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Septiembre después de septiembre Opinión

Septiembre después de septiembre

Cristián Zuñiga
Por : Cristián Zuñiga Profesor de Estado
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El próximo 5 de octubre se cumplirán 35 años del triunfo del plebiscito de 1988 y puede ser la oportunidad para que la izquierda chilena celebre lo que, hasta ahora, parece ser el periodo de mayor madurez y lucidez de su historia: el nacimiento de la Concertación. 


Cuando de septiembre comienzan a quedar nada más que los esqueletos de volantines, restos de fondas y las culpas por los excesos de comida, bebida y consumo, en una de las Fiestas Patrias con los precios más inflados del último tiempo, llega la hora de los balances en un mes donde pareciera que el guionista invisible de la obra concentró la trama en tan solo tres semanas del calendario.

Este septiembre traía efemérides cargadas de triunfos, dolores y derrotas: los 53 años del triunfo de la UP, los 50 años del golpe militar y el primer aniversario del plebiscito constitucional. Ahora, llega la hora del balance para un Gobierno que fijó su relato y simbolismos en hitos que se jugaron, nuevamente, durante la primera quincena de  septiembre. 

El primer año de Gobierno de Boric se sostuvo en el mástil de la opción Apruebo a la Constitución redactada por la pasada Convención, con jóvenes ministros que parecían más preocupados por extirpar el Senado que en reconocer que, lo hecho por los convencionales, no contaba con el respaldo mayoritario de la población.

Aquel fue un error de cálculo fatal, pues gran parte de las reformas propuestas por el Gobierno de Apruebo Dignidad dependían de la aprobación de un proceso liderado por outsiders de la política. Esta derrota propinó un golpe del cual el Gobierno aún no parece reponerse y, lo que es peor, le ha dejado cuentas que recién comienzan a cobrarse ( por más cenas de desagravio que organicen a los suyos).

El fracaso de la Convención pasada ha hecho que las grandes reformas del Gobierno, como la tributaria, de pensiones y la de salud, permanezcan atadas a negociaciones en el Parlamento y es probable que, en el mejor de los casos, logren salir adelante emulando las mismas propuestas hechas por el anterior Gobierno de Piñera para cada una de estas áreas.

Sin embargo, el Gobierno, en vez de haber dado un vuelco a la agenda identitaria y simbólica, decidió anclarse en la memoria y abrió un portal con vista al Chile de 1973. Es decir, luego de haber mordido el polvo de la derrota cultural en el anterior plebiscito, insistió en inundar a los chilenos con diálogos, imágenes y rituales de una época que hoy, para gran parte del país, es completamente distante y solo parece emocionar –y enrabiar– a unos pocos hijos del siglo XX.

La memoria parece ser esa mezcla de escritura, experiencia y olvido que nos constituye como sujetos y sociedad, por lo que ponerla en disputa de manera improvisada y sin las precauciones del caso puede generar efectos no deseados. Es cosa de ver las recientes encuestas para concluir que el Gobierno ha obtenido todo lo que no quería con la conmemoración de los 50 años: hastío, indiferencia y una preocupante percepción sobre las causas del golpe (51% cree que el golpe fue inevitable y un 46% que fue evitable, según reciente encuesta Cadem).

La disputa por la memoria dejó a dos ministros de las Culturas en el camino (algún día alguien tendrá que explicar las razones del aterrizaje de Jaime de Aguirre) y a un emblemático asesor presidencial, Patricio Fernández, expuesto, a vista y paciencia de todo un país, en el paredón del Partido Comunista que mostró su disconformidad al Presidente por haber dejado este ritual de conmemoración en manos de un escritor que intentó priorizar la historia (decir lo que ocurrió) por sobre la memoria (decir lo que recordamos).

Después de la salida de Fernández, hubo titubeos (el gran concierto masivo que terminó siendo un acto cerrado en La Moneda), esfuerzos de última hora del Presidente (la declaración con firmas de los ex Mandatarios) y a Sebastián Piñera de vuelta a las pistas recordándonos que ha sido el único Mandatario capaz de cerrar un penal VIP para violadores de los derechos humanos. 

Si en el futuro tuviéramos que recordar o hablar sobre la conmemoración de los 50 años del golpe militar, es probable que lo primero que se venga a la mente, como suele ocurrir con estos rituales, sean las obras culturales destacadas que se parieron durante ese momento.

Hasta ahora, obras como el libro de Daniel Mansuy sobre Allende y la UP, las memorias de Patricio Aylwin y muy probablemente la película El Conde (es cosa de ver los acalorados y transversales debates en torno a la trama moral de esta película para confirmar su paso a la inmortalidad) quedarán como piezas con la marca registrada de esta conmemoración de los 50 años, un momento en que el país, por primera vez, se atrevió a evaluar políticamente el proceso de la UP sin dejar de condenar los horrores de la dictadura.

No cabe duda que el 2023 será recordado como aquel año en que el pueblo de Chile se comportó de manera mucho más madura y reflexiva que sus gobernantes.

Para el Gobierno, luego de septiembre, viene la dura realidad de negociar sus reformas estructurales, domeñar los vaivenes económicos y hacer frente a la alta percepción de inseguridad. Serán los dos últimos años de este Gobierno con un plebiscito, elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales entremedio (síndrome del pato cojo le decían antes). Es probable que, después de tanto simbolismo de septiembre, la mayoría del país clame por agendas que prioricen asuntos materiales y, para eso, vendría bien salir a  tributar los 20 primeros años de la posdictadura: esos años donde las condiciones materiales de existencia mejoraron como en ninguna otra época de Chile.

El próximo 5 de octubre se cumplirán 35 años del triunfo del plebiscito de 1988 y puede ser la oportunidad para que la izquierda chilena celebre lo que, hasta ahora, parece ser el periodo de mayor madurez y lucidez de su historia: el nacimiento de la Concertación. 

Resultaría poco entendible que las izquierdas chilenas no celebraran uno de los pocos triunfos obtenidos durante su historia, ese cuando los sobrevivientes a la tragedia del 73, con más horas de estudio y con los aprendizajes de la historia en el cuerpo, fueron capaces de recomponer a un país sumido en la barbarie, la pobreza y el miedo, para llevarlo a la ruta del desarrollo en todas las dimensiones del existir.

Puede que ahora, luego del fracaso de la conmemoración de los 50 años del golpe militar, el Presidente Boric reconozca que la política “en la medida de lo posible” es mucho más valorada que aquella que se pretende llevar a cabo sin considerar el siempre sabio sentido común del pueblo.                    

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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