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Algunas observaciones al debate sobre narcocultura Opinión Narcomausoleo en Concepción

Algunas observaciones al debate sobre narcocultura

Andrés Fuentes Dettoni
Por : Andrés Fuentes Dettoni Sociólogo, Magíster en Filosofía por la Universidad de Chile.
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¿Por qué, en definitiva, se producen tantas reacciones por parte de cierta izquierda y cierta parte del mundo cultural, y se escribe tanto sin dedicar el mínimo de tiempo a considerar el único punto relevante de la columna que inició el debate?


Dentro de las reacciones que ha provocado la columna escrita por Alberto Mayol, llama la atención la defensa incondicional de la música urbana en la que han incurrido ciertos sectores de izquierda, sobre todo del ámbito de la cultura. La columna de Mayol, argumentan, expresaría un prejuicio elitista hacia las expresiones culturales de los márgenes de la sociedad. También, sostienen, juicios de valor como los emitidos por el sociólogo pondrían en peligro la libertad del arte para afirmar sus perspectivas por encima de la estrechez que imponen los marcos religiosos, políticos y morales de una época.

No me interesa tanto pronunciar un juicio específico acerca del valor de la “música urbana” en general (cosa que tampoco creo que se encuentra en la columna de Mayol, más allá de dejar en claro que no le gusta la música de Peso Pluma), como mirar un poco más de cerca el modo en que se plantean los argumentos por parte de quienes se oponen con virulencia a que Peso Pluma sea bajado del festival o quienes se ríen sarcásticamente ante la posibilidad de que la contratación en Viña de un artista que mantiene vínculos con el narcotráfico sea un problema real.

Como en general las opiniones vertidas en redes sociales y plataformas audiovisuales digitales sobre un tema suelen ser muchas y también fragmentarias, tomaré la mayor parte de los argumentos de columnas publicadas en este u otros medios (para precisar estos últimos: Ciper y también el perfil de instagram de la agencia “Devenirurbano”), dadas las posibilidades de articulación que ofrece para el pensamiento una mayor disponibilidad de espacio para el texto (porque sí, pese a las reivindicaciones que probablemente muchos de los defensores de la música urbana hagan de la “oralidad”, el medio escrito tradicional sigue siendo fundamental al momento de articular un pensamiento en sociedades altamente mediatizadas como la nuestra). Como no importan las personas en este caso sino las ideas, no aludiré a los autores de las columnas, esperando que, si estoy pasando por alto algún argumento importante, por favor alguien me lo haga saber.

Una primera cosa que debería llamar la atención es la casi nula, o al menos secundaria importancia que se da en estas columnas, muchas de ellas bastante largas y abundantes en referencias especializadas, a lo que a todas luces (no hace falta más que un mínimo de honestidad intelectual para notarlo) es el punto central de la columna de Mayol: que el Estado, el cual desde un punto de vista de izquierda tiene en principio un rol importante que cumplir en lo que respecta a la promoción de la producción cultural, no debería dejar que el espacio público sea ocupado ni firmar contratos con artistas que no solo fomentan valores que son contrarios a cualquier idea de bien común (esto, por sí mismo, está claro que no significa nada), sino que además tienen vínculos efectivos con el narcotráfico.

Sin duda, si el argumento de Mayol se quedara solo en la primera parte (“no debería haber en el espacio público representación de valores que vayan en contra de los valores que el Estado afirma explícitamente”), todas las comparaciones con el caso de Iron Maiden o con cualquier intento de censurar representaciones poco complacientes con la moral (sexo, drogas, violencia, etc.) estarían más que justificadas. Pero justamente, el punto es que para el caso de Peso Pluma dichas representaciones van acompañadas de un problema real, como lo es el narcotráfico, de la misma manera que el cuestionamiento de una representación acrítica de violencia hacia las mujeres no podría calificarse de censura, precisamente porque la violencia de género es también un problema real.

¿Por qué, entonces, todas las columnas que defienden a Peso Pluma se obstinan en mantener separadas ambas dimensiones, la de la representación complaciente de un problema y la de las condiciones reales en las cuales dicha representación se produce? Sin duda, aquí se podría argumentar que faltan pruebas más serias para acusar a alguien de tener vínculos con el narco, como de hecho lo hacen algunos escritos. Sin embargo, el hecho de que basten 10 minutos de búsqueda de videos por YouTube para encontrar declaraciones explícitas del cantante sobre el hecho de que el narco le pide canciones por encargo, ¿no debería bastar para al menos no desacreditar la acusación e investigar un poco más a fondo el tema? (Dicho sea de paso, solo de manera indirecta se puede asociar el sexo con el problema real del embarazo adolescente, así como solo es indirecto el eventual vínculo entre creencias satánicas y el problema real del crimen).

