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Chile: ¿hacia la peruanización del sistema político? Opinión

Chile: ¿hacia la peruanización del sistema político?

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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Cuando el debate programático tiende a diluirse y a ser reemplazado por estrategias comunicacionales que buscan atraer electores –como la mercadotecnia atrae consumidores–, entonces se ingresa a una fase de liderazgos soft y a una búsqueda de poder para la administración. En ese camino, la tentación del clientelismo es poderosa. El clientelismo es la antesala de la corrupción sistematizada.


En los últimos años nuestro sistema político revela una tendencia hacia un presidencialismo debilitado, un Congreso a ratos empoderado, pero al mismo tiempo fragmentado, una creciente y preocupante brecha de desconfianza entre ciudadanía y representantes, junto a un debilitamiento del sistema de partidos, donde las formaciones basadas en propuestas programáticas de inicio de la transición van siendo reemplazadas por un variopinto mosaico de partidos, que hoy se expresan en más de 20 bancadas que conviven en el Parlamento. El cuadro se completa con una enconada guerra de trincheras entre las diversas fuerzas políticas. En ese contexto, el debate nacional a menudo es copado por hechos de la contingencia.

Si miramos a nuestro vecino del norte, podríamos hallar muchos rasgos comunes en esta sucinta descripción.  Aclaremos: Chile hoy no es idéntico al Perú en cuanto a sistema político, pues, por cierto, ambos países poseen formaciones sociales muy diferentes, con pasados recientes traumáticos, pero diversos. En Chile no se vivió el mix de hiperinflación, Sendero y el fujimorato; en el Perú no se vivieron los 17 años. Al final, Fujimori y Pinochet tienen similitudes, pero también diferencias.

En perspectiva, encontraremos que a inicios del presente siglo la informalidad en el Perú giraba en torno al 30%.  Hoy, Lima es la cuarta ciudad venezolana del mundo (las tres primeras están en Venezuela). El aproximadamente millón de migrantes que han buscado cobijo en el Perú se ha unido a una variopinta masa de inmigrantes internos, los que todos sumados arrojan en la actualidad un aproximado de 80% de informales. La mayoría de ellos sobrevive vendiendo salchipapas, mototaxiando, vendiendo lo que se pueda y viviendo fuera del sistema bancario y, por supuesto, del impositivo, además de carentes de seguridad social. También en ese medio florece el préstamo “gota a gota” y navega el delito silencioso: la extorsión. Ojo, la informalidad no es solo urbana, actividades como la minería ilegal y la industria del narco animan algunas regiones.

Ante este presente, viene a la memoria la histórica pregunta en la Catedral: “¿En qué momento se jodió el Perú?”.  Cabe preguntarse si esa misma interrogante alguna vez valdrá para el sur.

El sistema político organiza la forma en que la ciudadanía elige a sus representantes, sea al Ejecutivo o al Legislativo, y se supone que las fuerzas políticas compiten ofreciendo alternativas programáticas a la ciudadanía.  Cuando el debate programático tiende a diluirse y a ser reemplazado por estrategias comunicacionales que buscan atraer electores –como la mercadotecnia atrae consumidores–, entonces se ingresa a una fase de liderazgos soft y a una búsqueda de poder para la administración. En ese camino, la tentación del clientelismo es poderosa. El clientelismo es la antesala de la corrupción sistematizada.

En esta ruta, sumada a la economía subterránea del delito (léase narcotráfico), la corrupción se ha expandido en buena parte de América Latina, ya sea por ser zona de producción de cocaína o por el control de las diversas rutas para acceder al mercado estadounidense. A menudo, la corrupción intenta penetrar el poder político y eso explicaría la gran cantidad de políticos procesados, lo que retroalimenta la desconfianza de la población en las elites.

Chile tiene un mayor grado de institucionalización que la media latinoamericana, más allá de visiones autocomplacientes, y en sus más de 200 años de vida independiente ha ido construyendo una institucionalidad relativamente mas consolidada.  Pero no todo ha sido lineal.  Por ello es necesario cuidar la calidad de la democracia y recordar que no siempre hemos sido una sociedad que ha resuelto sus diferencias de manera civilizada.

Sufrimos una sangrienta guerra civil a fines del siglo 19, y después vivimos décadas de crecimiento producto del salitre pero incubando agudas desigualdades, esas tensiones explotaron en la década de los veinte del siglo pasado.   Ingresamos a un vértigo de inestabilidad donde pasó de todo, desde dictaduras tradicionales hasta una Republica Socialista que duró pocos días.  Fueron también testigos de la insurrección de la marinería que fue aplacada a sangre y fuego por el bombardeo de la flota y el asalto a las bases navales.  La reconstrucción de la Republica fue de la mano de los gobiernos radicales y de la progresiva expansión del derecho a voto y los años de oro de la Corfo y el intento por industrializar el país, la clase media empezó a crecer. Junto a ello, asistimos a un lento descenso del poder tradicional de los señores de la tierra vía la reforma agraria de Frei Montalva y Allende.  Así llegamos a los mil días de la Unidad Popular y luego la dictadura cívico militar que duro 17 años.

Las nuevas generaciones no conocen mucho de todo esto, más aún cuando del curriculum escolar se disminuyeron o eliminaron horas de historia y de educación cívica.  Quizás por eso algunos, incluso becados de posgrado en el exterior, sostienen que en los últimos treinta años no se hizo nada.  La gratificante noticia reciente que detecta la disminución de la pobreza desmiente esas sobre ideologizadas visiones.  Que nuestro país tenga un relativo nivel de bienestar explica porque tantos extranjeros quieren vivir bajo nuestras leyes y en nuestro territorio.

Pero no queremos destacar solo los aspectos positivos, también es necesario poner atención a los síntomas de deterioro de nuestra institucionalidad y de nuestro convivir.  Y sobre todo aprender las experiencias de otros países.  En el caso de la presente columna, si miramos la realidad peruana a inicios del siglo 21, tendremos que la informalidad no llegaba al 40%, la política era protagonizada por partidos de vieja estirpe como el APRA y el Popular Cristiano.  No es la realidad de hoy. ¿Será la realidad de Chile en algunos años mas?

En lo que nos parecemos mucho es en la opinión que ambas sociedades tienen respecto a sus elites políticas.  En las últimas encuestas en el Perú el gobierno tiene un 80% de rechazo y el Congreso arriba del 90.  En Chile no hemos llegado a esos guarismos, pero quizás que números tendremos en el futuro cercano.  En resumen, sería del todo conveniente aprender de la experiencia de otros países.  Al final, estamos más cerca de Perú, Argentina y Brasil que de España o los países nórdicos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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