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Política exterior obsoleta frente a escenarios de alta dynaxity Opinión

Política exterior obsoleta frente a escenarios de alta dynaxity

Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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Chile se ha visto como un “trader” preferencial o un “portaviones” en el Cono Sur para mejorar y potenciar las relaciones con el Asia Pacífico, entendido como una ventaja competitiva respecto de los demás países de la zona.


Los estudios de las relaciones internacionales en la década de los 90 trazaban las constantes de la política exterior de Chile y asumían una estrategia universalista, pero selectiva, que marcaba el rumbo de nuestra política exterior. A su vez, después de la caída del muro de Berlín, el derrumbe de la Unión Soviética y con lecturas de Fukuyama y Huntington en torno al fin de la historia y el choque de civilizaciones, los organismos internacionales hablaban de un cambio de eje estratégico, pasando de relaciones internacionales de seguridad a relaciones internacionales de mercado, en un contexto en que la política exterior de Chile se acentuaba más desde el Ministerio de Hacienda, con Foxley a la cabeza, que desde el Minrel de Silva Cimma.

En los años 90 se ponía énfasis en la necesidad de que Chile avanzará hacia una segunda fase exportadora en la producción nacional, la importancia de los corredores bioceánicos, de los comité público-privados desde Cancillería y la relevancia de las giras presidenciales, subiendo al avión presidencial a políticos, diplomáticos y empresarios.

Un hito de esta política exterior diferenciadora por parte de Chile, en relación con el resto de los países de Sudamérica y Latinoamérica, fue la instalación de un iceberg en el pabellón chileno de la Expo Sevilla en 1992, donde se le decía al mundo que éramos los jaguares de la región, un país frío e inteligente en sus decisiones para firmar tratados de libre comercio, únicos en materia de apertura comercial, lejano a los procesos de integración latinoamericana de la época.

De esa guardia o generación de políticos y diplomáticos chilenos, varios de ellos, aún mantienen plena vigencia en los procesos de toma de decisiones. Entre ellos, el actual canciller Alberto van Klaveren, después de 33 años de este impulso renovador y aperturista de la política exterior de Chile. Asimismo, sabemos de la importancia que han tenido en materia jurídica internacional María Teresa Infante o Claudio Grossman, para representar los intereses de Chile frente a añosas controversias limítrofes con nuestros vecinos, así como otros agentes ilustres en materia comercial. En la continuidad de toda política de Estado, ellas y ellos, merecen nuestro mayor reconocimiento por los años de servicio en los asuntos internacionales y la política exterior.

Podría afirmar que el nivel de actualización de esta generación dorada sobre el estudio y la práctica de las relaciones internacionales se mantiene vivo y que sus experiencias y conocimientos constituyen un valor patrimonial adquirido para la nuevas generaciones de internacionalistas.

La cuestión es, más allá de los caso a caso o los logros alcanzados por la política exterior durante todos estos años, qué tanto han acompañado las ciencias y las tecnologías de punta los procesos de construcción de la política exterior de Chile, que definen los necesarios y críticos procesos de adaptabilidad de la política exterior en los planos regional, internacional y global.

¿Cuáles son los niveles de obsolescencia de la política exterior actual? ¿A qué nivel se han revisado los cambios de paradigmas más recientes? Cambios gruesos que a ellos mismos les tocó enfrentar al término de la dictadura civil militar y en pleno proceso de transición a la democracia y apertura hacia ese mundo de post Guerra Fría, que no terminaba de desaparecer y cuyo surgimiento era aún confuso y complejo en los 90, pero donde Chile apostó más por certezas que por preguntas en la acción y la deliberación crítica, para la formulación de su política exterior.

Se dio por sentado en los primeros años de la transición que nuestro lugar en el nuevo mundo no era el espacio sudamericano, ni mucho menos adscribirse a los procesos de integración que se estaban impulsando en Sudamérica y Latinoamérica. En ello, hubo exceso de arrogancia e ignorancia que, a los que nos tocaba desarrollar proyectos en la región, teníamos que dar explicaciones que permitiesen contar una mejor historia desde la diplomacia ciudadana.

En lo personal, desde un programa de estudios prospectivos (1995), me tocó participar de un proyecto para reimpulsar la política exterior y los vínculos estratégicos con nuestros países vecinos y, en especial, con Brasil. En ese contexto, en algo se volvió la mirada hacia Sudamérica y, de ello, dan cuenta ciertos aspectos relevantes en las administraciones de Frei y Lagos. Entre otros, la negociación 4 + 1 con Mercosur y la no gasificación de las relaciones internacionales con Argentina, así como la interpelación de relaciones diplomáticas con Bolivia aquí y ahora.

Mayor decisión demostró el Gobierno de Bachelet, impulsando la creación de Unasur, misma organización a la que el Gobierno de Boric se niega a dar un reimpulso en el actual contexto, demostrándolo en la cumbre de jefes de Estado de Brasilia a fines de abril de este año 2023. Su desafección con la cita, no solo desdibujó los esfuerzos por activar una política sudamericana, sino que aumentó su distanciamiento con el mandatario brasileño. La performance de Boric en Brasilia apenas significó un balbuceo sobre la necesidad de crear un nuevo foro, pero sin una política creíble y un sustento estratégico que lo refrende. Nuevamente, se evidencia una política exterior sin planificación situacional ni estratégica, para abordar desafíos regionales y globales.

