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Panamericanos: la fiesta que sí nos unió y demostró que no somos un país tan oscuro PAÍS

Panamericanos: la fiesta que sí nos unió y demostró que no somos un país tan oscuro

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Nos hacían falta estos Juegos. Necesitábamos estos Juegos. Necesitábamos este paréntesis a la oscuridad que nos convencimos de vivir hace décadas. En contraste, los Juegos Panamericanos estuvieron llenos de luz. Extranjeros maravillados y chilenos aplaudiendo a chilenos sin importar quiénes fueran.


Hemos vivido una de las paradojas más grandes de nuestra historia. Justo en los días en que se desarrollaba –con un éxito rotundo– el mayor evento deportivo jamás realizado en Chile, que logró convocar y unir –insospechadamente– a los chilenos, el Consejo Constitucional despachó un texto que no solo motivó a muy pocos, sino que demostró también qué tan polarizada está nuestra sociedad y cuán alejada de la ciudadanía está nuestra clase política. Además de dejar en evidencia el fracaso de esa rareza bautizada como “expertos”, que terminó siendo un grupo de militantes tan fanáticos como los propios consejeros.

Porque, la verdad, ni los más optimistas se habrían atrevido a apostar por el tremendo éxito logrado, en estas dos semanas en que Chile vivió en modo panamericano, cuando en mayo Gianna Cunazza renunciaba a la dirección del Comité Organizador para ser reemplazada –por suerte– por Harold Mayne-Nicholls.

El balance es espectacular. Estadios llenos, todos los días y a toda hora. Personas de todas las edades, aunque con una fuerte presencia de jóvenes. Un nivel de organización digno de un país del primer mundo. Orden, disciplina, voluntarios y jueces. Carabineros en nivel siete (con nuevos uniformes incluidos). Miles de extranjeros desplazándose por un metro que nada tiene que envidiarle al de Estocolomo o Qatar, y las delegaciones de los 41 países participantes que no se cansaron de alabar y subir videos a las RRSS. Dos ceremonias –apertura y cierre– brillantes, con luces, drones y artistas nacionales, que lograron entusiasmar a las casi 80 mil personas que participaron en ambas, y a millones por TV. 

Los chilenos nos dimos cuenta, en estas semanas, que el deporte es mucho más que fútbol y que la gente, cuando hay buenos espectáculos y buenas competencias, se motiva y participa. Estos Juegos serán un gran incentivo para niños y jóvenes por el vóleibol o la natación, entre 40 disciplinas que se desarrollaron, y que, de seguro, muchos de nosotros ni conocíamos.

Es probable que en Navidad muchos niños añorarán una camiseta del Team Chile, tanto o más que la de la selección de fútbol. Cómo no va a ser motivante para nuestros atletas correr con 40 mil personas en las graderías, soportando la lluvia. Sin lugar a dudas, en los próximos años presenciaremos el fruto de estos días. Me tocó ver en las competencias que visité –recorrí varios recintos– a miles de niños pequeños vibrando con deportes muy poco populares en nuestro país.

Mención aparte merecen Jaime Pizarro y Harold Mayne-Nicholls, quienes demostraron que, cuando dirigentes y autoridades entienden y viven el deporte, podemos lograr grandes éxitos. Esto, en contraste con el estereotipo que tenemos de un dirigente deportivo, lamentablemente asociado al fútbol, partiendo por Sergio Jadue. El episodio de la selección femenina de fútbol y sus valientes y creativas protestas contra Milad, son más que elocuentes. 

Y si bien algunos medios –los menos, por suerte, aunque justo los que generan agenda– buscaron meter el dedo en pequeños detalles, fue el propio presidente del Comité Olímpico quien señaló que Chile estaba para sueños mayores, surgiendo la idea de que podríamos organizar los Juegos Olímpicos de 2036 –antes, están todas las sedes designadas–. Además, el balance económico de un evento como el que acaba de terminar en su primera etapa –faltan los Parapanamericanos– es más que positivo. Más de 1.000 millones de dólares en ingresos, 900 empleos directos, miles de puestos indirectos y cerca de 100 mil turistas, entre deportistas y sus familiares, cuerpos técnicos, dirigentes, periodistas e hinchas.

Pero creo que la lección más grande que dejan estos Juegos tiene que ver con nuestra identidad. En junio, la encuesta CEP nos mostró un panorama desolador de los chilenos. Pesimistas, depresivos, desconfiados de la democracia y de todas las instituciones, desesperanzados del futuro. Una automirada negra del país. Sin duda, la percepción de la política y nuestros políticos es fundamental para entender esta visión oscura de un Chile dividido, que ha pasado de un polo a otro en pocos años, con platas políticas, desafueros, raspados de olla y otros penosos episodios, rematando en estos dos procesos constitucionales liderados por los extremos, primero la Lista del Pueblo y, después, Republicanos. Uno rechazado y el otro con altas probabilidades de seguir el mismo camino.

En contraste, los Juegos Panamericanos estuvieron llenos de luz. Extranjeros que nos han sorprendido con sus emotivos videos de las puestas de sol –esas que ya ni vemos–. Maravillados con el Metro, la gente, la limpieza, incluso la seguridad. Deportistas impactados del orden y la organización. Chilenos aplaudiendo a chilenos sin importar en qué deporte competían. Canales de televisión mostrando una cara alegre y positiva del país –quizás el mayor milagro–. Chilenos orgullosos de Chile, de su gente. Chilenos enternecidos por Fiu, ese pájaro desconocido que amenaza destronar al cóndor. Chilenos incrédulos de ver juntos a las tres personas que, como Mandatarios, trabajaron por que esto resultara, con una mirada de Estado, de país. Chilenos sorprendidos de un Presidente gritando en la barra como un hincha más.

Nos hacían falta estos Juegos. Necesitábamos estos Juegos. Necesitábamos este paréntesis a la oscuridad que nos convencimos de vivir hace décadas y que nos hace creer que todo es malo, que nada funciona, que todo es un desastre, que somos un país penca. Aprendimos que somos más cálidos y buenos anfitriones de lo que creíamos, que somos capaces de organizar, participar y gozar del evento que le sigue en magnitud a los Juegos Olímpicos a nivel mundial y, lo más importante, que los chilenos podemos tener desafíos comunes y sentirnos orgullosos de ellos.

Por supuesto que no tendremos ni la “Constitución del amor” ni la de la “casa de todos”, pero sí vivimos un momento que nos debe hacer reflexionar a los ciudadanos, a la clase política –especialmente a sus miembros– sobre cuál es el Chile que queremos proyectar para adelante, después de haber navegado en un verdadero péndulo durante estos últimos cinco años.

Pero quedan aún los Juegos Parapanamericanos. Una oportunidad para apoyar a deportistas que son un ejemplo de esfuerzo, de sacrificio, de vencer la adversidad, con algo que los apasiona. Entremedio, viviremos la Teletón, esa cápsula de solidaridad, buen ambiente y autoidentidad en el sentido de que “somos solidarios”, que dura solo 27 horas. Nuestro apoyo a los Parapanamericanos será una prueba de que algo nos removieron estos Juegos y de si de verdad, en el fondo, estamos o no con las personas discapacitadas. Ojalá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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