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Sichel y la Inmaculada Concepción Opinión

Sichel y la Inmaculada Concepción


Hay una nueva especie política que se instala y se reconoce como tal: los y las independientes. Mayoritarios y gravitantes en la Convención Constituyente, incluidos, como nunca, los promovidos en las listas electorales de los partidos. Pero ¿qué tan independientes son los independientes en política?, ¿acaso es la libertad en el actuar sin más ataduras que las propias convicciones?

La libertad y, con ello, la independencia, son una paradoja. La libertad es la capacidad de elegir de quien depender (Walter Benjamin) en un mundo demasiado complejo como para manejarse solo, gregarios por necesidad y no solo por amor filial. Hoy, después del estallido de Octubre, una gran mayoría sale de sus invernaderos y se une a la voluntad colectiva; en la calle y en el coloquio descubre  y valora lo público como el espacio de la Política, cada cual dependiendo de los demás (no sin tensiones), cada vez más razonando la emoción (sola es empuje desbocado, sin dirección) y emocionando la razón (para que seduzca y movilice). Aislados y en solitario no se gana nada, es la convicción más profunda y generalizada. El estallido ha traído al presente estas y otras viejas verdades bien olvidadas.

Los independientes y su enorme gravitación actual en la escena política son la contraparte acusatoria del generalizado desprestigio de las élites de todas las layas. Sin embargo, nadie en política es químicamente independiente: se deben y responden a sus electores, a estructuras y orientaciones colectivas (“máquinas” por transitorias y poco estéticas que luzcan) que les permiten postular a cargos de representación, asimismo, se deben –es lo que se espera de ellos- a pares con los cuales comparten lealtades y sentidos (paradigmas).

Todo independiente, pues, ha tenido que elegir de quienes depender para estar y actuar en política, y lo inverso: ser elegido (o rechazado). Es el paradojal mundo de los independientes, distantes absolutos de la figura del  político solitario y autosuficiente. Además, la mayoría, sino todos –vanidad más vanidad menos- comparte la humana pretensión de la trascendencia, el deseo íntimo –y por qué no, legítimo- de dejar sus huellas en las páginas estelares  de la Historia, como lo es el actual proceso constituyente.

Al respecto, ¿qué pasa con Sichel? De partida, la derecha UDI/RN no reconoce al independiente Sichel como parte de su estirpe clasista ni de su tradición cultural y política (tal como desconoció en su momento y de modo más acusado aún, a Desbordes); fue designado casi a regañadientes no obstante haberse impuesto ampliamente en las primarias de Chile Vamos, favorecido principalmente por una masa electoral de sicología derechista pero no necesariamente identificada con las cúpulas partidistas. Sichel, percibido como un advenedizo ex DC y Ciudadano, ex funcionario de gobierno de Bachelet, que no obedece a partidos pero que se comporta como un jefe amenazante con  los parlamentarios que no siguen sus órdenes, ocultándoles, a la vez,  sus propias decisiones en sentido contrario.

No hay inmaculada concepción en su designación, no obstante su majadera pretensión de independiente, condición que lo liberaría de cálculos e intereses egoístas y de sucias máquinas partidarias. Sichel es el menos independiente de los candidatos en el sentido aquí expuesto. De una parte, es el candidato del “gran  empresariado y de los que no quieren perder poder”(como lo señaló Mathei) que mueve fortunas, influencias relevantes y medios de comunicación. Hoy elige a Sichel para capturar el futuro gobierno y representarse directamente, corporativamente en la escena política y en el Estado dada   la grave crisis de representación y conducción política de los partidos de la Derecha (similar conducta que tuvo ante el gobierno de S. Allende).

De otra, por soberbia e impericia, Sichel ningunea y amenaza a quienes necesariamente ha de depender para el trabajo territorial al momento de persuadir y movilizar a los electores (su punto más débil) y respecto de los cuales debe proyectar liderazgo  y conducción política. Por el contrario, se encapsula en su comando y en la práctica ningunea a  los partidos.

Sichel se pone al borde de quedar rehén de su propio aislamiento, que es el peor modo de ser independiente en política, hecho eminentemente práctico y no solo moral e ideológico: fugas diarias de parlamentarios RN y UDI hacia JAK, acusados de oportunistas, creciente pérdida de credibilidad y empatía, desencuentros con la directiva RN,  distanciamiento de Piñera. Es decir, por defecto, creciente pérdida de independencia política; cada vez menos parlamentarios quieren depender de él (ni fotografiarse), ni él mismo poder elegirlos, al contrario los ha ahuyentado. Hoy tiene la aparente libertad de un águila limitado su radio de vuelo a un cada vez más constreñido espacio, fuera del cual no elige ni es elegido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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