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Acoso laboral, suicidio y la normalización del maltrato en los ambientes laborales Opinión

Acoso laboral, suicidio y la normalización del maltrato en los ambientes laborales

El suicidio de Catalina es eminentemente un problema estructural, que habla de la deficiente organización social del trabajo, la normalización del maltrato fuertemente arraigada a algunas culturas laborales y la débil institucionalidad en el ámbito de la gestión del riesgo psicosocial.


El suicidio de Catalina Cayazaya, estudiante que estaba realizando su práctica profesional en un establecimiento de salud y fue víctima de acoso, no ha pasado desapercibido y ha generado conmoción, puesto que no solo vuelve a poner sobre la mesa el tema de la presión, precarización y malas condiciones de trabajo en el sector salud, sino que también hace alusión a la dura realidad a la que se enfrentan quienes están ingresando al mundo laboral, cuando se insertan en culturas organizacionales en las que el autoritarismo, conductas abusivas y el acoso laboral se encuentran fuertemente arraigadas y normalizadas. 

Aun cuando existe la tendencia a poner el foco de atención en las características personales de las víctimas, es importante comprender que el suicidio a causa del trabajo trasciende lo personal, tanto a nivel de la víctima como del acosador(a) o los acosadores(as): esta es una conducta dirigida relacionada con la organización del trabajo y su contexto social.

Apelar a la fragilidad, la sensibilidad o la vulnerabilidad de una persona, no solo es desconocer el origen del problema, sino también desplazar las responsabilidades que le caben a los empleadores y los lugares de trabajo, respecto del nivel de riesgo psicosocial presente en la organización social del trabajo. Esta última, se entiende como el modo en que se distribuyen las responsabilidades en el trabajo, el poder, las posibilidades de control y autonomía que un trabajo ofrece, los estilos de liderazgo y las relaciones sociales que en ese lugar se van configurando para llevar a cabo la tarea. 

La investigación social advierte que el acoso laboral es fundamentalmente tributario de la inequitativa distribución de autoridad y poder en una organización: un fenómeno relativo al estatus organizacional, es decir, la posición relativa entre acosador y acosado en cuanto a la distribución de poder, autoridad, remuneración, asignación de tareas y acceso a recursos organizacionales. Este tiende a manifestarse en situaciones de grandes desigualdades en la distribución de estatus organizacional.

Catalina era una estudiante en práctica, que como tal se encontraba en la base de la pirámide organizacional, aspecto que eleva su exposición al riesgo de acoso laboral, especialmente cuando en esa cultura existen ideas, creencias y mitos que refuerzan conductas abusivas, y que pocos las cuestionan. 

Tal como lo señala Christophe Dejours, quien desde hace décadas ha estudiado este fenómeno, el suicidio laboral es un síntoma del sufrimiento de toda una comunidad, un indicio de la degradación de la cultura organizacional y el tejido social del lugar de trabajo. Que un suicidio se produzca a causa o con ocasión del trabajo indica que todas las conductas de ayuda mutua y solidaridad han desaparecido. Como se dice coloquialmente, cada cual “se rasca con sus propias uñas”.

Un suicidio laboral es indicio de una degradación avanzada de la convivencia en la colectividad. En este caso no solo fallaron las personas del lugar de trabajo, sino,que también todos aquellos que minimizaron y normalizaron la situación de acoso, negando la ayuda y el soporte que esta estudiante necesitaba, a pesar de las solicitudes desesperadas de su madre. 

“Pajarito nuevo la lleva”, “para que te vaya bien, hay que pasarlo mal”, “todos hemos pasado por situaciones así”, “igual le pone color”, son frases que lamentablemente evidencian la asimetría de poder, vulnerabilidad y nivel de riesgo al que están expuestos quienes ingresan a un lugar de trabajo con este tipo de cultura, y que tienden a reforzar conductas de acoso y maltrato, en la medida que pasan a ser parte de un repertorio organizacional de carácter defensivo, invisible e inconsciente para quienes llevan ahí más tiempo y tuvieron que adaptarse a este modo de ser, pensar, sentir y comportarse en un lugar de trabajo en específico.

Por último, un caso de suicidio laboral es indicio también de las grandes falencias de la propia institucionalidad. Si bien Chile dispone de un Protocolo de Vigilancia de Riesgos Psicosociales, regulación que obliga a las empresas a medir e intervenir el riesgo psicosocial en los lugares de trabajo, la falta de una eficiente fiscalización y sanción impide que este instrumento rinda sus frutos. Por un lado, la Superintendencia de Seguridad Social, la Dirección del Trabajo y los Seremis de Salud carecen de los recursos para fiscalizar que las empresas implementen correctamente dicho protocolo y, por otro, dado que el sistema mutual históricamente ha tendido a calificar la gran mayoría de las denuncias de enfermedades mentales como de origen no laboral, ha contribuido a que las víctimas de acoso no cuenten con ayuda y recursos para hacer frente a este flagelo.

En síntesis, para hacer frente al tema del suicidio, es imperioso mirar más allá de la víctima y dejar de transformar problemas estructurales en déficits personales. El suicidio de Catalina es eminentemente un problema estructural, que habla de la deficiente organización social del trabajo, la normalización del maltrato fuertemente arraigada a algunas culturas laborales y la débil institucionalidad en el ámbito de la gestión del riesgo psicosocial y la salud mental en el trabajo en Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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