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Santiago: ¿hasta cuándo? Opinión

Santiago: ¿hasta cuándo?

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Patricio Vergara
Por : Patricio Vergara es sociólogo por la P. Universidad Católica de Chile y Doctor en Desarrollo Económico por la Universidad Autónoma de Madrid, ha sido integrante de la Comisión Asesora Presidencial en Descentralización y Desarrollo Regional.
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Chile es hoy el epicentro del nuevo coronavirus en el mundo, con una incidencia de 7.021 personas contagiadas por millón de habitantes. Y su capital, la RM de Santiago, registra casi el doble, más de 13,7 mil casos por millón. En cambio, el resto de las regiones no alcanza a 2,3 mil.

Como ya se ha observado, la «heterogeneidad» del nivel de contagio dentro de Santiago es elevada. Así, las comunas populares de la zona norte (Independencia y Recoleta con incidencias de 23.644 mil y 21.255 casos, respectivamente ) y centro-sur de la ciudad (La Granja, San Ramón y San Joaquín, entre 20 y 23 mil casos) muestran niveles muy superiores a los de los peores territorios de los países con más contagios (New York en USA, Lombardía en Italia o Amazonas en Brasil). En cambio, las comunas del barrio alto, las primeras en registrar contagios, registran hoy niveles bastante más moderados (Lo Barnechea, Ñuñoa, Providencia, La Reina, Las Condes y Vitacura; entre 11 mil y 8 mil casos por millón de habitantes).

El gobierno nacional se ha movilizado con todos sus recursos para la «Batalla de Santiago», la que experimenta hasta ahora escasos resultados, debido a que las medidas adoptadas no han conseguido reducir la movilidad a los niveles adecuados en las áreas populares, según muestran los diversos estudios.

En un ambiente de impopularidad ciudadana, el gobierno nacional ha buscado nuevas formas de operar y ha revisado sus estrategias. Dentro de ellas figuran sus nuevos esfuerzos por alcanzar un acuerdo nacional, transparentar la real situación que enfrentamos y aumentar la participación de los actores locales en el combate al COVID-19. «Más vale tarde que nunca».

De esta forma, estamos frente a un nuevo desafío nacional, mayor incluso que un megaterremoto con epicentro en la capital del país. Los chilenos hemos aprendido que los impactos de las catástrofes naturales son, en buena medida, de nuestra propia responsabilidad, pues ellas nos golpean de acuerdo a las fortalezas o debilidades que poseamos como sociedad. Así, a los terremotos han seguido normas más exigentes de construcción y las campañas contra las epidemias nos han hecho adoptar normas más estrictas de salud y confiar más en las vacunas.

En medio de los llamados a una nueva normalidad pospandemia que aborde los desafíos clave (hasta ahora guardados bajo la alfombra, y que el COVID-19 ha destapado), sin lugar a dudas que las desigualdades sociales y territoriales ocuparán un lugar prioritario. Y uno de los asuntos esenciales será un problema planteado hace más de medio siglo en USA a Paul Baran: ¿cómo el país puede enfrentar de mejor forma una emergencia (en ese caso un ataque nuclear, hoy una pandemia o una catástrofe natural)? La respuesta del especialista de la Fundación Rand fue clara: mediante un sistema distribuido. De allí surgió Arpanet, el precursor de la internet de hoy.

Por cierto, no fue fácil para Paul Baran ni lo es hoy para los partidarios de la descentralización en Chile, convencer a los intereses asociados al actual sistema que era imprescindible y urgente descentralizar. El sistema burocrático del Estado, las empresas nacionales situadas en Santiago, las grandes inmobiliarias que lucran con el precio del suelo metropolitano, los medios de comunicación nacionales, los partidos políticos y muchos otros agentes «incumbentes» respecto del centralismo, prefieren responder con los recursos nacionales a las demandas de una elevada población que se concentra en Santiago, debido a las mayores y mejores oportunidades que ofrece, a pesar de su escasa calidad de vida. Una especie de caro respirador artificial para un enfermo crónico, diríamos hoy.

Sin embargo, los defensores del «sistema» centralista perseveran, una y otra vez, para evitar la elección de gobernadores regionales, ya que esta afectará sus intereses particulares. Sin embargo, la pandemia ha generado un clima nacional asociado al bien común. Esta y otras emergencias nos muestran que, aunque estamos en diferentes compartimientos del mismo barco, si este naufraga debido a nuestro comportamiento individualista o grupal, todos seremos afectados. Nos muestra también que debemos modificar nuestra manera de hacer las cosas, como hace más de una década nos mostró PNUD.

En este escenario de repensar Chile, como nos invitan los rectores de las principales universidades del país (de Santiago, claro), es fundamental constatar que las emergencias de la capital se están haciendo recurrentes (energías, agua, clima, pandemia) y los costos de abordarlas, crecientes. Para el bien del país y su afán de avanzar hacia el desarrollo (y no a la simple expansión del PIB), es esencial reconocer que Santiago parece haber alcanzado hace bastante tiempo su tamaño crítico, de manera que está sumergida en diversas deseconomías de escala, que no pueden seguir siendo subsidiadas por el resto del país.

Al igual que nuestra visión del Estado nacional, hoy debemos cambiar el rol de nuestra capital nacional: esta debe ser robusta y no obesa, coordinadora de esfuerzos e inteligencias territoriales y no concentradora de ellas, sustentable y no emergencial.

Es el momento de repensar Chile, colocando en el centro el problema del centro. Siguiendo el pensamiento de Joan Prats: Chile será descentralizado o no será desarrollado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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