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El trauma de Colonia Dignidad Opinión

El trauma de Colonia Dignidad

Carola Fuentes
Por : Carola Fuentes periodista de investigación de La Ventana Cine
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Millones de personas han visto las series y las películas, pero no existe una masa ciudadana dispuesta a defender a las víctimas de Colonia Dignidad.  Franz Baar y su esposa Ingrid, son ejemplo vivo de resiliencia pero sus cuerpos torturados y sus almas no se han podido liberar del horror vivido.


Mientras escribo esto está en la UTI en el hospital de Coyhaique. 

Franz tiene 68 años, una diabetes descompensada y secuelas de un accidente cerebro vascular (ACV)

Hace una semana se lo llevó un río en Puyuhuapi y le dio hipotermia; se estaba empezando a recuperar del ACV que sufrió hace 9 meses, mientras vivía cerros adentro en la zona de Villa Ortega,  al este de Aysén.  

En ese lugar había construido un paraíso en la tierra, buscando redimir su pasado y encontrar la salvación.

A Franz Baar lo conocen millones de personas en todo el mundo. Los que vieron la serie documental de Netflix sobre Colonia Dignidad, los que vieron la serie documental de Amazon sobre Colonia Dignidad. Su personaje ha inspirado también series y películas de ficción, que han ganado premios y festivales.

Yo lo entrevisté por primera vez en el 2004 mientras buscaba al prófugo Paul Schaefer en Argentina, cuando era periodista del programa Contacto, de Canal 13

Lo entrevisté por última vez hace dos veranos, para el cortometraje que mi pareja, Rafael Valdeavellano dirigió para la cadena Al Jazeera.  Ellos lo titularon “Sobreviviendo a una secta siniestra”, nuestra propuesta era “Una Historia Porfiada”, porque es la historia perseverante de Franz Baar y su esposa Ingrid Szurgerlies, víctimas de Colonia Dignidad, en busca de un final feliz para su vida. (Ver aquí)

Una vida digna de películas y series de televisión, que mientras escribo, se apaga en una cama de hospital en el sur… y no por la hipotermia, ni por la diabetes ni por el ACV… sino por las heridas imborrables dejadas en su cuerpo y en su alma por Paul Schaefer, sus cómplices y la red que los protegió.

Franz e Ingrid han sido un ejemplo de resiliencia. Escaparon de la Colonia el 2003, recién casados, con una mano por delante y otra por detrás. Tras la captura de Paul Schaefer el 2005 se hicieron famosos y mucha gente quiso ayudarlos, pero nadie estaba preparado para convivir con una pareja adulta que había crecido en una secta. 

Durante 10 años deambularon por Chile, trabajaron en parcelas, cuidaron jardines, animales y estuvieron a punto de terminar en la calle. 

El abogado Hernán Fernández tomó su caso y emprendió acciones legales para conseguir justicia: por las torturas, por los trabajos forzados y por los miles de vejámenes que sufrieron los dos en el medio siglo que estuvieron encerrados. Pero las dificultades para desentrañar la verdad han sido colosales.

Ni la justicia chilena, ni la alemana, se hicieron cargo, ni antes ni ahora, de manera suficiente.  Ni Chile ni Alemania han asumido la culpa que les cabe, ni con Franz ni con Ingrid, ni con otros cientos de víctimas de la secta. De vez en cuando se anuncian programas de apoyo y pensiones de gracia, se hacen ceremonias y se entregan medallas, pero ni el Estado chileno ni el alemán han cuidado de quienes sufren el resultado de su propia negligencia. Millones de personas han visto las series y las películas, pero no existe una masa ciudadana dispuesta a defender a las víctimas de Colonia Dignidad, ni a condenar públicamente a quienes ampararon la impunidad de sus criminales. 

Es como si el problema fuera tan grande, que la gran mayoría le hace el quite, sin dimensionar cómo, con eso, el trauma persiste.

En el año 2016 Franz Baar quemó la casa en que estaban viviendo, en Bulnes. Se resistió a ser desalojado por carabineros, que lo llegaron a expulsar a petición de los dueños, vinculados a la Colonia.  Franz casi se quema él mismo pero se salvó. 

Con lo poco que rescataron, él y su esposa emprendieron un viaje al sur. Un grupo de amigos solidarios los ayudaron a cumplir su sueño: un terreno para vivir en libertad. 

En medio de la naturaleza Franz abrazó los árboles, encauzó el agua de un estero, sembró papas y construyó un invernadero. Criaron patos y gallinas, y llegaron a tener 300 conejos, a los que le ponía música clásica para que fueran felices.  

Franz e Ingrid se arreglaron los dientes, se compraron un buggy y jugaron con la idea de convertir el lugar en un refugio para las otras víctimas de la Colonia. Pero el fantasma del trauma seguía con ellos. 

En el 2011 a Franz le diagnosticaron diabetes. Le dieron remedios. No se los tomó. Por décadas él, Ingrid, y cientos de otros colonos, fueron drogados en el hospital de Villa Baviera. Los mantenían sedados para que trabajaran 16 horas sin descanso ni resistencia. Para Franz, los remedios eran un veneno. En el 2018 la diabetes de Franz se descompensó, se le inflamó una pierna y lo trajeron de urgencia a Santiago para amputarlo. De milagro se recuperó, y solo perdió un dedo del pie. Ante la indolencia del sistema, un pequeño grupo de amigos incondicionales lo siguió apoyando. Volvió a su campo, a sembrar y construir. Pero los fantasmas lo persiguieron.

La última vez que lo entrevisté, mientras pelaba lentejas, me confesó que él tampoco pudo escapar a los abusos de Schaefer. Hasta ese día nunca lo había reconocido. Fue la última vez que lo vi en persona.  

Franz e Ingrid alcanzaron a disfrutar unos años de su paraíso. Pero sus cuerpos torturados no resistieron el esfuerzo físico al que se auto sometieron para cumplir su sueño. Tampoco sus almas se han podido liberar del todo del trauma que sufrieron.  

Escribo esto con pena e impotencia, preguntándome cuánto de ese trauma lo cargamos también nosotros como sociedad, por haber permitido y luego olvidado – a pesar de todas las series y películas- lo que pasó en Colonia Dignidad. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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