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Educación: mal pero no tanto, y podemos mejorar Opinión

Educación: mal pero no tanto, y podemos mejorar

Mario Waissbluth
Por : Mario Waissbluth Ingeniero civil de la Universidad de Chile, doctorado en ingeniería de la Universidad de Wisconsin, fundador y miembro del Consejo Consultivo del Centro de Sistemas Públicos del Departamento de Ingeniería de la Universidad de Chile y profesor del mismo Departamento.
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En ciencias, los nuestros se mantuvieron estables, mientras que el promedio OCDE cayó nada menos que 20 puntos. Por eso decimos que estamos mal… pero no tanto. El sistema educativo chileno mostró ciertas resiliencias frente al estallido, la pandemia y las invariables huelgas.


Recién se divulgaron los resultados del Test Internacional de PISA 2022. Se miden habilidades matemáticas, lectoras y científicas de jóvenes de 15 años de 81 países. Es penoso ver como la prensa impresa se solaza en presentar la situación peor de lo que realmente es. Un titular: “Resultados a la baja en PISA 2022: un fenómeno global del que Chile no escapa”. Otro: “Estancamiento en aprendizajes: Estudiantes chilenos obtienen resultados “similares” a 2018 en último informe PISA”.

En rigor, ambos titulares no mienten, son correctos, pero veamos la realidad desde un ángulo un poco más realista. Chile (junto con Uruguay) lidera América Latina en las tres áreas. Promedios de 412, comparado con 373 para toda la región. Nuestros resultados en lectura y matemáticas disminuyeron 10 puntos desde 216, pero los del promedio de países disminuyeron 15 y 20 puntos. La mitad de eso se debe a la pandemia. En ciencias, los nuestros se mantuvieron estables, mientras que el promedio OCDE cayó nada menos que 20 puntos. Por eso decimos que estamos mal… pero no tanto. El sistema educativo chileno mostró ciertas resiliencias frente al estallido, la pandemia y las invariables huelgas.

Hay una sorpresa que amerita análisis. La brecha de resultados en matemáticas entre el 20% de estudiantes más rico y el 20% más pobre, que en 2012 era de nada menos que 111 puntos, ha disminuido sistemáticamente, y ahora es de 78 puntos, pero ojo… no por mejora del segmento más pobre, que se ha mantenido notablemente estable a pesar de la pandemia, sino por progresiva caída del segmento más rico. En lectura el fenómeno es similar y el SIMCE ha mostrado tendencias parecidas. Los apoderados de colegios caros debieran preguntarse y preguntar qué está pasando, exigiendo respuestas. Sospecho -es una mera hipótesis- que los alumnos de esos estratos sociales han caído en una pendiente de desidia, de exigir ser tratados como “clientes”, y de adicción a redes sociales, mucho más de lo que creemos.

La explicación de la resiliencia de las escuelas más pobres: debiéramos todos reconocer y festejar la aplicación de la SEP desde 2008, es decir la subvención escolar preferencial que se otorga a los estudiantes definidos como prioritarios, aquellos que pertenecen a hogares con un ingreso per cápita inferior al 60% de la mediana de ingreso de los hogares chilenos, así como aquellos que requieren educación especial y los que viven en zonas rurales, zonas de alta vulnerabilidad o con alta concentración de población indígena. Es razonable postular que ha sido gracias a este apoyo especial focalizado en situaciones de difícil aprendizaje, atado por ley a planes de mejora educativa, que estas escuelas pudieron resistir el doble golpe del estallido y la pandemia.

Otra dimensión digna de análisiso: con todo y su descenso, el puntaje de lectura de los dos quintiles más ricos es de 480 puntos.  Estos estudiantes, que generalmente viven en las comunas más ricas de la RM y otras ciudades mayores, están al mismo nivel que el promedio de Suiza, Dinamarca y Finlandia. Imagine el lector a la “república de los más ricos”, segregada, descremada y residiendo en unas pocas comunas. Esa república compite con los países avanzados en educación. NO es que estemos festejando esta desigualdad y segregación, pero la evidencia indica que, con los recursos adecuados, en familias con buen capital cultural, los profesores chilenos logran educar razonablemente bien a sus alumnos, con un currículum nacional también adecuado y que no hay que andar zarandeando a cada rato. La creencia mítica de que son los cambios curriculares los que mejoran la educación sólo reside en la mente de parlamentarios populistas y la tele de los matinales.

Estos datos también indican que el esfuerzo financiero, pedagógico y organizacional debe profundizarse aun más en los dos quintiles más pobres, donde una mayoría son escuelas públicas. Ellas lamentablemente están en manos de un gremio de profesores que tiene a sus alumnos de rehenes de sus generalmente absurdas reivindicaciones como quedó demostrado recién en Atacama, y no se ve solución ni siquiera en el mediano plazo. Las tres medidas prácticas para enfrentar esta lacra serían:

  1. Incrementar aún más la subvención escolar preferencial,
  2. Eliminar la lápida burocrática que pesa sobre estas escuelas, sobre todo para el uso de la SEP,
  3. Reforzar la dirección de esos establecimientos, mejorando sus remuneraciones (hoy menores que las de un buen profesor) y estableciendo una auténtica Carrera Directiva. Son los buenos directivos de gran liderazgo los únicos capaces de enfrentar estos obstáculos, y hay escuelas cuyos resultados así lo demuestran, por ejemplo, en la Red de Escuelas Líderes. Son 110 establecimientos educativos a lo largo del país que logran innovar en contextos de vulnerabilidad.

En la parte fea de esta historia, el 34% de nuestros alumnos padece de analfabetismo funcional, es decir bajo nivel 2 de PISA a los 15 años, la mayoría en esos quintiles pobres. En Brasil y Argentina es, tristemente, sobre 50%. En el largo plazo, no hay desarrollo posible con esas cifras. El promedio OCDE es de 26%, lo cual indica que en todos los países hay un segmento que queda muy rezagado, aunque en los países avanzados es de 10 a 15%. Debiéramos focalizar nuestros esfuerzos para disminuir este indicador, acortando la brecha no con el promedio sino incluso con los países avanzados. En esto no hay sólo una motivación educativa, sino que de equidad social y económica, e incluso de desarrollo político.

PISA es también una excelente herramienta en otras dimensiones. Junto con los tres test se hacen preguntas de contexto, muy interesantes. Por ejemplo, en Chile un 77% de los estudiantes declara que “el profesor muestra interés y ayuda al estudiante con su aprendizaje de matemática”, y que “sigue enseñando hasta que sus estudiantes comprendan”. Esta cifra es superior al promedio internacional. Por favor no sigamos vilipendiando a la profesión docente en general, que mayoritariamente no está afiliada al combativo y estéril gremio.

El 10% de los estudiantes chilenos declara haber sido expuesto a bullying, lo cual es levemente mayor al 7% de la OCDE. Yo temía que fuera peor. Nótese, finalmente, que más de la mitad de los estudiantes declara distraerse en clase al usar dispositivos digitales, lo que supera al porcentaje promedio de los países OCDE. Habría que ir pensando seriamente en prohibir el ingreso de estos a todas las escuelas, salvo para usos didácticos.

Invito a los lectores interesados, especialmente a los once mil directivos escolares, a revisar el Informe sobre Chile PISA 2022. Hay un tesoro de información ahí.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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