez, dudas. Como dice la ex Presidenta Bachelet en su excelente prólogo: “Hay en este libro un tono de alerta”. Hay datos y citas y lecturas académicas sesudas. Pero Titelman se las arregla para que todo eso quede sumergido. No hay densidad sino fluidez. La prosa de Titelman es sencilla, precisa, luminosa y ágil. Titelman nos enseña sin jamás dar la lata.

El libro se lee rápido, pero lo que dice se queda dando vueltas lentas.

La pregunta que recorre el libro de pe a pa es una sola: ¿qué es la izquierda chilena hoy? Uno presiente, y esto es lo atractivo, que el autor busca la respuesta junto con el lector.

Una manera en que se aborda esta pregunta es acudiendo a la historia del Frente Amplio. Otra manera, es examinar la ideología de los partidos en sus principios y resoluciones de sus congresos programáticos. Otra, examinar los votantes. Otra, examinar las desigualdades que justifican a la izquierda.

Indagar en los orígenes del Frente Amplio arroja este resultado: se trata de reunir “las preocupaciones por “el fin del mundo” (ecología) con el “fin de mes” (derechos sociales)” (p. 56).

Indagar en la ideología de los partidos Revolución Democrática, Socialista y Comunista arroja el siguiente resultado. Las izquierdas chilenas coinciden, cito, “en el fin último”. ¿Cuál es este fin último compartido? Cito: “… Las izquierdas chilenas del siglo XXI, con matices, siguen viendo la superación del capitalismo como el horizonte de su quehacer político”. A mí esto me intriga. Luego se agrega una reflexión del autor: “Sin embargo, es innegable que este horizonte se ha vuelto más una brújula, una dirección, que un lugar con claros contornos al que se busque llegar” (p. 83).

Más adelante hay una sección que se llama “La izquierda chilena se define como antineoliberal, ¿pero qué es ‘neoliberal’?”. Para el autor la respuesta no ha sido clara. “El peligro de buscar superar algo que no se define es nunca saber si se ha dado un paso en la dirección correcta. No vaya a ser que el neoliberalismo, como tantas veces antes, muestre que las noticias sobre su muerte son prematuras” (p. 100).

Me detengo en el “fin último” de las izquierdas chilenas de nuestro siglo XXI –“superar el capitalismo”– que el autor detecta y, luego, sugiere que es solo “una brújula… más que un lugar… al que se busca llegar”. Desde mi punto de vista, este es el problema principal que debe enfrentar la nueva izquierda.

La cuestión ya la abordó Michel Foucault, que venía de una tradición marxista y fue siempre un hombre de izquierda. “El socialismo carece de gobernamentalidad autónoma”, afirma Foucault. “Gouvernementalité” es el término que inventa Foucault. La realidad del socialismo consiste en que o se acopla al mercado o al Estado Policial. En la Alemania de fines de los 70, el primer caso se daba en el socialismo socialdemócrata de Helmut Schmidt y, el segundo, en el socialismo estatista de Erich Honecker. Un ominoso muro dividía ambas sociedades.

El problema lo vemos hoy en Venezuela. Chávez llega al poder democráticamante el 2009 y establece su socialismo del siglo XXI estatizando los medios de producción. La vía de Chávez es legal-democrática. Concentra todo el poder como lo hacen los autócratas de hoy, de diversos colores, sin romper la legalidad formal. Chávez logra superar, por fin, el maldito capitalismo.

Luego viene Maduro y sí rompe la legalidad democrática. Ya es otra cosa, ya es un dictador.

El Estado Policial no fue, pienso, un objetivo, sino una consecuencia indeseada. Indeseada pero virtualmente inevitable, dada la estatización de los medios de producción y el manejo de la economía a partir de una planificación central, es decir, fue el resultado del intento por superar el capitalismo. El Estado Policial surge para cumplir con lo planificado, para castigar el mercado negro, por ejemplo, y de ahí va escalando. A falta de estímulos de mercado, se termina recurriendo a la coerción. A falta de zanahoria, garrote.

En la concepción de Foucault, se adoptaron prácticas contrarias a la gobernamentalidad, se adoptó un enfoque que no ve en el mercado lo que, a su juicio, es: un criterio de validación o invalidación de las políticas económicas.

A la larga, ese socialismo estatista no hace historia –salvo como gran utopía y, después, como gran fracaso–. Más ha cambiado el mundo Steve Jobs que Lenin o Fidel Castro. Elon Musk o Sam Altman, CEO de la empresa dueña de GPT 4, que el Che Guevara. Las grandes transformaciones políticas y socioeconómicas que se prometen son una pálida sombra ante las profundas transformaciones de nuestra vida cotidiana que lleva a cabo el capitalismo. Son transformaciones reales y vertiginosas. Ocurren bajo nuestras narices. El capitalismo competitivo está en plena ebullición. Y eso pese a sus muchas fallas, y las trampas, mezquindades y miserias de tantos y tantos capitalistas que tienden a evitar la competencia.

