Sea cual sea el caso, sí parece que algo cambió: la atmósfera heroica que tenía la gesta de “los pingüinos” del 2006, que se constituía como un gran relato que hacía que los chilenos medios lo apoyaran sin titubear, ya no existe. A pesar de la grave crisis de la educación pública chilena, de la que forma parte también el Instituto Nacional, su petitorio se desancla de esta y sus métodos solo la agravan. Lo único que parecen notar con agudeza es la dramática situación de salud mental estudiantil, pero solo apuntan a la falta de psicólogos en su propio establecimiento, perdiendo de vista el problema nacional.
En un ya lejano 25 de abril del año 2006, los estudiantes del liceo A-45 Carlos Cousiño de Lota se tomaron su establecimiento en una forma de protestar por las malas condiciones de la infraestructura. El colegio se había hecho famoso días atrás debido a videos que mostraban el agua corriendo por sus pasillos durante las primeras lluvias del año, recibiendo el sobrenombre de “liceo acuático”. Luego, un 19 de mayo del mismo año, un Instituto Nacional que despuntaba en los ránquines de los colegios, fue tomado en forma de apoyo, y encabezó lo que la historia bautizó como “revolución pingüina”. Estas protestas instalan a la educación de forma permanente en la agenda política nacional y dan inicio a movilizaciones sociales anuales con consignas que en el 2011 fueron depuradas como “educación pública y de calidad”.
La gesta era heroica y el relato glorioso. Los estudiantes diagnosticaron que el problema de la sociedad chilena era la desigualdad y que el remedio para curar dicha enfermedad era la educación como motor de la movilidad social. Los gobiernos se sucedieron con distintos intentos de solución. La beca “Vocación de profesor” en el primer Gobierno del Presidente Piñera, y luego la “Gratuidad universitaria” del segundo Gobierno de la Presidenta Bachelet no lograron calmar el malestar social y no hubo forma de evitar que todo estallara un 18 de octubre del año 2019.
En la actualidad el panorama es muy distinto, pero la educación sigue en crisis. Luego de paros ininterrumpidos desde el 2006 al 2023 y con dos años de pandemia en donde Chile fue el país del mundo que por más tiempo suspendió clases, la educación pública se ha visto mermada sistemáticamente, y los prestigiosos liceos emblemáticos, que lograban que alumnos de clase media y media baja obtuvieran puntajes que les permitían entrar a las mejores universidades, ya no son ni la sombra de lo que fueron. El Instituto Nacional, que siempre estaba dentro de los cinco mejores colegios, actualmente esta en el puesto 201 y la historia se repite en otros emblemáticos. El liceo Nº1, Javiera Carrera, en el puesto 544; el Internado Nacional Barros Arana, 883; y el Liceo de Aplicación, 904.
Con todo, a solo tres días de asumida la nueva directora, Carolina Vega Thollander, el miércoles 17 el Instituto Nacional vuelve a estar en toma, y le da solo cinco días hábiles para “la entrega de una respuesta sólida y concreta” a un petitorio que se divide en medidas de corto, mediano y largo plazo, que incluyen baños “plurigenéricos”, comida vegana y más psicólogos, entre otras cosas.
Así, el malestar que engendró las movilizaciones aquel 2006 parece que sigue ahí y que los métodos que encontró para hacer escuchar su voz, vale decir, los paros y tomas, se enquistaron de modo tal que son una medida previa a cualquier instancia de diálogo razonable. Sea cual sea el caso, sí parece que algo cambió: la atmósfera heroica que tenía la gesta de “los pingüinos” del 2006, que se constituía como un gran relato que hacía que los chilenos medios lo apoyaran sin titubear, ya no existe. A pesar de la grave crisis de la educación pública chilena, de la que forma parte también el Instituto Nacional, su petitorio se desancla de esta y sus métodos solo la agravan. Lo único que parecen notar con agudeza es la dramática situación de salud mental estudiantil, pero solo apuntan a la falta de psicólogos en su propio establecimiento, perdiendo de vista el problema nacional. Ya no hay un gran relato de los secundarios.
Ahora solo resta preguntarse: ¿podrá este Gobierno, cuya génesis sin duda se encuentra en las movilizaciones estudiantiles, sintonizar con los secundarios para darle solución a un problema que ya va a cumplir 17 años?