Una anécdota parisina en el verano de 1999 con Sebastián Piñera, Cecilia Morel y elenco.
¿Se imaginan a Sebastián Piñera y Cecilia Morel bailando sobre una mesa?
Pues ocurrió.
Una tarde de verano parisino, 1999, en la rue Bonaparte en el Barrio Latino, divisamos con sorpresa cómo caminaban por casualidad en nuestra dirección, Sebastián Piñera, Cecilia Morel, su gran amigo de siempre, Pedro Pablo Díaz y su señora. Ambos varones en short, la súper pinta personificada.
De parte nuestra, el arquitecto Borja Huidobro, su esposa Michelle Duhart y la mía de entonces, Odette Duhau.
Saludos, abrazos, y Piñera que no pierde segundo, acota: “Te están linchando, yo sé lo que se sufre y como te cuelgan cosas” (evocaba al episodio con Evelyn Matthei y la intercepción telefónica de la cual fue objeto y que provocó un escandaloso desenlace político, que dejó más mal que bien a la protagonista).
Con el “te están linchando” aludía al festín que sobre mi persona se daba cierta prensa basándose en un presunto plagio a dos alumnas de periodismo, cuya tesis versaba sobre un tema similar encargado por Editorial Planeta, las Primeras Damas.
Piñera me ofrece apoyo y luego insinúa que salgamos esta noche a un lugar simpático, fuera de lo convencional.
De esta manera a las ocho y media lo pasamos a buscar a un hotel, nada de cinco estrellas, muy parisino, y partimos hacia el Trois Mailletz, de la rue Saint Jacques. Este lugar pertenecía a Jacques Boni, nacido en San Felipe, de padre francés que durante su asignación militar en nuestro país, se enamora de una chilena. El pololeo culmina en matrimonio y todos retornan a París, retoño incluido.
Es un restaurante disco-cabaret.
En el primer piso, funciona el sector gastronómico, en el subsuelo un cabaret. La gente en sillas viena frente a mesas de madera, presencia el show. Entre un espectáculo y otro -ninguno dura más de una hora- el público sube a las mesas usando las sillas como peldaño. La no tan improvisada pista, es la unión de las mesas por cadenas para evitar su separación, y todos bailan a su antojo y capricho, sin riesgos de caídas.
Piñera, muy diferente al que se conoce en sus intervenciones públicas, acompañaba al canto a los artistas, junto a nosotros en sus intervenciones. Es otra persona, atenta a lo que uno le dice, sin dar la impresión de que mira pensando en algo diferente. De conversación fluida, echa la talla, no se pica y participa en todo.
Luego de cansarnos, pasamos a cenar. El tiempo transcurre en forma entretenida; en un momento dado me pongo de pié, busco a Boni y cancelo la cuenta.
Cuando Piñera decide hacerlo, se encuentra con hechos consumados. “No era necesario”, comenta.
Odette en casa me dice: “Cómo se te ocurre pagarle la cuenta a un millonario”.
Bueno, fue instintivo y por lo demás estaban todos muy simpáticos.