Ahora bien, también se podría argumentar que aquí se están mezclando peras con manzanas, que un análisis sobre Peso Pluma o sobre el fenómeno de la música urbana en general debería ser más complejo. Esto lleva a otra dimensión del asunto, que tiene que ver con las representaciones y categorías demasiado esquemáticas del fenómeno por parte de quienes acusan prejuicios y simplificación. ¿Por qué, si en la columna de Mayol se habla de un caso específico (que es cierto, puede tener homólogos), las columnas que discuten con su postura se obstinan en hablar de la “música urbana” en general, y a citar todo tipo de casos históricos asociados a lo que se entiende por “música popular”, tales como el blues o o los propios corridos de la Revolución mexicana? Y más aún, ¿por qué esta “música urbana” es necesariamente (y aquí cito extractos literales) una “visión genuina de las vivencias” o un “reflejo vibrante y crítico de la sociedad”, o se le atribuye a las “artes” a priori una “capacidad” de “mediar y reelaborar lo social”? Y es que sin duda puede haber mucho de eso (que quede claro, a mí también me gusta Pablo Chill-e), ¿pero por qué excluir de antemano la posibilidad contraria?

Los argumentos presentados nos conminan a adoptar una visión más “compleja” de la realidad, pero esto lo hacen a costa de separar el fenómeno de Peso Pluma de todas las relaciones que podrían contribuir a determinar más precisamente su sentido (a menos que estemos hablando de esencias ahistóricas o piezas de museo, pero supongo que de lo que se trata es de lograr un análisis situado de la producción artística): las grandes compañías discográficas transnacionales, el mecenazgo de los carteles, el rol específico del narcotráfico y las drogas en la sociedad de los últimos 50 años. ¿Por qué cada vez que se habla de narcotráfico, de violencia, del culto al dinero y la prostitución en dichas columnas se habla como de meros casos de “asuntos que no son gratos”, de “transgresiones de lo socialmente admisible”, de “aspectos límites del tejido social”? ¿Por qué dichas temáticas no pueden ser objeto de una consideración más atenta? Finalmente, la “complejización” mediante lenguaje especializado por la que abogan dichas columnas termina omitiendo todos los elementos del contexto que permitirían efectivamente ver algo, limitándose, como diría Hegel, a pegar etiquetas sobre el fondo de un cuerpo rígido.

Algo similar sucede, por último, con los esfuerzos por demostrar la inexistencia de una “relación causal directa” entre música urbana y delincuencia (como si en algún momento se hubiera planteado algo tan absurdo). Plantear lo contrario, es decir, que la música no tiene ninguna incidencia en la realidad, que es lo que plantean en el fondo los argumentos de que el asunto “no es tan serio” y que mejor sería preocuparse de las “causas reales”, del “problema de fondo”, es antes que todo quitarle todo valor a la música. Si nos tomamos en serio la idea de que el Estado debe tener un rol central en la promoción de la vida cultural, y que cualquier intento por combatir el narcotráfico más allá de la vigilancia y el castigo debería en ese sentido considerar una promoción específica por parte del Estado de ciertos valores, entonces hay que constatar que la frontera simbólica (y real, en tanto hay contratos y recursos de por medio) que podría servir de sustento para dicha acción ha sido gravemente dañada y puesta en duda. ¿Qué se imaginan acaso los que hablan de “políticas públicas efectivas”, que la intervención del Estado se da en otro plano distinto al de las representaciones de la realidad y las condiciones en las cuales dichas representaciones se producen?

¿Por qué, en definitiva, se producen tantas reacciones por parte de cierta izquierda y cierta parte del mundo cultural, y se escribe tanto sin dedicar el mínimo de tiempo a considerar el único punto relevante de la columna que inició el debate? La verdad es que no lo sé, pero me acuerdo del filósofo esloveno Slavoj Zizek cuando, criticando alguna vez a los intelectuales “radicales” de izquierda que se dedican a plantear al sistema demandas imposibles porque saben que, en el fondo, dichas demandas no serán satisfechas (y es que, sin duda, si alguna vez –por poner el ejemplo– se eliminaran todas las barreras a la inmigración en el primer mundo, al día siguiente se generaría en algunas sociedades una situación tan incontrolable que pondría en riesgo el entero ordenamiento social, partiendo por los propios puestos de trabajo de los intelectuales de izquierda), sugiere que tal vez ese sea el significado último (y siniestro) del lema de Mayo del 68, tan caro a cierta intelectualidad de izquierda (“seamos realistas, pidamos lo imposible”): es decir, “nosotros, los profesores de izquierda, queremos que se nos vea como críticos mientras disfrutamos al mismo tiempo de los privilegios del sistema, por lo que lo saturaremos con demandas imposibles de satisfacer”.

Algo similar, pienso, podría valer para este caso: “Nosotros, los que tenemos auténtica sensibilidad popular, no queremos reducir la música al narcotráfico y la degradación, ya que no queremos enfrentarnos a un mundo –el nuestro– cuyos problemas no tenemos idea cómo resolver”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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