Publicidad
En estado de embriaguez Opinión

En estado de embriaguez

Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Miembro de la Convención Constituyente.
Ver Más

Volver a poner bajo la alfombra el tema constitucional, como hicimos entre 2005 y 2022, y seguir confiando en la reforma de la actual Constitución que ahora prometen los mismos sectores que antes del plebiscito de septiembre llamaron a votar Rechazo y se comprometieron a un nuevo y pronto proceso constituyente que ahora tratan de eludir, nos expondría a volver más adelante a tropezarnos con la alfombra y a clamar al cielo si en tal caso retornan las protestas sociales de 2019.


Las sociedades democráticas no reforman las Constituciones que puedan haber heredado de una dictadura, las reemplazan. Pueden fallar en ese intento una vez, incluso después de 32 años de haberse zafado de la dictadura, pero no renuncian a ese propósito, máxime si en el caso nuestro el país se pronunció por una amplísima mayoría a favor de tener una nueva Constitución. Si resultó contundente la mayoría del 63% que rechazó la reciente propuesta de nueva Constitución, ¿no lo fue más aquella del 80% que se pronunció a favor de una nueva Constitución? ¿Acaso las decisiones de la mayoría valen solo cuando las compartimos y que podemos prescindir de ellas cuando no responden a nuestras preferencias? ¿Acaso podemos pavonearnos de haber conseguido una amplia mayoría a nuestro favor y despreciar otra aun más amplia que obtuvieron otros?

Es cierto, en Chile, luego de la dictadura militar, se escogió, en parte  por la fuerza de los hechos, la vía de la reforma de la Constitución. Un proceso de reformas lento, exasperantemente lento, con un tercio del Congreso Nacional que podía vetar cualquier reforma que no fuera de su agrado o no respondiera a sus intereses, tal como ocurrió en 2005 con aquella reforma que consistía en otorgar reconocimiento constitucional a los pueblos indígenas. Solo eso, reconocimiento constitucional, o sea, tanto como haber dicho que el verano viene después de la primavera.

Fracasado el reciente intento de sustituir la actual Constitución –fracasado en su objetivo (que la propuesta fuera aprobada) mas no en su cometido (contar con una propuesta)–, se alzan ahora las voces en el sentido de que no es posible repetir la misma fórmula para tener una nueva propuesta: una Convención elegida por sufragio universal, paritaria, con acceso de independientes y de representantes de pueblos indígenas. “¿Cómo repetir una fórmula que fracasó en su objetivo?”, dicen, olvidando que la fórmula, sin embargo, no fracasó en su cometido; y esto cuando lo dicen, puesto que son muchos, muchísimos, los que ahora se han puesto una máscara pro nueva Constitución para esconder su íntimo rechazo a la idea. ¿Cuántas veces el Congreso Nacional o alguna Presidencia de la República han fracasado en sus objetivos? ¿Y vamos acaso por ello a suprimir a aquel y a esta y a depositar en otra parte la competencia para dictar leyes y administrar el país?

Siempre tan sensibles a la aprobación internacional de nuestro país, ¿podemos creer que nuestro prestigio en ese ámbito depende solo de cuántos tratados de libre comercio celebremos y de cuántos gases de efecto invernadero estemos enviando a la atmósfera?

Además de los que en el actual momento constitucional usan máscaras para ocultar sus verdaderas intenciones, otros proponen fórmulas muy rebuscadas para llegar a tener una nueva Constitución, tan rebuscadas que pareciera que en realidad no quieren esta última y simplemente no se atreven a decirlo. Si, como afirmamos todos sin excepción, la democracia seguirá siendo en Chile nuestra forma de gobierno en el caso de aprobarse una nueva Constitución, ¿qué temor puede haber a que una nueva Convención sea elegida por votación popular, esto es, con sujeción a una de las reglas básicas de la democracia? Proclamamos a cada rato nuestra preferencia por la democracia, pero algunos parecen temer que una de sus reglas más elementales se aplique cuando de lo que se trata es nada menos que de tener una propuesta de Constitución que sea luego votada por el pueblo.