¿Por qué corren tanto los árbitros en los partidos de fútbol? Porque tienen que estar cerca de la jugada, pues los jugadores cometen infracciones a cada rato. Por lo mismo necesitamos un Estado rápido y fuerte, capaz de seguir las jugadas con atención y detectar y sancionar a tiempo y con severidad las infracciones de los empresarios.

Pero ponerle la proa al capitalismo es ir a ponerse en la popa de la historia, escoger ser vagón de cola. Para usar una vieja expresión muy común entre los marxistas de antes: es ser yunque; no martillo.

El socialismo no tiene por qué meterse en ese callejón sin salida que es intentar la superación del capitalismo. Y, de hecho, los socialistas de la Concertación y la Nueva Mayoría no lo hicieron. La nueva izquierda puede ser una variante, una corrección del capitalismo.

El problema se lo planteó el partido de Marx, la Social Democracia alemana en 1959, en Bad Godesberg. El partido se desprendió del marxismo, aceptó la propiedad privada de los medios de producción y la libre elección de los consumidores. En suma, adoptó el capitalismo. Planteó, cito: “Competencia todo lo posible. Planificación siempre que sea necesaria”.

Foucault detecta aquí algo propio de la modernidad: la legitimidad de los gobiernos está ligada al crecimiento económico. Piensa que la legitimidad del Estado alemán post Hitler, del Estado alemán como tal, se construye sobre el crecimiento económico. Los invito a reflexionar sobre esto. Puede arrojar luces sobre problemas que nos aquejan.

Porque las preocupaciones por el “fin del mundo” (ecología) y “el fin de mes” (derechos sociales) que están, según el autor, en el corazón de la nueva izquierda se podrían canalizar por la vía de un capitalismo distinto. Más que superar el capitalismo, quizá el desafío de la nueva izquierda sea reinventar el capitalismo y reinventar el papel del Estado respecto de él.

Por ejemplo, para evitar “el fin del mundo”, hay que detener el calentamiento global. Es el gran desafío de esta generación. ¿Se podrá conseguir desde un mero ascetismo individual? Si se da a escala social, pienso que la tecnología de las empresas es insustituible. Los autos eléctricos despegan por Tesla, la empresa de Elon Musk. La sustitución del petróleo por hidrógeno verde será liderada por grandes empresas privadas. Y el Estado debe actuar vigorosamente con el fin de crear las condiciones para ese desarrollo. Es una oportunidad extraordinaria para Chile, pues, como se sabe, aquí hay ventajas naturales para ese desarrollo. Pero no basta. Se necesita también una institucionalidad y un Estado adecuados. Es decir, consensos políticos que legitimen y den estabilidad a las políticas adecuadas. Y esto no ocurrirá si las izquierdas se oponen.

Lo mismo vale, me parece, para “el fin del mes”, para los derechos sociales. En Bolivia se garantizan todos los derechos sociales imaginables. Lo mismo en Ecuador. En el plano institucional parecen socialdemocracias. Pero la realidad es que esos derechos quedan en el papel. No porque la ley establezca un servicio nacional de salud como el NHS inglés vamos a tener ese nivel de atención de salud.

Los derechos sociales por sí mismos no transformarán Chile en Dinamarca. Para vivir como en Dinamarca hay que tener un ingreso per capita de 68 mil dólares. No de 16 mil. Canadá tiene un sistema estatal de salud y es un país capitalista. En Singapur la educación es estatal y es un país emblema del capitalismo. En Holanda dos tercios de sus alumnos están en la educación particular subvencionada y es una sociedad capitalista socialdemócrata. Lo que quiero decir es que el capitalismo es dúctil.

El autor afirma que “el fin último” de las izquierdas chilenas es un lugar al que no se busca llegar. Esta es una gran paradoja de las izquierdas. El “fin último” es un ideal que la praxis obliga a traicionar. Es un caso de lo que los psicólogos llaman “disonancia cognitiva”. ¿No arranca de ahí, de esa praxis que traiciona “el fin último”, la crítica y la decepción de la nueva izquierda respecto de la Concertación? ¿Y no le ocurrirá lo mismo a los universitarios de hoy respecto de la nueva izquierda después de este gobierno reformista del que forma parte?

Llega, entonces, la hora de abandonar de una buena vez ese “fin último”, esa “brújula” cuyo Norte es el pasado. Es lo que se sigue, me parece, de lo que el autor dice entrelíneas. Esto significa abandonar la revolución como ideal y abrazar el reformismo; abandonar ese socialismo cuyo “fin último” es superar el capitalismo y abrazar el socialismo socialdemócrata. Eso no permite soñar tanto, pero permite gobernar mejor y progresar en democracia. Y permite vivir sin esa forma de alienación que es estar siempre escindido, buscando llegar a un lugar al que no se quiere llegar.

 


*Extracto de la presentación del libro La nueva izquierda chilena (Ariel, 2023) de Noam Titelman, el 24 de mayo de 2023.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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