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Lula y el Brasil maravilloso Opinión

Lula y el Brasil maravilloso

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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De luces y sombras, la vida de Lula es como la todos los seres humanos, con aciertos y errores. Sea culpable o no de lo que se le acusa, lo que finalmente le ocurre es un drama para todos los pobres de este continente, sobre todo para los que creen que las instituciones pueden y deben ser sanas y se debe castigar la corrupción de quien provenga, aunque sea el padre. Duele también porque el orín de las paredes de la cárcel jamás ensucia el hombro de los ricos. En eso la ley no es pareja. Lula merece, inocente o culpable, respeto de héroe popular y luchador de la democracia.


Cuando Jorge Amado, el año 1937, escribió Los capitanes de la Arena, esa novela increíble sobre niños de la calle en Brasil, no imaginó que alguno de sus personajes podía llegar a ser presidente de su país. De ese país mágico donde lo imposible es la realidad, para bien o para mal. Tampoco nadie podía imaginar que un pixote –esa criatura nominada por la  imaginación de José Louzeiro en La Infancia de los Muertos, e inmortalizada en el filme de Héctor Babenco, Pixote, es algo más que un sobreviviente de la calle–. +

Porque para la infancia abandonada en Brasil, cada día es una costra que se adhiere al cuerpo, mente y alma de esos niños-hombres, que se asoman desde la marginalidad y la migración a los bordes de la sociedad de la abundancia, y que crecen al azar de lo que ocurre y entienden, descubriendo a cada rato que los restos en los tarros de basura les hablan de una abundancia a la que no tienen acceso. Ese es el pasado de Lula. ¿Alguien puede esperar que sea un señorito del poder y no un personaje de samba enredo pernambucana, intensa y corporal, y personaje de literatura de cordel, duro como una roca? Él es y será un héroe de calle para la historia –culpable o inocente– hasta que sus huesos se hagan arena, y más allá.

Por eso, la trama social y cultural de Brasil es demasiado profunda para que, de manera simple y vulgar, con voz de FMI, cualquier político de contrapelo juzgue lo bueno y lo malo en el gobierno de esa fantasía de país. Más allá de las poltronas interesadas que observan oportunistas desde el exterior, los enemigos internos de Lula son titanes formidables de la abundancia y del Brasil desigual, y luchan por sus fueros contra el tornero advenedizo en el poder.

“Yo firmé la carta de apoyo”, «yo no firmé la carta de apoyo”,  es el eco de la política con calculadora en la mano. “Es corrupción y Lula abrió la puerta al mayor escándalo de la historia”, dicen unos, “contaminando todo el continente”, agregan otros. “No es corrupción, sino la mayor trampa política de los mismos corruptos de siempre”, es la sentencia de sus adherentes. “No habrá democracia en Brasil sin Lula, ni es posible una elección presidencial honesta sin su nombre en la papeleta”, argumentan sus seguidores. Pero este es un final de camino puramente formal, en que el mito se enfrenta con la legalidad (que, todos sabemos, es asunto de poder) y esos son dos mundos que no se juntan, que operan en dimensiones diferentes y que jamás generarán una respuesta que satisfaga a todos, porque es un veredicto de poder. Como mito, Lula ya ganó; como hombre, terminará en la cárcel.

[cita tipo=»destaque»]“Yo firmé la carta de apoyo”, «yo no firmé la carta de apoyo”,  es el eco de la política con calculadora en la mano. “Es corrupción y Lula abrió la puerta al mayor escándalo de la historia”, dicen unos, “contaminando todo el continente”, agregan otros. “No es corrupción, sino la mayor trampa política de los mismos corruptos de siempre”, es la sentencia de sus adherentes. “No habrá democracia en Brasil sin Lula, ni es posible una elección presidencial honesta sin su nombre en la papeleta”, argumentan sus seguidores. Pero este es un final de camino puramente formal, en que el mito se enfrenta con la legalidad (que, todos sabemos, es asunto de poder) y esos son dos mundos que no se juntan, que operan en dimensiones diferentes y que jamás generarán una respuesta que satisfaga a todos, porque es un veredicto de poder. Como mito, Lula ya ganó; como hombre, terminará en la cárcel.[/cita]

