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La batalla comunicacional Opinión

La batalla comunicacional

Sergio Arancibia
Por : Sergio Arancibia Doctor en Economía, Licenciado en Comunicación Social, profesor universitario
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En otras palabras, si queremos transmitir las ideas correctas y en el momento adecuado, hay que hacer uso de la tecnología y de los recursos y de los hombres y mujeres preparados para ello.


Los miembros de la especie humana han tenido, desde los tiempos más tempranos y remotos, la capacidad de transmitirse unos a otros ideas, sentimientos, informaciones o estados de ánimo. Sin embargo, en el mundo moderno ese proceso se ha complicado muchísimo, hasta convertirse en un arte o una técnica extraordinariamente compleja, que incluso necesita de largos años de estudios universitarios para poder ejercerse con eficiencia y eficacia.   

En algún momento de la historia la comunicación se hacía entre hombres o mujeres que estaban físicamente cercanos, que formaban parte de la misma familia o de la misma tribu, y eso hacía que la comunicación entre ellos fuera más fácil, por cuanto todos los eventuales interlocutores conocían los símbolos, protocolos y significados de todas las palabras, gestos o acciones con que se intentaba transmitir algo de un individuo a otro. Pero ahora, en los tiempos modernos, la comunicación ha tomado otras características. Hombres que están a miles de kilómetros de distancia intentan transmitir o comunicar ideas o informaciones a otros, con los cuales no se tiene contacto ni conocimiento alguno.   

Un primer problema que se presenta en las modernas comunicaciones es tener claro cuál es el mensaje que se quiere transmitir. Sin eso no hay técnica que pueda ser útil. Muchas personas –académicos, científicos, políticos, artistas, u otros– tienen ideas muy buenas sobre los temas que les son propios, pero no siempre las pueden comunicar adecuadamente a otros. Si eso es así, esos conocimientos no surtirán efecto alguno en términos de modificar la conducta del receptor del mensaje, y el mundo seguirá igual que si ese intento de comunicación no hubiera nunca existido. Esto es algo que olvidan muchas fuerzas políticas del presente, que creen que, por tener buenas ideas, ellas encontrarán por sí solas el camino hacia la mente y el corazón del resto de los ciudadanos. 

El idioma en que se emite el mensaje tiene una importancia fundamental para lograr que la comunicación sea efectiva, entendiendo por idioma no solo el uso formal y correcto de las palabras, sino el conjunto de símbolos, formas y protocolos que componen el mensaje. Este tiene que ser emitido en un idioma claramente entendible o decodificable por los destinatarios del mensaje, sin esfuerzos ni trabajos adicionales. 

La calidad y la eficacia del proceso de comunicación dependen, en última instancia, de que las cuestiones que se pretende comunicar lleguen efectivamente a los ojos, oídos, mente, consciente e inconsciente del receptor y que este pueda entenderlas e incorporarlas a su acervo de conocimientos, ideas y sentimientos, en el momento adecuado y en la forma adecuada, y con ellas pueda cambiar su forma de ver, sentir y actuar en el mundo que lo rodea. Si eso no sucede, puede que se deba a que el mensaje no es bueno, y/o a que la comunicación es mala, aun cuando frente a situaciones de esa naturaleza hay quienes acusan al eventual receptor de no ser lo suficientemente culto o inteligente.   

Como se deduce de todo lo anterior, el tener ideas buenas y claras no basta para que ellas solitas busquen el modo y la forma más adecuada para llegar a la mente del receptor.

Finalmente, un aspecto crucial en este problema de las comunicaciones se refiere al canal o el camino a través del cual el mensaje viaja desde el emisor al receptor. En el día de hoy las llamadas redes sociales llenan un espacio muy grande en este campo, como canales de la comunicación, pero hacer un uso adecuado y eficiente de ellas requiere de técnicas, de recurso y del personal preparado para esos efectos. 

En otras palabras, si queremos transmitir las ideas correctas y en el momento adecuado, hay que hacer uso de la tecnología y de los recursos y de los hombres y mujeres preparados para ello. Y eso es algo que no siempre se tiene presente en la confrontación actual de ideas en el seno del país. Las comunicaciones han pasado a ser un problema de alta complejidad tecnológica. Ya no basta con el ejercicio amateur de las comunicaciones, que descansa en la prensa en papel o el pintar paredes callejeras. De hacer todo ello en forma eficiente depende, en alta medida, el lograr o no triunfos en el campo de la difusión de ideas. No hacerlo es dejar el terreno despejado para que lo hagan otros, con otras ideas y otras intenciones. Téngase presente.      

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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