Chile se ha visto como un “trader” preferencial o un “portaviones” en el Cono Sur para mejorar y potenciar las relaciones con el Asia Pacífico, entendido como una ventaja competitiva respecto de los demás países de la zona. Sin embargo, este trader o portaviones tenía y sigue teniendo más de un problema, a nivel de puertos e infraestructura carretera, para materializar dicha oferta y autoimagen. Nuestros puertos no son un “hinterland” ni algo parecido.

En el mundo real de las relaciones internacionales con altos niveles de complejidad e incertidumbre y zonas opacas de lo inconcebible, la dinámica de los requerimientos de los actores internacionales, en la especificidad de sus alianzas y, el grado técnico y tecnológico de un país como Chile, para responder a esos requerimientos, dejaron de concebirse en el plano de lo predecible o lo simple y se han movido exponencialmente hacia zonas o cuadrantes de lo complicado, lo complejo y lo caótico, donde son otras las experiencias, conocimientos, aprendizajes, prácticas y herramientas que están en juego y que se necesitan con urgencia.

Chile ha tenido a lo largo de su historia algunos portentos internacionales de clase mundial, como Francisco Varela, Humberto Maturana, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Arnoldo Hax y Carlos Matus, entre otros, en ciencias, artes y tecnologías, que han brillado por sus descubrimientos científicos, valor artístico y diplomático como nuestros premios Nobel o, bien, desarrollos técnicos y tecnológicos que permiten dimensionar la complejidad de los fenómenos sociales e internacionales, principalmente en el ejercicio de liderazgos estratégicos sostenibles.

Sobre esto último, Carlos Matus, un intelectual surgido de las relaciones internacionales, la economía y la política, fallecido a fines del siglo XX, legó una serie de herramientas denominadas ciencias, técnicas y tecnologías de gobierno, considerando los desafíos que enfrenta la cabeza de un país y la alta dirección, pero que, pese a su importancia en otros países, en Chile se desconocen las complejidades que abordó su obra, medible, entre otros aspectos, en el profundo desconocimiento entre académicos y estudiantes en facultades de gobierno y de relaciones internacionales, donde se valora más a los clásicos de siempre o a los autores de moda.

Para definir la dinámica y complejidad de nuestros tiempos, surgió el concepto dynaxity o dinaxidad, propuesto por Rieckmann. Este enfoque fue desarrollado a partir de experiencias prácticas en la gestión de sistemas organizacionales complejos –como lo es una Cancillería– y describe el aumento simultáneo de la complejidad y la dinámica, así como las implicaciones para la percepción, el análisis situacional y la gestión estratégica de procesos, definiendo cuatro grados de dinaxidad: estática, dinámica, turbulenta y caótica, similar a la matriz complejidad de Stacey (predecible, complicado, complejo y caótico) o, bien, la planificación situacional y el momento estratégico dialógico de la teoría del juego social de Matus.

El actual Gobierno, antes de la llegada de Van Klaveren, había instalado la idea de una política exterior turquesa, como componente de una innovación para la transformación, sin embargo, con bajo nivel de teorización, prácticas y diálogo interdisciplinario. Una choreza, más que una política con fundamento y perspectiva estratégica para jalar las pesadas tradiciones de la Cancillería a las complejidades del siglo XXI.

Digamos que le “pusieron color” y foco a la protección del medio ambiente en ecosistemas terrestres y marinos, como respuesta ante la acelerada crisis ecológica y climática, con la creciente pérdida de biodiversidad y aumento de la contaminación. El tema es crucial y crítico, pero otra cosa es con guitarra y, más aún, con guitarra eléctrica y distorsión. La Cancillería chilena requiere equipar el exedificio del Hotel Carrera de ciencias, técnicas y tecnologías en diálogo con las necesidades del país y la plataforma subcontinental que nos alberga, que es Sudamérica.

La convivencia con nuestros vecinos, y en especial con Brasil y Colombia, es la zona adecuada para entrar en diálogo sobre los crecientes procesos de adaptabilidad institucional, internacional, sistémica y ecosistémica en el actual contexto global. Temas como el cambio climático, procesos migratorios, crimen organizado transnacional, las energías limpias, la riqueza alimentaria de Sudamérica con sus “superalimentos”, las biotecnologías y la prosperidad bioeconómica, articuladas en el equilibrio como el óptimo sostenible, resultan prioritarios para un diálogo sudamericano ampliado y estratégico en estos tiempos de paz sudamericana.

En concreto, Teatinos 180 debiese equiparse de salones para negociaciones complejas, salas de crisis tecnologizadas, observatorios de conflictos compartidos y nutridas agendas de diálogos inclusivos con la sociedad civil y nuestras Fuerzas Armadas. Una Cancillería del siglo XXI es un desafío compartido, donde el empresariado ágil y pesado, junto a los centros de investigación y universidades, debiesen entrar en un juego de creatividad dialógica e innovación colaborativa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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