En el ambiente flota, inasible, un hecho irrepetible en el mundo: que un pixote, un niño de la calle, un lustrabotas, un tornero de manos duras, gane la Presidencia de su país. Con un apodo simple como marca: Lula, produciendo un día especial en el carnaval de la esperanza. Si después ello troca en lo impensado y se transforma en corrupción, todavía es un drama. El hombre es hombre, y nadie queda inmune de contaminarse con el poder cuando lo ejerce, aunque venga de la calle.

Los que querían un santo están equivocados. ¿Acaso alguien formado en la rudeza de la calle está tallado en cristal, carece de luces y sombras en su vida y es materialmente transparente? Lula es terrenal, hecho de tosca piedra, de la que sirve para pavimentar calles y enfrentar policías, un arma de la calle, que sirve para hacer amigos y amigotes, tener un grupo, hacer promesas y romperlas, para armar de valentía a una masa para enfrentar a una dictadura que le enseñó el juego de la tortura a la chilena. Ese es Lula

Trazó un milagro económico para Brasil. Petrobras atrajo la mayor entrada de capitales de la historia: US$ 70 mil millones en acciones, y Brasil bajo su presidencia se convirtió en una potencia mundial con un gran sector industrial y autosuficiencia energética. Lula puso en marcha el “plan familia”, un programa de transferencia de dinero a las familias con menos de US$ 82 al mes (50 millones, en una población de 190 millones) y, aunque fue poco dinero, fue suficiente para evitar el hambre y reducir los niveles extremos de pobreza. Elevó el salario mínimo en un 54% y más de 25 millones de personas salieron de la pobreza para convertirse en consumidores. Se fortaleció la clase media. Ahí está la base social del mito Lula calificada por el sociólogo Ruda Ricci como “personas totalmente pragmáticas”.

¿Y los ricos? El gobierno de Lula también trabajó para fortalecer el capital privado brasileño y, a través del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, promovió fusiones de grandes empresas que fueron a competir al mercado mundial, entre ellas, Petrobras, los bancos Itaú-Unibanco y Bradesco, y las empresas Vale, Embraer y Odebrecht, en cuya trama finalmente se vio envuelto en casos de corrupción.

Brasil sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo, donde 20 mil familias controlan el 46% de la riqueza, y el 1% de los terratenientes posee el 44% de toda la tierra. No es seguro que cada brasileño coma tres veces al día, como quería Lula, lo que sí es seguro es que “solo Jesucristo le gana en Brasil”, como declaró a la prensa.

De luces y sombras, su vida es como la todos los seres humanos, con aciertos y errores. Sea culpable o no de lo que se le acusa, lo que finalmente le ocurre es un drama para todos los pobres de este continente, sobre todo para los que creen que las instituciones pueden y deben ser sanas y se debe castigar la corrupción de quien provenga, aunque sea el padre. Duele también porque el orín de las paredes de la cárcel jamás ensucia el hombro de los ricos. En eso la ley no es pareja.

En Brasil es verdad que hay ricos presos. Por corruptos en grande. Por comprar presidentes como los peruanos, los ecuatorianos, los mexicanos y, quizás, chilenos. Pero mientras Brasil es el país de la exuberancia, Chile es el de la bruma. Todo es difuso, como un tinte de acuarela donde las líneas se funden en los tonos y colores. Si para solo sobrevivir al hambre a veces hay que robar, o para calmar la angustia no siempre hay alguien que quiera darle un vaso de leche a un hombre desesperado, como lo hizo (imaginariamente) Manuel Rojas, Lula merece, inocente o culpable, respeto de héroe popular y luchador de la democracia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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