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50 años del golpe: mi testimonio Opinión

50 años del golpe: mi testimonio

Aníbal Wilson Pizarro
Por : Aníbal Wilson Pizarro Periodista. Ex funcionario Banco de Chile, ex columnista Diario La Epoca.
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Como nuestra casa estaba cercana a la de mi primo, acostumbrábamos habitualmente jugar allá, y ahí vi, en reiteradas oportunidades, llegar muy alegres y campantes, después de posibles caminatas o remontadas al cerro de La Cruz, a los tres íntimos amigos: Alfredo, don Carlos y Pinochet. Fui testigo de eso por largos años. Sabemos y está ya comprobado quién es el verdadero autor del horroroso crimen de don Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert, en Buenos Aires. Así terminó una amistad traicionada tan alevosa y vilmente.


Tengo 86 años u me incorporé a la política a mis 14, época en que escribí mis primeros artículos en la Revista del INBA (excelente colegio por aquellos años), cuando cursaba cuarto año de Humanidades. No tenía idea qué me esperaba desde los años ’50 en adelante. Marché por la “Patria Joven” con gran optimismo. Trabajé por Radomiro Tomic con entusiasmo y viví la Unidad Popular (UP) trabajando en el Banco de Chile, donde podía criticarla en la revista de los empleados del banco, revista que yo mismo proyecté y fundé con algunos compañeros y amigos. Su primer número apareció con el nombre de Revista Corchetes. Aún se conserva, ahora que como la Revista de los Empleados del Banco de Chile.

Cuento esto para probar, con fundamento, mis “recados” a la Unidad Popular por lo que yo veía, a mis 30 y tantos años, como el desorden, las colas y críticas al por mayor, por lado y lado. También pude ir informándome de lo que hoy no se manifiesta debidamente, como las posibles causas del golpe cívico-militar. Gobernaba Nixon en EE.UU., que no aceptaba por ningún motivo que se instalara otra Cuba en el continente americano, muy bien asesorado por Henry Kissinger, el cerebro del gobierno, por lo que acordaron tácita o explícitamente dar castigos, derrotas o agravios a un país llamado Chile (claramente boicotear), sin mencionar el alevoso asesinato del general Schneider por parte de la extrema derecha chilena, financiada en parte por la CIA en EE.UU. Al respecto y como se afirma en otra columna reciente de El Mostrador –lo que, por supuesto, forma parte también de mi testimonio asimilado y compartido plenamente–, es que la causa principal del golpe militar estaba en Washington y no en Santiago y que al preguntársele a un miembro de la CIA qué tan involucrada estuvo esta en el golpe militar en Chile, este respondió: “Completamente”.

Quienes se mofan de los que acusan y atribuyen al imperialismo tantas atrocidades, arrogancias o despotismos no podrán negar estas evidencias históricas.

Continúo con mi historia: aprovechando que un amigo íntimo tenía un gran depósito o almacén de abarrotes con diversas mercaderías, en Providencia con Carlos Antúnez, fui a comprarle varios víveres que escaseaban y que él, seguramente, no me negaría. Se sorprendió de verme allí, pero orgulloso de su astucia y convencido de que ayudaba a “salvarnos del marxismo”, decidió mostrarme, en su espacioso subterráneo, el “patriótico” resultado de su poder de acaparamiento de toda clase de provisiones, una  “contribución” destinada a aumentar la desilusión y descontento contra el gobierno del Presidente Allende.

Antes de despedirnos y hacerle ver mi total desacuerdo con su proceder me aseguró, como justificándose, que muchos amigos y conocidos hacían lo mismo y que tenían “cerros de mercancías para fomentar el desabastecimiento con el consiguiente fastidio de la gente y la segura derrota del gobierno soviético”. Recuerdo como si fuera ayer la ruindad de sus palabras textuales.

No puedo dejar de testimoniar también algo muy personal y familiar que duele brutalmente.

Mi primo hermano, bastante mayor que yo, general de Ejército Alfredo Carvajal Wilson, tuvo por largo tiempo una acogedora casa en Zapallar (aclaro, por los posibles desmentidos de quienes duden a quien visitaba Pinochet realmente, que no se trata de la conocida “Casa Wilson”, propiedad originaria de Irene Wilson, hermana de mi padre y a quien debe su calificativo la tan afamada casa). Mi primo, don Carlos Prats González y Augusto Pinochet Ugarte eran muy amigos, compañeros en la Academia de Guerra y durante toda su carrera militar.

Pinochet y don Carlos, que tenían la misma edad, ambos nacidos en 1915, visitaban frecuentemente a Alfredo. La verdad es que yo, cabro chico aún (hablo de los primeros años de la década del ’50) era muy amigo con su hijo mayor, con el que casi igualábamos en edad. Como nuestra casa estaba cercana a la de mi primo, acostumbrábamos habitualmente jugar allá, y ahí vi, en reiteradas oportunidades, llegar muy alegres y campantes, después de posibles caminatas o remontadas al cerro de La Cruz, a los tres íntimos amigos: Alfredo, don Carlos y Pinochet. Fui testigo de eso por largos años. Sabemos y está ya comprobado quién es el verdadero autor del horroroso crimen de don Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert, en Buenos Aires. Así terminó una amistad traicionada tan alevosa y vilmente.

También en lo familiar sufrí, como miles de chilenos, por dos sobrinos: uno por el lado paterno y el otro por el materno, los dos recién casados y con sus esposas embarazadas por vez primera, que fueron acribillados por la espalda, en un “enfrentamiento” (mandatado por quien aseguró: “En este país no se mueve una hoja sin que yo lo sepa”). Fueron acribillados por la espalda por pensar diferente. Como describe el filósofo y escritor Nicolás Mederos, refiriéndose a los 50 años del golpe en Uruguay, tanto aquí como allá en su país “quizá como nunca antes, se está logrando cercenar a los amantes del olvido selectivo”.

Hubo tanto espanto, crueldad y perversidad, que pretender olvidar o justificar hechos gravísimos como algunos de los que me tocó ser testigo presencial es, sencillamente, falsear y desfigurar la historia vergonzosa de los peores 17 años de nuestra patria mancillada, humillada y mutilada tan triste y dolorosamente.

El realismo político nos obliga a admitir la dificultosa y penosa situación de un país que hemos convertido en un verdadero campo de batalla, en el que “combos vienen y combos van”, acercándonos a un doble nocaut compartido en el que nadie ganará y en el que la historia, esta vez, no perdonará.

Pongamos todo nuestro empeño, entonces, en no conducir al país a ese punto de quiebre ya temido y tan anunciado.

Finalizando, y con el fin de que no se tergiversen o malinterpreten mis palabras, mi testimonio también comprende la esperanza de un Chile fraterno, el cual requiere que recordemos y creamos que la reparación es posible para que no sea conducente a un futuro inhumano y deshumanizante

¿Por qué no confiar hoy en la aspiración-inspiración de la creación de una comunidad todavía mejor que la que perdimos? Uno en el cual se pueda volver al respeto de la dignidad ajena, la libertad de las conciencias, la justicia a las víctimas, la sujeción a la legalidad establecida, la conversación, la discusión de las ideas y la participación plural, en fin, todo aquello que anticipa de algún modo la recuperación de la cordura, ¡lo creo y quiero creerlo! Cuando la convivencia que anhelamos sea pensada y debatida con un corazón que haga suya la pena del enemigo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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