La democracia es osada. Siempre lo ha sido, y ese es uno de sus atractivos. ¿Y saben por qué? Porque a diferencia de otras formas de gobierno no tiene una respuesta a la pregunta acerca de quién deba gobernar. Otras formas de gobierno responden “un monarca”, “los más preparados”, “los más ricos”, “el proletariado”, o una casta militar o profesional cualquiera. En cambio, la democracia simplemente dice no saber quién deba gobernar, y que, por tanto, podrá hacerlo cualquiera que obtenga para sí la mayoría en elecciones periódicas sujetas a ciertas reglas muy precisas que ella se encarga de establecer. Debe ser ese carácter osado de la democracia –y me refiero a la democracia liberal, moderna y de carácter representativo– el que asusta hoy a los sectores conservadores, al igual que en décadas pasadas provocó el rechazo de parte de quienes fueron partidarios de la dictadura del proletariado y la motejaron de “burguesa”.

Por otro lado, me temo que la idea de evitar una elección popular de nuevos convencionales, reemplazándola por designaciones a dedo hechas desde el Congreso, podría responder al propósito de que los partidos, actuales o en ciernes, aseguren cada cual una cuota de representantes en la futura Convención sin someterse al riesgo de una votación de la ciudadanía. O sea, la historia de siempre. La “nueva” forma de hacer política que nos han prometido tantas veces.

[cita tipo=»destaque»]En materia constitucional, Chile, entre 1989 y 2005, y entre este último año y 2022, fue un camarón dormido en el río y casi nos lleva la corriente.[/cita]

Aún es tiempo para arribar a un acuerdo político digno, si bien nos han ido corriendo el mes en que debería tener lugar, lo cual es otro mal signo. Sí, acuerdos de este tipo son difíciles de lograr, pero los enemigos de una nueva Constitución, declarados o cínicos, podrían estar pensando que el cóctel habitual de fin de año –Navidad, Año Nuevo, vacaciones–, unido al hecho de que en marzo siempre tenemos la cabeza en otra parte, hará desaparecer las ganas de reemplazar la Constitución de una dictadura que lleva ya 42 años y que bien podría enterar medio siglo de vigencia.

Si parte de la pasada Convención jugó con fuego al proponer no pocas normas que iban a contrapelo con la mayoría del país y las múltiples inseguridades que esta se encontraba padeciendo –inseguridad sanitaria, de orden público, laboral, económica, de ingresos–, el actual Congreso Nacional, por momentos tan infatuado como lució por largos momentos la Convención, podría estar ahora haciendo lo mismo. La euforia, que por momentos rayó en borrachera dentro de la Convención, podría hoy haber cambiado de bando y acabar pagando un mismo precio.

Un precio que terminará pagando el completo país, mientras los partidos políticos, tanto los viejos como los nuevos emergentes, solo piensan en el porte de la mascada de poder político que podrán llevarse entre los dientes en las siguientes elecciones parlamentarias y presidenciales. Si es ya impresionante la cantidad de partidos que hemos llegado a tener, también lo es el patetismo de no pocos parlamentarios y dirigentes políticos que prácticamente a diario ventean sus ambiciones de instalarse en La Moneda.

Volver a poner bajo la alfombra el tema constitucional, como hicimos entre 2005 y 2022, y seguir confiando en la reforma de la actual Constitución que ahora prometen los mismos sectores que antes del plebiscito de septiembre llamaron a votar Rechazo y se comprometieron a un nuevo y pronto proceso constituyente que ahora tratan de eludir, nos expondría a volver más adelante a tropezarnos con la alfombra y a clamar al cielo si en tal caso retornan las protestas sociales de 2019.

En materia constitucional, Chile, entre 1989 y 2005, y entre este último año y 2022, fue un camarón dormido en el río y casi nos lleva la corriente.

¿Nos arriesgaremos otra vez a lo mismo?

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias