La reforma tributaria (o pacto fiscal) y la reforma a las pensiones sufren un tránsito lento, porque los casos de corrupción contraen la fe en la administración del Estado. La discusión presupuestaria queda empantanada por diálogos suspendidos y, además, se suma el portazo de algunos protagonistas políticos.
Tras esta sucesión de elementos con tintes groseros, este nuevo escándalo trae al tapete el rol fiscalizador o quién fiscaliza al fiscalizador. El contralor general de la República, Jorge Bermúdez, pronunció sin pausa: “Hay una nueva forma de aprovecharse de los recursos públicos”. ¿Qué pasa además con la tecnología, que debería estar a merced de aunar y triangular información presupuestaria? ¿Qué pasa con la anunciada modernización del Estado? No es solo ropa interior lo que desnuda una falencia para detectar fraudulencias, es un mecanismo que debilita no solo la confianza de los ciudadanos, sino que entorpece también la velocidad de los planes de Gobierno y ralentiza el trabajo legislativo.
Así, la reforma tributaria (o pacto fiscal) y la reforma a las pensiones sufren un tránsito lento, porque los casos de corrupción contraen la fe en la administración del Estado. La discusión presupuestaria queda empantanada por diálogos suspendidos y, además, se suma el portazo de algunos protagonistas políticos.
Si hay algo que se pausó es la agenda para mejorar salud, pensiones y seguridad. Un punto de encuentro, para salir de este pozo, sería que oposición y oficialismo pongan play a las glosas de la Ley de Presupuestos y eleven los estándares regulatorios. Ya hay muchos gritos en el cielo. Ahora hay que actuar legislativamente.
Los recursos públicos son sagrados cuando las necesidades son tantas. La inflación, los cambios tecnológicos, que vaticinan cambios en el trabajo, la inseguridad, los recursos humanos y físicos escasos en salud, hacen que el Estado se transforme en ese ente administrativo que pone un poco de luz a la oscura incertidumbre. Por eso es que una unidad, aunque sea circunstancial, se implora más que nunca.
Intensidad es lo que menos se necesita ahora y sí más sangre fría, para colocar trabas gigantes a los que planeen desfalcar al Estado. Y una vez puestas las barreras, hay que despejar el camino para las reformas sociales que se necesitan urgentemente.