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Los 100 años del golpe: Chile 2073 Opinión

Los 100 años del golpe: Chile 2073

Cristián Zuñiga
Por : Cristián Zuñiga Profesor de Estado
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¿Cómo será el Chile que conmemorará los 100 años del golpe? ¿Cómo se sentirá y se configurará el sujeto que habite este país en septiembre del año 2073?


Imaginar la conmemoración 100 del golpe militar –algo que perfectamente podría motivar un guion para alguna serie futurista– cuando ni siquiera conocemos el desenlace de la conmemoración de estos 50 años, parece un ejercicio absurdo, más aún en un momento país que el mismísimo Presidente Boric ha definido como “eléctrico” y la ex Presidenta Bachelet ha calificado de “tóxico”.

Pero no podía ser de otra manera, habría que ser ingenuo o necio (por supuesto que ni Boric ni Bachelet lo son) si esperáramos que, el ambiente país, fuera distinto en días en que la memoria se ha puesto en disputa, es decir, cuando se ha instalado un debate sobre cómo los individuos de una misma comunidad deben concebirse a sí mismos. Por lo anterior, es que viene bien, en estos eléctricos días, recurrir a la paradoja de la memoria y su capacidad de alimentarse, no solo de lo que fue sino también de lo que será.

Es propio de la condición humana distender el presente hacia lo que fue y hacia lo que alguna vez vendrá. Tal como lo advierte el denominado doctor de la Iglesia, San Agustín: la experiencia del tiempo en los seres humanos es una distensión, es como si estiráramos nuestra conciencia hacia los días que fueron y los que vendrán, pero ambos configurando el ahora que somos.

Somos un ahora que se estira hacia el futuro, pero que hunde sus talones en el pasado. La solución a estas paradojas de la temporalidad –esta columna que usted lee desde este momento corresponderá al pasado–, que a vista de cualquier hijo de la modernidad serían problemas insolubles, la encuentra San Agustín en aquel espíritu humano que tiene la capacidad de distenderse o despreocuparse (en el sentido cristiano) de sentirse ansioso.

Sin embargo, para el Chile actual, uno de los países con mayor porcentaje de población irreligiosa del planeta, la ansiedad parece ser un agujero negro que lo absorbe todo, incluido aquel techo metafísico –usando la metáfora del filósofo Peter Sloterdijk– que, hasta hace poco, distendía a los ciudadanos desde las religiones, las ideologías o el amor romántico.

No cabe duda que uno de los principales motores del malestar de estos días corresponde a la paradoja de la memoria: estamos lanzados hacia el futuro desde un deseo que no pregunta mayormente por el pasado del cual toma impulso.

Es cosa de recordar lo ocurrido en el denominado estallido social, cuando los manifestantes que subían a la estatua del general Baquedano –antes de enterarse que Baquedano había sido un militar que hizo la pega de militar en una guerra– lo hacían provistos de banderas mapuches, banderas negras, banderas de equipos de fútbol o banderas con la cara de un villano de Hollywood. Esos manifestantes sentían miedo de mirar al futuro desde un vertiginoso presente sin techo que les distrajera de la inmensidad de la nada. Una imagen que muestra el mismo desconcierto que en su momento embargó a los primeros hombres de la Tierra, esos que aún no desarrollaban escritura ni palabra para explicar la muerte de los suyos.

Los primeros hombres de la Tierra hicieron un esfuerzo, desde la piedra dibujando en la piedra, hasta la primera historia escrita, por dotar de sentido a los hechos despercudiéndolos de su fuerza destructora, hasta configurar una identidad que les permitiera comprenderse en el tiempo.

Es lo que parece requerir Chile, una narrativa que reconozca y condene las atrocidades de la barbarie institucional –cuando el Leviatán chileno se manchó las manos con su propia sangre–, sin temor a abordar de manera crítica los errores de lectura e interpretación de realidad hechos por una acalorada generación política –cuando la tozudez ideológica quiso pasar por encima de la cultura de un pueblo–.

Y es que, para imaginar la conmemoración 100 del acontecimiento que, hasta ahora, parece ser el mayor trauma de la sociedad chilena, primero habría que procurar no opacarlo con otro acontecimiento de similares características. Por lo mismo es que, pasada la trifulca política de estos días, vendría bien concentrarse en trabajar, desde las provisiones que otorga la cultura (objetos, escritos, museos, canciones, monumentos, etc.) para trazar una trama desde la cual orientarse hacia el futuro. Es de esperar que, para entonces, en el Chile del 2073, haya algo más que dibujos tallados en las piedras.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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