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Exmiembros de Colonia Dignidad piden ayuda en medio del abandono y el olvido PAÍS

Exmiembros de Colonia Dignidad piden ayuda en medio del abandono y el olvido

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La estancia de Ingrid Szurgelies y Franz Bäar estuvo marcada por los trabajos forzados y la violencia física y psicológica. “Me dijeron que tenía epilepsia y que, por tanto, tenía que tomar medicación”, cuenta ella. El uso de fuertes sedantes, como el fenobarbital, era sistemático en el enclave, de modo que los residentes ni siquiera tenían la oportunidad de cuestionar sus condiciones de vida y plantearse escapar. Bäar fue drogado durante años, recibió descargas eléctricas y pasó unos 31 años en el hospital de la propia secta. Las consecuencias físicas de los años de abusos se trataron parcialmente, pero a las víctimas de Schäfer se las dejó solas para que lidiaran con las consecuencias psicológicas.


La voz de la mujer al teléfono suena desesperada, pero también infinitamente cansada: “Para Franz, todo esto es difícil de soportar”, dice Ingrid Szurgelies. Ella y su marido Franz Bäar vivieron durante más de 40 años en la secta Colonia Dignidad, fundada por el predicador alemán Paul Schäfer a 30 kilómetros de Parral. Desde que pudieron abandonar la Colonia en 2003, se han mudado a menudo, sobre todo por motivos económicos, porque lo que les queda para vivir no es mucho. Han vivido en distintas partes del país y actualmente residen en Aysén, practicando una agricultura de subsistencia. Bäar, cuya historia ha relatado antes El Mostrador, ha resultado ser una pieza clave en múltiples investigaciones, pero no solo eso: fue una pista entregada por él la que permitió la captura del líder de la secta en Buenos Aires, en 2005.

Ambos reciben cada uno una pensión de gracia mensual del Estado chileno, la cual les fue gestionada por su abogado, Hernán Fernández. Sin embargo, la indemnización por los crímenes a los que fueron sometidos durante décadas en Colonia Dignidad –que el Gobierno chileno aprobó e incluso apoyó bajo el dictador Augusto Pinochet, cuando el enclave fue utilizado como campo de concentración y desaparición de personas secuestradas por la DINA– sigue sin ser pagada por Chile. El Estado alemán, que durante décadas no cumplió con su deber de velar por sus connacionales, a pesar de contar con antecedentes relativos a las condiciones violatorias de los derechos humanos en la Colonia, ha hecho hasta ahora un pago único de 10.000 euros a las víctimas alemanas. Posteriormente, Szurgelies y Bäar recibieron otros 3.000 euros, algo insuficiente teniendo en cuenta que ambos fueron sometidos a años de trabajos forzados y abusos psicológicos y físicos.

Szurgelies llegó de niña a Chile con sus padres desde Alemania, a principios de los años sesenta. “Mi madre estaba sometida a Schäfer”, cuenta. El líder de la secta pedófila también logró convencer a su padre en algún momento: “No quería perder a su mujer”. Entre otras cosas, Schäfer jugaba con los miedos de sus seguidores. Uno de ellos era el miedo a los ocupantes soviéticos y al comunismo en Alemania, sacudida por la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, el seudomesías utilizó el mismo miedo para justificar la posesión de armas en el enclave, como defensa en caso de que los partidarios del socialista y posterior Presidente Salvador Allende la atacaran, con lo cual justificó también el establecimiento de una alambrada dotada de medios electrónicos de vigilancia, a fin de evitar la fuga de quienes vivían esclavizados dentro del lugar.

Franz Bäar, originalmente llamado Francisco del Carmen Morales Norambuena, llegó a la Colonia a mediados de los años 60, a la edad de 10 años. Provenía de una familia de extrema pobreza de Catillo y recordó que “para comer, recogía cáscaras de naranja, de manzana y trozos de pan” en la calle. Para escapar de estas condiciones y para aliviar a la familia, el entonces niño convenció a su madre de que lo enviara a Colonia Dignidad, lo que ella aceptó, dado que los alemanes eran inicialmente considerados ambiciosos y virtuosos, pues ofrecían comida a las familias pobres de la zona, especialmente a los niños, distribuían zapatos y ropa y proporcionaban atención médica en su hospital, bajo el pretexto de la caridad y la dignidad. Una vez en el lugar, Bäar fue adoptado ilegalmente por el segundo líder de la secta, Hugo Bäar (quien escapó de ella en 1984), abrazando plenamente la cultura “alemana” establecida por Schäfer e incluso olvidando el español.

