Publicidad
Los órganos sexuales del capitalismo Opinión

Los órganos sexuales del capitalismo

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
Ver Más

El neoliberalismo sería eso, el tao, y nosotros sus órganos reproductores, entre todos trabajamos o hacemos como que trabajamos y así vamos cumpliendo más y más tareas inútiles, generando más y más productos o servicios, más y más dinero, la mitad del cual va a dar a las cuentas secretas de unos poquitos multimega billionaires de caras feas a los cuales admiramos.


Antes de desayunar se me aparece Google con sus news especialmente seleccionadas para mí gracias al espionaje y la intromisión de las gigantescas empresas digitales que, utilizando la IA, saben en detalle lo que busco, lo que leo y lo que peso, y yo, como todos y todas, no me siento furioso sino más bien admirado de su poder, incluso halagado de que se fijen tanto en alguien tan irrelevante.
Y lo que a través de mi celular me llega de Google es, entre otras cosas, que el filósofo coreano Byung-Chul Han acaba de plantear que los humanos somos los órganos sexuales del capitalismo. Es una metáfora de insuperable belleza o no sé si belleza, pero sí algo muy orgánico y con ese olor a vacío y a desesperanza tan propio de Byung: los malls y los delivery y los fondos mutuos y los derivados del petróleo se multiplican gracias a esas protuberancias o profundidades blandas que somos nosotros, con nuestros jadeos y afanes de cada día.
El capitalismo tendría entonces más de siete mil millones de órganos sexuales, lo que ocurre en algunos seres vivos, creo que los higos o los erizos con su granitos son en su mayor parte eso, órganos sexuales, aunque mis conocimientos de biología son escasos y borrosos y la pereza me impide por ahora saber más.
No logro profundizar en estas últimas gracias de Byung porque leo la noticia en El País, que me muestra solo media página y el resto requiere de una suscripción. Estuve suscrito mucho tiempo pero luego me di cuenta de que El País había mutado, que había sido comprado por los órganos reproductores de unos billionaires de origen para mí muy remoto, y dejé de estar suscrito. No quiero hacer ahora el llanto de El País, que en una larga época fue para mí tan importante como el dedo de Lagos, un dedo que también fue concesionado y ahora me percato, ya tarde, que tanto Felipe González, que era el producto político de El País, como Lagos que fue la prolongación del socialismo allendista mediante un menú neoliberal avanzado, decían ser una cosa aunque eran todo lo contrario.
En el fondo tanto la dupla Pinochet-Jaime Guzmán como la tripleta Lagos-Aylwin-Frei fueron los órganos sexuales o los tentáculos de la sociedad Mont Pelerin de la que han sido miembros apasionados connacionales como Larroulet, José Piñera o Fontaine Talavera, y que se han dedicado calladamente a transformar la educación pública en vouchers, el cobre enteramente nacionalizado en cobre cada vez más desnacionalizado, la ciudad en un entrecruzamiento de malls, autopistas concesionadas y franquicias globalizadas, la política en un nicho de negocios, el Banco Central y los antiguos billetes en las maquinitas de pago Visa, los medios pluralistas en medios unipensantes, y los barrios en ruinas de cemento, delincuencia y grafitis.
No es que no me guste el neoliberalismo, admiro su colorido y su olor a plástico, me pasma su posición triunfante, su ineluctabilidad, es la revolución silenciosa de la que hablaba Lavín en su libro, que entre misas y sonrisas fue también un autor muy exitoso, y en cierto sentido amo los malls y los cornershops, aprecio la libertad erótica de todas y todes, soy fan de la buena comida internacional, oye, de todos los países del mundo y de la libre circulación de cervezas o vinos, y trato de entender la ligazón que hay entre el dedo laguiano, los órganos sexuales de Byung-Chul Han, la sonrisa de Aylwin y Clinton, los magnates rusos privatizados, los corvos sangrientos y ladrones de Pinochet, la guerra de Ucrania, el cambio climático y el rodeo o la cueca.
El plebiscito del No, que nos emocionaba tanto, fue finalmente una elección entre la alternativa neoliberal y la alternativa neoliberal, una de ellas con tortura y la otra sin. Los humanos, asegura el psicólogo británico Anthony Storr, somos la única especie animal, con excepción de ciertos roedores y arañas, que se dedica a matar a sus semejantes, y que aparte de eso se goza con la tortura. Yo pienso a veces, aun, en el rostro ladeado y la sonrisa tan satisfecha de doña Lucía.
Byung se pasa la noche escribiendo sus párrafos breves, alcanzo a leer en esa media página de El País, y en el día duerme o toca el piano o cuida sus plantas, o sea, es un perturbado dentro de todo buena onda, lo he disfrutado aunque a veces se pone como estructurado y los libros se le vuelven demasiado tersos y fomes, como uno sobre el budismo, en lo oriental estoy con las teleseries coreanas y con el tao o dao, como me corrige anoche Pablo, y se trata de no estructurar las cosas, dejar que fluyan.
El neoliberalismo sería eso, el tao, y nosotros sus órganos reproductores, entre todos trabajamos o hacemos como que trabajamos y así vamos cumpliendo más y más tareas inútiles, generando más y más productos o servicios, más y más dinero, la mitad del cual va a dar a las cuentas secretas de unos poquitos multimega billionaires de caras feas a los cuales admiramos.
Mi desdén por el dinero como tal me impide pensar que voy a ser uno de ellos, aunque aprecio la solvencia, la estabilidad, y me gusta tener en buen estado mis cactus, que ahora lo estoy logrando gracias a los oficios de un estupendo asesor de suculentas y cactáceas que me orienta respecto de las zonas de sol de mi pequeña terraza y está logrando imponer en ella una serenidad casi coreana, hoy debo rociarlas o regarlas, no me acuerdo bien, con un bioestimulante…
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias