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El abrazo de Pudahuel Opinión Oscar Guerra/AgenciaUno

El abrazo de Pudahuel

Alfredo Zamudio
Por : Alfredo Zamudio Director en misión en Chile del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo.
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Hay momentos de la vida cuando es tanto el dolor que actos de humanidad y empatía resaltan un poco más que las divisiones del pasado. Ahí pueden estar las semillas de esas nuevas conversaciones que tanto necesitamos.


En nuestra cultura un abrazo es un momento de cercanía y también de vulnerabilidad, donde dos personas abren sus brazos y ponen sus corazones uno al frente del otro, demostrando mutuo aprecio y reconocimiento. Es muy difícil no conmoverse al ver las imágenes del abrazo entre el presidente Gabriel Boric y Cecilia Morel, la viuda del ex-presidente Sebastián Piñera. Nos sorprende, por la sincera humanidad de ese gesto, donde el dolor profundo de ella, que horas antes ha perdido a su compañero de una larga vida, fue consolado por alguien quien también fue su adversario.

¿Por qué nos conmueve tanto? Tal vez porque es como ver un pequeño rayo de esperanza en medio de una larga penumbra, pero no se puede endulzar la realidad de que somos un país que tiene muchas cosas que decirse. Uno tiene que hacer la pregunta: si sabemos que debemos conversar ¿Por qué no logramos escucharnos?

Para abordar los conflictos y las desconfianzas de manera efectiva se requiere reconocer la complejidad de las relaciones humanas y la necesidad de construir puentes a través del diálogo y la comprensión mutua. Estas cosas pueden tomar tiempo, porque también son historias de dolor. Sabemos que en nuestro país tenemos distintas memorias de injusticias del pasado y del presente. Estas no son sólo historias que uno pueda superar, sino también memorias, relatos y en muchos casos con consecuencias intergeneracionales. La solución no es solamente escribir leyes y reglamentos, sino reconstruir relaciones, dándole nombre y espacio a las emociones y memorias.

¿Cómo conversar cuando hay poco tiempo, premura de resultados y, más encima, mucha desconfianza de lado y lado? Un buen inicio es aceptar que las cosas toman tiempo y que no se definen fácilmente en una carta Gantt. Para responder a las desconfianzas, también es importante transparentar que dialogar no es lo mismo que claudicar. Dialogar no es lo mismo que aceptar la verdad del otro ni perdonar las cosas imperdonables, sino solamente entender cómo la otra persona ve la vida desde su lado de esa brecha. Es obvio que va a ser diferente a la nuestra, pero podría suceder que tal vez no sea tanto.

Cuando los conflictos han durado mucho tiempo no es fácil atreverse a la posibilidad, por muy remota que esta sea, de que el adversario vea lo mismo que nosotros vemos. Si somos más parecidos de lo que creemos, tal vez podamos tener conversaciones un tanto diferentes a las que tenemos hoy. No hay que creerle a quienes intentan confundir diciendo que “adversario” es lo mismo que “enemigo”, porque no lo son.

¿Por dónde empezar? Para transformar conflictos complejos, se requiere de instituciones, conocimientos y voluntades políticas e institucionales. La tormenta perfecta es cuando no hay ninguno de estos factores, pero esoe no es el caso de Chile. No es que no sepamos cómo construir los puentes, sino que a veces creemos que no los necesitamos. El factor más débil es la voluntad política e institucional.

Pero no todo está perdido, de ninguna manera. Hay voces de rabia y desconfianza, que suenan muy fuerte, y que merecen ser escuchadas. También es importante darse cuenta de que no son las únicas voces. Todos conocemos a alguien cercano que, con cariño y solidaridad, trata de hacer lo mejor que puede, incluso aquellas personas que conviven con los miedos cotidianos y la desesperanza. No es fácil ser pobre o vivir atemorizado por la violencia. No es fácil vivir sin saber dónde dormir o qué comer. De la misma forma, hay infatigables constructores de puentes, que buscan hacer lo posible para mejorar su vida y la de los demás.

Hay momentos de la vida cuando es tanto el dolor que actos de humanidad y empatía resaltan un poco más que las divisiones del pasado. Ahí pueden estar las semillas de esas nuevas conversaciones que tanto necesitamos. Pero, para ver, tenemos que mantener los ojos y los corazones abiertos, atrevernos a esos encuentros. Estirar la mano puede ser el inicio. No se trata de que nos pongamos todos de acuerdo, sino cómo hablamos sobre nuestras diferencias.

Este momento podría ser un punto de inflexión, donde pudieran haber tres opciones: volver a los conflictos anteriores, no hacer nada (seguir como estamos) o hacernos la pregunta: ¿qué tal si nos atrevemos a un proceso de diálogo de país, que no tenga como objetivo un acuerdo político, sino escucharnos y reconstruir la confianza? En ese camino, podrían suceder cosas que nuestro país necesita y se merece, como la reconstrucción de la confianza y que se quede con nosotros la esperanza. No se puede cambiar el pasado, pero sí podemos escuchar la memoria, transformar lo que nos pasa hoy y prepararnos para los desafíos que vienen.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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