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La despenalización social del aborto en tres causales Opinión

La despenalización social del aborto en tres causales

Karen Glavic
Por : Karen Glavic Dra. en Filosofía, Universidad de Chile. Directora de la colección Feminismos en Pólvora Editorial.
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Mujeres de distintos sectores políticos apoyaron el aborto en tres causales porque habían vivido la experiencia de un embarazo inviable, y siendo militantes de derecha, centro, creyentes o no creyentes, consideraban que esta experiencia no puede ser una obligación para las mujeres ni sus familias. Esto, sin duda, es un mínimo. Pero es un mínimo que muestra la excesiva fragilidad que vivimos las mujeres a la hora de poder decidir sobre nuestros cuerpos. 


El 10 de octubre de 2019, sin saber que la semana siguiente se produciría una revuelta, un estallido social que durante meses remecería las calles y los cuerpos del país, lanzamos Aborto Libre. Materiales para la lucha y la discusión en Chile de Pólvora Editorial, en un auditorio del Museo de la Memoria a tablero vuelto. No lo lanzamos con poco miedo, teníamos miedo de las persecuciones a sus autoras (sí, a las activistas por el aborto se las acosa y se las persigue en el mundo), de posibles contramanifestaciones e, incluso, de los libreros que no nos ponían en vitrina porque nos decían que era un tema demasiado controvertido. No sabíamos si estábamos arriesgando a nuestra editorial, mi propio debut como editora, pero la verdad es que, ya echada la suerte, pensamos que como mucho no venderíamos nada, y solo a resignarse. Nada más.

Ese libro fue un esfuerzo colectivo que leía su contexto. Que se aferró de la revuelta feminista de 2018 en Chile, y se tomó del movimiento feminista en su carácter internacionalista. Ni Argentina pasó inadvertida para el mundo, ni tampoco Irlanda. Muchas compañeras se unieron, presentamos el libro en la Universidad de Buenos Aires y nos acompañaron con artículos y comentarios desde dicha ciudad, desde Neuquén, y el libro también viajó en mochilas a Estados Unidos para ser leído entre activistas. Se hicieron espontáneos grupos de lectura en torno al texto, nos invitaban a conversar como editorial, a abrir el tema, mostrar sus miradas.

Sabiendo que surfeábamos las mismas olas contra el aborto legal de siempre, las tergiversaciones respecto de su espectro de aplicación y ámbito legal, y también el desinterés de las agendas políticas tradicionales, decidimos unir a varias mujeres a hablar de un tema de difícil consenso, pero de siempre urgente discusión. Sabíamos, por lo demás, que hablábamos de derechos humanos, de derechos reproductivos.

Podíamos atisbar una reacción conservadora, pero no era un ejercicio de videntes: basta repasar la historia del feminismo para saber que ante los avances se producen reflujos conservadores en respuesta, que existen repliegues después de intensas décadas de disputa, y también de silencio cuando la institucionalidad ha logrado absorber la potencia del movimiento feminista y del movimiento de mujeres. Pero ni la pandemia logró disipar la masividad de las mujeres que se congregan por sus derechos, pues, por el contrario, la situación post Covid-19 dejó a las mujeres aún más pobres y precarizadas. Y el silencio ya no es una opción.

Teníamos la intención de que el libro hablara en modo coral, no solo desde el derecho, no solo desde la medicina. Las autoras repasaron la historia de esta demanda, la relacionaron con las luchas estudiantiles en Chile, hablaron de los pañuelos verdes y su potencia en Latinoamérica, pero también recordaron lo que había sido la disputa por este derecho durante los años de la posdictadura.

Allí fue María Isabel Matamala quien tomó un especial protagonismo, ella como exmilitante de la Concertación hacía una poderosa crítica a que el aborto siempre fuera un “para después”, un “en otro momento”, de dicha coalición. No se trataba de que no hubiera militantes organizadas ni tampoco de que faltaran mujeres que empujaran una política pública de este tipo, sino que a ratos faltó coraje, porque esta demanda, tal como tantas otras, debía generar un consenso suficiente para ser votada en el Congreso, y para eso se necesitaba negociación, voluntad política y apoyo social. No poco para cualquier ley, menos para esta.

