Publicidad
El duelo prolongado, la pérdida de la democracia y la identidad de la República Opinión

El duelo prolongado, la pérdida de la democracia y la identidad de la República

José Manuel Araya García
Por : José Manuel Araya García Dr. en Filosofía, Investigador del Instituto de Investigación Interdisciplinaria, Universidad de Talca, Director de Sistémica del Instituto de Filosofía y Ciencias de la Complejidad.
Ver Más

Veamos a Chile como un sistema cognitivo por derecho propio. Al menos dentro del discurso de las élites políticas, Chile se ha autoconcebido como un país de “tradición democrática”. En ese sentido, la ruptura de la democracia del 11 de septiembre de 1973 implica una ruptura del self de la República. Chile se abate. Se gatilla el proceso del duelo de la República. La culminación exitosa de ese proceso significaría, entonces, hacer las paces con esa pérdida: reorganizar y actualizar adaptativamente la propia identidad republicana.


Las ciencias cognitivas estudian los sistemas inteligentes: los sistemas cognitivos. El cerebro es un sistema cognitivo. Mejor, una persona es un sistema cognitivo. Eso no parece controvertible. Ahora, como plantea el programa de investigación de la cognición distribuida, si se cumplen ciertas condiciones estrictas, sistemas compuestos por múltiples personas pueden configurar un solo sistema cognitivo por derecho propio. En este sentido, tal vez la tripulación de un barco que se dirige a puerto constituye un sistema cognitivo por derecho propio, como sugería Hutchins ya en los años 90.

Es tentador ver a las personas de Chile como constituyendo un solo sistema cognitivo. Ciertamente, las condiciones estrictas para la constitución de un sistema cognitivo distribuido difícilmente se cumplen en el caso de un país (al menos bajo las condiciones que propone Huebner). Sin embargo, ver a los grupos y sociedades como si fueran un solo sistema cognitivo puede resultar heurísticamente fructífero e iluminador. Las analogías entre el nivel individual y el nivel grupal casi siempre lo son. Hagámoslo.

La investigación en neurociencia cognitiva, fenomenología psicopatológica y filosofía de las emociones converge en la idea de que el duelo consiste en un proceso de “ruptura-y-actualización” de la propia autoconcepción. A este respecto, los trabajos de Joa y Newberg, Fuchs, Goldie, Letheby y Gerrans son reveladores.

Ahora bien, los procesos tienen un comienzo y fin estereotipados, y en el transcurso de los mismos se modifica su configuración. Un proceso es exitoso cuando llega a término, y fallido (o patológico) cuando no. Es ampliamente aceptado que el duelo comienza cuando ocurre una pérdida personal. Es decir, el duelo se desencadena cuando parte de la propia identidad o autoconcepción se pierde. Después de todo, las personas queridas forman parte de la historia que nos identifica. El punto final del duelo es una persona que llega a hacer las paces con su pérdida. Esto implica adaptarse a la nueva realidad que se habita, en la cual lo perdido ya no está. Esto equivale a “reorganizar” la propia identidad o autoconcepción.

Veamos a Chile como un sistema cognitivo por derecho propio. Al menos dentro del discurso de las élites políticas, Chile se ha autoconcebido como un país de “tradición democrática”. En ese sentido, la ruptura de la democracia del 11 de septiembre de 1973 implica una ruptura del self de la República. Chile se abate. Se gatilla el proceso del duelo de la República. La culminación exitosa de ese proceso significaría, entonces, hacer las paces con esa pérdida: reorganizar y actualizar adaptativamente la propia identidad republicana.

¿Hicimos las paces? Claramente, no. En el caso de las personas, los casos patológicos de duelo (duelo prolongado/trastorno de duelo complejo persistente) son aquellos en los que el proceso de actualización de la propia identidad no llega a término. La pérdida personal que abate a la persona sigue presente. Siendo esto así, y volviendo al caso del sistema cognitivo Chile, estamos entonces frente a un caso de duelo patológico.

En el caso de los individuos, nuevos tratamientos farmacológicos se han mostrado prometedores como facilitadores de la actualización de la propia autoconcepción en el caso del duelo prolongado (en este sentido, el trabajo de González, Cantillo y colegas resulta particularmente interesante). Acá, no obstante, se rompe la analogía. A diferencia de un sistema nervioso individual, los países no tienen una fisiología. No hay fármacos para grupos, por decirlo así. De este modo, parece difícil llegar a hacer las paces con la pérdida de nuestro duelo republicano. ¿Puede este sistema cognitivo hacer las paces tras su pérdida y superar su duelo republicano? ¿Podrá nuestro país actualizar su autoconcepción?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias