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La arrogancia de occidente Opinión

La arrogancia de occidente

Por otra parte, el artículo del señor Kennedy encarna a la perfección el otro disparate de moda en la percepción occidental de esta guerra, pues señala textualmente que “el mundo respalda a Ucrania”. ¿China respalda a Ucrania? ¿India respalda a Ucrania? ¿Pakistán respalda a Ucrania? ¿Irán respalda a Ucrania? ¿Sudáfrica respalda a Ucrania? ¿Brasil respalda a Ucrania? La respuesta a las seis preguntas es un no rotundo.


Hace un par de días, el señor Nicholas Kennedy, Encargado de Negocios de la Embajada Británica en Santiago, escribió un artículo de opinión conmemorando la independencia de Ucrania de la Unión Soviética y celebrando “la fuerza, resiliencia e identidad del pueblo ucraniano y de su increíble espíritu, resistencia y valentía, valores que prevalecerán frente a la agresión y las atrocidades rusas.”  Aparte de esta impresión laudatoria del pueblo invadido —cosa que no amerita discusión—, su discurso es una manifestación de la burda línea editorial de los antiguos imperios europeos, la cual consiste en presentar la guerra ruso-ucraniana como un western de héroes contra villanos. En todo occidente, los grandes consorcios mediáticos (sean privados o públicos), repiten la misma cantinela día y noche, con una censura corporativa obscena que asemeja demasiado a la censura estatal de aquellos países “enemigos de la libertad”. Según la incesante vocinglería occidental, todo se reduce al acto espontáneo de un sátrapa, pues un día, sin provocación alguna, al señor Vladimir Putin se le ocurrió invadir Ucrania. Así, tal cual. El nuevo “Hitler” invadió a la pobre y desvalida Ucrania durante un achaque de megalomanía imperialista y nostalgia soviética. 

El mayor problema de esta visión no es que se fundamente en un cúmulo de simplificaciones, embustes y faltas a la verdad, sino en que el supuestamente educado público del primer mundo se traga sin asco esta pastilla informativa. Un caramelo mediático indigesto diseñado hace mucho tiempo en Estados Unidos, con el objetivo de que todos los miembros de la OTAN lo repitieran como un mantra, desde políticos a periodistas, y desde lumbreras académicas hasta el ciudadano común y silvestre. Pero cualquier lector medianamente informado sabe que esto no partió con un arrebato de Putin. Viene del año 2014, cuando Yanukovych, el entonces presidente electo de Ucrania, fue derrocado por vías de facto y el país se sumió en un conflicto social, político y étnico que derivó, tristemente, en una guerra civil. 

Sea cual sea la postura que se adopte, toda interpretación de esta tragedia debe partir de estas circunstancias y considerar escalas de grises. Pues, si bien es cierto que Rusia no respetó el derecho internacional al invadir a Ucrania, también es cierto que ya en 2014, altos representantes de Estados Unidos viajaron a Kiev a remover el avispero del Maidán, como fue el caso del senador John McCain y la entonces Secretaria de Estado Asistente Victoria Nuland. Esta última —una necon llegó a la desfachatez de bromear durante una conferencia de prensa, admitiendo el hackeo de una llamada telefónica entre ella y el embajador estadounidense en Kiev, donde ambos discutían acerca de qué presidente poner en Ucrania como si se tratase de piezas de ajedre. Conversación donde, adicionalmente, la señora Nuland se sinceró respecto a la relevancia de sus aliados europeos en el asunto (literalmente dijo “fuck the EU”). En síntesis, el conflicto es multifactorial, complejo, arrastra casi diez años, implica a más actores que a Rusia y Ucrania y no se puede explicar con una postura tan maniquea.

Por otra parte, el artículo del señor Kennedy encarna a la perfección el otro disparate de moda en la percepción occidental de esta guerra, pues señala textualmente que “el mundo respalda a Ucrania”. ¿China respalda a Ucrania? ¿India respalda a Ucrania? ¿Pakistán respalda a Ucrania? ¿Irán respalda a Ucrania? ¿Sudáfrica respalda a Ucrania? ¿Brasil respalda a Ucrania? La respuesta a las seis preguntas es un no rotundo. Y esa negativa se extiende a otros países que, sumados a los primeros, superan la mitad de la población global. ¿Quién es “el mundo”, entonces, para el señor Nichols Kennedy? ¿El mundo se reduce a occidente? ¿No cuenta la opinión de China o India para la diplomacia británica? El enorme dislate del relato occidental de la guerra ruso-ucraniana es arrogarse una posición de “portavoz del mundo”. A mi juicio, tal arrogancia (porque no es otra cosa) excede un mero error de percepción: es un resabio vibrante de colonialismo y de la noción de “misión civilizadora” con que los europeos subyugaron a gran parte del orbe.

En vista de lo anterior, estimo aconsejable que todo portavoz diplomático observe un mayor grado de prudencia en sus opiniones públicas, especialmente si estas se refieren a guerras, invasiones y violaciones a las normas de derecho internacional; y todavía más especialmente si el hablante representa a la corona británica, pues, si la memoria de corto plazo no me falla, Inglaterra participó con bombos y platillos en la invasión ilícita de Irak en 2003, un conflicto armado sin casus belli y basado en mentiras que arrasó aquel país y se cobró la vida de un millón de personas. Y si recapitulamos brevemente la historia de los últimos tres siglos, el nivel de prudencia impondría guardar silencio, un silencio reflexivo, habida cuenta del prontuario del imperio británico. Sin ir más lejos, el Reino Unido fue a guerrear a Crimea en el siglo XIX, sin otro motivo que incrementar sus tentáculos imperiales. Entre otras gestas altruistas, invadió China junto a una coalición de potencias europeas, humillando al gigante asiático y protegiendo sus intereses en el tráfico de opio (el cual diezmaba a centenares de miles a la población china). Los corsarios ingleses también dictaron cátedra de derecho internacional en los mares de Sudamérica, dedicándose al pillaje y atacando a las poblaciones civiles de Buenos Aires y Montevideo. En Oceanía, los funcionarios reales dieron conferencias de paz y soberanía a los aborígenes. En África, seguramente, todavía los historiadores recuerdan con cariño la delicadeza inglesa para con los millones de seres que esclavizaron y redujeron al estatus de “bien mueble”. Y eso sin entrar a hurgar en los otros millones de muertes y atrocidades perpetradas en India, Birmania, Pakistán y otras latitudes asiáticas.

Finalmente, el relato maniqueo de buenos contra malos no sirve de nada; si occidente —valga decir, Estados Unidos y sus alfiles de la OTAN— quiere la paz, urge detener esta “proxy war” que diezma a Ucrania y negociar en términos reales geopolíticos, tal como se hizo en la Crisis de los Misiles de Cuba en 1962. El mundo del señor Kennedy parece olvidar que Rusia posee miles de cabezas nucleares operativas y una necesidad de proteger sus intereses de seguridad, al igual que Estados Unidos, Inglaterra, China o cualquier potencia. Armar a Ucrania hasta los dientes, bajo el pretexto que sea, únicamente aumenta las probabilidades de un holocausto planetario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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