En una conversación que sostuve con María Isabel o “Marisa”, como se la conoce, ella rápidamente me habló de un concepto que no olvidé: “despenalización social”, como una de las cuestiones clave para alcanzar que una demanda así se concrete. ¿Qué es esto? Que la ciudadanía esté de acuerdo. Si el aborto ha sido una práctica común de control de natalidad durante siglos, ahora se trataba de convencer, o, al menos, de saber qué pensaban personas que contaban con la percepción sobre la gestación cruzada por la imagen del feto en la ecografía, la masificación de los métodos de anticoncepción y una fuerte campaña contraria al aborto llena de fetos gigantes con personalidad propia, que para quienes estudiamos los feminismos sabemos, también, es fuerte y existe incluso en la izquierda. Es un error creer que los partidos de izquierda más tradicional empujan en bloque esta demanda, sino que, más bien, parecen ser las mujeres de los partidos quienes más se comprometen con esta causa.

Para la aprobación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo en tres causales (2017) existía este consenso. Un alto acuerdo entre las causales de inviabilidad fetal, peligro de vida para la madre y violación, que se expresaba en un 55% a favor según la encuesta CEP (más un 21% a favor del aborto en cualquier circunstancia). Se trataba de una demanda que contenía la preciada despenalización social y las razones que pueden explicar dicho fenómeno pueden ser muchas.

Sin duda, la experiencia de la maternidad y el cuidado modifican la percepción sobre la posibilidad del aborto; lo mismo ocurre con un embarazo inviable o con casos que remecieron esos años, como el de la pequeña Belén de 11 años, que tras sufrir una violación dio a luz, sin poder tener acceso a la interrupción de su embarazo en 2013.

Mujeres de distintos sectores políticos apoyaron el aborto en tres causales porque habían vivido la experiencia de un embarazo inviable, y siendo militantes de derecha, centro, creyentes o no creyentes, consideraban que esta experiencia no puede ser una obligación para las mujeres ni sus familias. Esto, sin duda, es un mínimo. Pero es un mínimo que muestra la excesiva fragilidad que vivimos las mujeres a la hora de poder decidir sobre nuestros cuerpos. 

Hoy, cuando el aborto ha vuelto a ser un tema en agenda por el debate constitucional, la despenalización social del aborto en tres causales sigue siendo sustantiva, y las encuestas siguen mostrando una adhesión alta (la encuesta CEP de junio-julio de 2023, muestra un 49% de apoyo al aborto en tres causales, y un 30% de apoyo al aborto sin ninguna causal). Entre la aprobación de la ley en el segundo Gobierno de Michelle Bachelet y hoy, ocurrió una movilización feminista, un estallido social, dos nuevos gobiernos, y la persistencia del movimiento feminista y de mujeres en poner de relieve los temas que nos son cruciales, a todos los cuales no se puede renunciar. 

El actual Gobierno ha seguido una tarea de transversalización de género en las políticas públicas con énfasis en los cuidados, en proyectos contra la violencia y avances en la agenda de igualdad 2030. Del mismo modo, ni los movimientos de mujeres ni el amplio abanico de los feminismos han abandonado sus luchas, ni se preguntan si deben defender los mínimos que hemos conseguido. Siempre en política hay avances y retrocesos, pero no siempre hay persistencia y consistencia en los grupos organizados.

Quien sabe lo que cuesta criar, ha visto a otra mujer sufrir por un embarazo inviable, o se pone en el lugar de otra solo por tener un cuerpo que podría estar en distintas circunstancias de precariedad, se pliega a una experiencia vital que no pasa por la “ideología de género” que se le imputa. Ese 50% que sigue apoyando el aborto en tres causales no es ni todo feminista, ni todo compuesto por mujeres, y ahí está, ahí perdura. Nos hemos sabido mantener unidos y unidas por una causa de justicia y reconocimiento mutuo, y el trabajo para esto ha sido pura insistencia, pero también el encontrarse en la propia vulnerabilidad de la vida. Hay experiencias que no se inoculan, como se nos acusa. Se traspasan al verse reflejada en la experiencia de otras, de miles en cualquier lugar del mundo.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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