Desde finales de los años 70 del pasado siglo, el complejo principal de Colonia Dignidad se llama “Villa Baviera”, probablemente como homenaje al antiguo primer ministro del estado alemán de Baviera y constante defensor de la Colonia, Franz Josef Strauss, del partido Unión Social Cristiana (CSU). Oficialmente, la estructura sectaria ya no existe; hoy se celebran fiestas populares en el recinto y se presentan a los turistas como bienes culturales alemanes. Sin embargo, allí sigue rigiendo un sistema jerárquico en cuya cúspide unos pocos mandan y se benefician exclusivamente de las ganancias generadas. Además de las estructuras criminales mafiosas de Colonia Dignidad, el abogado Hernán Fernández indica que “el caso de Colonia Dignidad es un fracaso de los Estados de Chile y Alemania desde el principio, hemos sido los privados los que hemos tenido que apoyar a las víctimas como Ingrid y Franz, pero el daño que han sufrido es demasiado, porque la negligencia del poder político de los Estados continúa”.

La estancia de Szurgelies y Bäar en el fundo de la Región del Maule estuvo marcada por los trabajos forzados y la violencia física y psicológica. “Me dijeron que tenía epilepsia y que, por tanto, tenía que tomar medicación”, cuenta Szurgelies. El uso de fuertes sedantes como el fenobarbital era sistemático en la Colonia, de modo que los residentes ni siquiera tenían la oportunidad de cuestionar sus condiciones de vida y plantearse escapar. Bäar fue drogado durante años, recibió descargas eléctricas y pasó unos 31 años en el hospital de la propia secta. “Una noche vinieron unas personas, sacaron a Franz de la cama y lo tiraron por la ventana“, cuenta Szurgelies por teléfono. Las consecuencias físicas de los años de abusos se trataron parcialmente, pero a las víctimas de Schäfer se las dejó solas para que lidiaran con las consecuencias psicológicas.

Cabe mencionar que el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán encargó a la IOM (International Organization for Migration) que desarrolle un sistema de ayuda para las víctimas del enclave, que considera un fondo de “asistencia y vejez”, con cargo al cual se subvencionarán servicios de asistencia –informa la OIM–, a petición de los interesados. En dicho sentido, está previsto cubrir los costes de los servicios prestados por instituciones o servicios asistenciales, así como los servicios psicoterapéuticos. Los detalles se ultimarán a fines de este año.

El matrimonio Szurgelies-Bäar vive ahora a unos treinta kilómetros de Coyhaique, en Villa Ortega. Actualmente, allí las temperaturas alcanzan hasta -12 grados por las noches, un frío que se mete en los huesos y dificulta todos los movimientos de la anciana pareja. Szurgelies cuenta que produjo queso en la Colonia durante 16 años, un trabajo duro que “casi me dejó tullida”, exclama. Sin embargo, hoy su salud es mejor que cuando dejó Parral, dice esta mujer de 70 años. La situación es diferente para su marido: Bäar, que ahora tiene 69, ha sufrido durante años las consecuencias de las golpizas, los electroshocks y la administración de drogas, debido a lo cual siempre ha sufrido de graves problemas de salud, los que se agudizaron en febrero de este año, cuando sufrió un derrame cerebral y, desde entonces, tiene graves problemas motrices y apenas puede hablar. Y aunque puede caminar, apoyado en un bastón, ya no puede salir a la calle por el frío y la nieve y, por ende, no puede trabajar la tierra ni cuidar de sus animales.

Pese a todo, “de momento, no nos falta de qué vivir”, dice Szurgelies. Lo que les falta es una piscina climatizada o una sauna, para que las articulaciones de Bäar puedan recobrar su movilidad. No tienen nada parecido en la zona, y por eso quieren mudarse. Para ello, intentarían vender lo que pudieran, lo que incluye un Buggy en buen estado.

Para Franz, todo esto es difícil de soportar, repite Szurgelies una y otra vez. Tiene crisis constantes y explica que “hoy, cuando se ha enterado de que llamaban para hablar con nosotros, se ha tranquilizado mucho“.

Szurgelies fue la única que se puso al teléfono, mientras que Bäar hablaba de fondo con dificultad. ¿No es difícil repetir todo eso una y otra vez? “No”, responde ella, quien asevera que hablar es lo único que realmente ayuda.

Veinte años después de que la pareja pudiera por fin dejar atrás su vida en la Colonia, desean sobre todo una cosa: “Un nuevo comienzo”.

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