Íbamos por la vida, materialmente caminando por las calles, pero sólo nuestros cuerpos estaban ahí, mientras nuestra mente deambulaba entre nubes virtuales, pero ahora es que nos encontramos con la realidad, cuando nos ronda la angustia de enfermedad y finalmente la angustia de muerte.
El mundo sostenido por estructuras ilusorias se desmorona, cae como un rompecabezas que se desarman. Primero sacamos las piezas de las instituciones que nos rigen, de las religiones, de las leyes, de lo justo e injusto. Ahora intentamos encajar el resto de las piezas, de la vida, la muerte, los cuerpos, las calles, la sociedad, para salvar aquellas que deseamos mantener vivas, porque si algo nos ha mostrado este virus, es que lo que hace una persona afecta a su comunidad, que no hay fronteras más que en divisiones arbitrarias dibujadas en mapas, porque finalmente todas y todos tememos morir.
Entonces retornamos a nuestros hogares, con la gente que supuestamente más conocemos pero que descubrimos que es la más desconocida, porque el afuera, el trabajo, la ciudad, las redes sociales nos han hecho seres materialmente presentes, pero emocionalmente ausentes. Le tememos más a la cotidianidad de nuestra familia que al entorno donde circulamos, porque es en los vínculos cercanos donde aparece la verdad. Es en ese lugar donde por un momento, por segundos, regresamos a ser seres humanos, que nos enfermamos, que nos angustiamos y nos alegramos.
El día a día hace años que es online, somos dispositivos, aplicaciones, notebook que funcionamos somnolientos y robotizados, pero de repente con un virus notamos la presencia del otro, su distancia y cercanía. Por una parte empatizamos con aquellos que sufren de la enfermedad o de la muerte de un ser cercano y por otra parte, el otro aparece como amenazante, de quién debemos protegernos, posibles portadores del virus.
La otredad aparece porque nos damos cuenta de que existen otros, que se acercan o alejan y que son distintos a mi, nos damos cuenta de la diversidad de las personas que habitamos un espacio en común y es reconociendo esa diferencia nos podemos vincular . Emmanuel Levinas, filósofo lituano, habla de la responsabilidad absoluta por el otro, la subjetividad se construye desde la alteridad, en otras palabras, nuestra identidad se define, desde nuestra responsabilidad para con los demás como algo inherente a nuestra condición de seres humanos.
En este sentido no deberían ser medidas represivas las que nos tengan en cuarentena en nuestras casas, sino la noción de que no soy solo responsable de mí sino que de los otros, noción que se ha ido borrando con el individualismo, con el capitalismo. De esta manera cuando hay temor y ansiedad, la “calmamos” con cosas, compramos y compramos pensando que eso nos dará seguridad de sobrevivencia, cosas que podemos ver, porque el virus es invisible y puede estar en cualquier lugar. En ese espacio de terror ante la incertidumbre, aparece el alcohol gel, la mascarilla, los víveres no perecibles. No es que no sean necesarios, pero el acaparar no nos garantiza nada, solo la ilusión de control.
Cuando nos quedamos sin ese control, el virus de la incertidumbre se mete en nuestra piel y nuestro cuerpo. Pero eso pasa hace mucho tiempo, cuando enfermamos y morimos de estrés, depresión y angustia, en el esfuerzo por conservar nuestra salud mental para sobrevivir a una sociedad injusta, violenta e individualista.