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Delito conocido… delito camuflado Opinión

Delito conocido… delito camuflado

Diego Beltrán Alcalde
Por : Diego Beltrán Alcalde Diego Beltrán Alcalde
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Soy colombiano y chileno y, por lo mismo, tengo afecto e intereses en ambos países. Como cualquier persona con doble ciudadanía, me impacta todo por dos, especialmente cuando ambas culturas e identidades son tan especiales. Desde esta mirada, hoy me impacienta una escena ya vista, que se repite como cuando en la intro de una serie se resume el capítulo anterior. Hoy veo con incertidumbre el devenir chileno de los últimos años, que cada vez más, encaja con una suerte de guión latino de hace 30 años.

Viví la época de Pablo Escobar y, por tanto, escuché la nostalgia del Medellín de los años 60 y el tránsito de esa paz a la zona violenta que yo mismo pude conocer en mi niñez y adolescencia. Si puedo compartir este relato hoy, significa que no fui una de las miles de víctimas de esta historia, que a pesar de subsistir al azote del Cartel de Medellín de los 80 y 90 del pasado siglo, cargo –como todos los de mi generación– con un lamento colectivo que representa a todas las familias que no tuvieron nuestra misma fortuna.

Por mucho que mi familia fuera de Bogotá, no estábamos lejos del riesgo, el que incluso en algunos momentos se percibía más atemorizante que en el norte del país. Siempre voy a recordar el vértigo de la mañana del 15 de abril del 93, cuando una bendita llamada telefónica a mi madre retrasó su trámite de salida a trabajar, lo que finalmente terminó salvándole la vida. Si ella no hubiera tomado esa llamada, habría emprendido su trayecto diario de siempre por la calle Carrera 15, lugar que esa mañana fue escenario de una brutal explosión de un coche-bomba en el Centro 93, que acabó con la vida de ocho personas e hirió a más de doscientas. Así también, el Camión-Bomba que no estalló por suerte o porque era un mensaje para el ex director del Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, con más de 500 kg. de dinamita, a cuatro cuadras de mi casa.

Cuando repaso esas mañanas de terror, me envuelven las secuencias de varios episodios y recuerdos de esos días, que terminaron enseñándome, a base del miedo, lo que es el crimen organizado, la falta de justicia y los altos grados de impunidad. En la Colombia de esa época, pude experimentar lo que significa la negación histórica al poder exponencial de los carteles, que en consecuencia se hicieron del territorio y del control del Estado.

Estoy consiente que explicar la Colombia de los ochenta y noventa desde el narcotráfico es un diagnóstico incompleto, pues se deben sumar los efectos de la guerrilla, la pobreza y la mala política, entre otras varias materias, donde el mayor de los pecados fue la negación de la realidad. Por ello, hoy me preocupa la inacción de muchos y me impacta la obstinación de algunos sectores en hacer caso omiso, en el que hoy es también mi país.

Por décadas en Chile han existido barrios completos sometidos por el crimen organizado, lo que sumado al explosivo control de ciertos territorios de La Araucanía, evidencian un fenómeno inquietante. El problema de estas zonas es que las fuerzas criminales han aprendido a disfrazar su intención delictiva desde la reivindicación social, para lo que usan un camuflaje ideológico que les permite ocultar, e incluso justificar, su ilegal negocio que termina dañando a toda la sociedad. Como decía, el mayor error en este escenario es la negación, porque después de validar una causa social, lo que queda es politizarla para que el paso siguiente sea canalizarla a través de las instituciones formales, y es justamente ahí donde no hay vuelta atrás. En Chile estamos en ese proceso hace años, aunque algunos digan que esto recién está comenzando.

En época de definiciones como las que estamos viviendo, los chilenos tenemos que afrontar el diálogo con transparencia y sabiduría, para que actuemos más temprano que tarde –lo que en nuestro caso es con suma urgencia– en el combate al crimen organizado y la narcocultura, que en variados países de Latinoamérica y el mundo han probado el daño y miseria que traen a los pueblos, y cuyo mejor ambiente de cultivo es cuando se genera una errada justificación popular. Lo peor de todo ese escenario es que, aunque algunos lo saben, podrían estar negándolo y ese es el punto de no retorno a la falta de justicia y la impunidad. No podemos dejar que, como ocurrió en Colombia, se instale definitivamente en Chile el “delito camuflado”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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