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El ataque de Irán a Israel: ¿la paradoja de una fuerza imparable contra una voluntad indoblegable? ANÁLISIS BBC

El ataque de Irán a Israel: ¿la paradoja de una fuerza imparable contra una voluntad indoblegable?

Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Aunque el conflicto palestino-israelí y el que confronta al último país con Irán son distintos, no se puede negar que tienen vasos comunicantes. Tanto Hamás como la República Islámica de Irán hacen gala de un antisionismo que desconoce el derecho del Estado de Israel a existir.


La del sábado pasado fue una clara demostración de fuerza, calculada y de alguna manera limitada. Los más de tres centenas de drones y misiles que vulneraron el espacio aéreo israelí fueron interceptados por el sofisticadísimo sistema de defensa israelí, conocido como “Domo de Hierro”, cuando no por cazas de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Jordania que colaboraron coordinadamente para que las amenazas volantes no hicieran blanco. La posibilidad de un contraataque israelí flota en un aire enrarecido por interminables guerras y en que nadie perdona ningún golpe bélico.

Casi dos semanas antes, otra acometida bélica –no reconocida– por parte las Fuerzas de Defensa de Israel hizo estallar el anexo del consulado adyacente a la embajada iraní en Damasco, muriendo dieciséis personas, incluido el alto comandante de la Fuerza Quds de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), el general de brigada Mohammad Reza Zahedi, más otros seis oficiales iraníes y varios civiles sirios. Desde ese día, Teherán se reservó el cómo y cuándo de una represalia, que aseguró ocurriría a pesar de los llamados de la sociedad internacional por evitar otro choque.

La situación era mortalmente parecida a la paradoja de la colisión de una fuerza irresistible contra un cuerpo inamovible, que desborda el principio físico de acción y reacción que predice que, si un objeto se estrella contra otro, desata una respuesta equivalente y opuesta. Para entender lo ocurrido hay que acudir al realismo clásico de Morgenthau, aseverando que toda política internacional persigue mantener poder, incrementarlo o sencillamente demostrarlo. Israel eligió preservar al atacar a un cuerpo de élite iraní, que se suponía que urdía un plan para debilitar su posición, mientras Teherán exhibió su músculo, aunque no necesariamente con sus armas más letales: los misiles de velocidad supersónica que habrían sido más difíciles de interceptar. ¿Pero por qué?

“Teatralizar” la dimensión de un conflicto armado es una salida posible que permite plantar cara al enemigo y salvar el prestigio. No solo los partidarios domésticos del régimen revolucionario shií esperaban algún tipo de respuesta, sino que también las milicias afines diseminadas por toda la región, comenzando por Hezbollah en el Líbano o los hutíes en Yemen. No responder implicaba colocar en tela de juicio el liderazgo revolucionario, que oficialmente fundó la acción del sábado 13 en el derecho de autodefensa reconocido por el artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas.

Otra alternativa era dejar todo en manos de sus satélites delegados, aunque aquello era demasiado indirecto para el grado de agravio inferido el 1 de abril en Damasco. Incluso Estados Unidos sabía, por experiencia propia y reciente, que no se podía dejar sin escarmiento un golpe tan categórico, como el que sufrió el 28 de enero último en la Torre 22 de vigilancia de su base en Jordania, cuando milicias pro iraníes malograron la vida de tres de sus soldados, dejando varias decenas de heridos. Cinco días más tarde, su Comando Central del área abatió 85 objetivos en Siria e Irak. Logró un cese hasta hoy de ataques y que incluso Teherán se cuidara de no alcanzar objetivos militares de Estados Unidos en su última incursión.

Irán buscó a su manera un “cuerpo a cuerpo directo” para enviar de paso un mensaje: la disuasión estadounidense-israelí ya no era garantía suficiente para detener un ataque, por lo que la ecuación de seguridad de Israel quedaba seriamente comprometida. Aunque lo anterior contuvo límites, precisamente para no hacer saltar automáticamente el conflicto a una conflagración regional. Hubo señales manifiestas: dos días antes Irán suspendió el tráfico de aviación civil, mientras Jordania fue también alertada de cerrar su espacio aéreo. Las embajadas occidentales cerraron sus puertas al tiempo que advertían a sus nacionales no viajar al área. Pero lo más llamativo fue el armamento desplegado, que aunque masivo, permitió que los defensores contaran con cierta antelación para evitar un daño alto. No hubo víctimas fatales, hubo pocos heridos y solo cierta infraestructura resultó afectada. Así, Israel puede proclamar que sus sistemas de defensa lograron un 99% de eficacia, mientras Irán dio por concluida su operación de castigo afirmando que hizo lo que debía, no sin algunas advertencias en caso de que Sion decidiera contraatacar.

El ejercicio de cierta contención era crucial, ya que de no operar podía terminar en una tragedia griega en la que los actores aseguran que no quieren que pase algo, aunque hacen todo lo contrario. De estallar una guerra regional, ocasiona costes de todo tipo, que el Gobierno de Biden no desea asumir en vísperas electorales, y que a Irán lo dejaría simplemente sin recursos. Porque una cosa es que Washington defienda a Israel como el sábado 13 y otra muy distinta es implicarse en una aventura ofensiva sobre territorio iraní, que podría acarrear que Rusia intentara jugar algún papel en dicho drama. Entonces todos los esfuerzos desplegados por la administración Biden, de exigir a Israel frenar la operación sobre Rafah en Gaza sur, habrían sido inútiles respecto a “encapsular” el frente palestino y así no atizar la multiplicación de focos bélicos en la región. ¿Acaso podría la OTAN sostener otro frente además del ucraniano?, ¿Teherán podría permitirse un desvío de medios cuando no está precisamente en una fase boyante de su economía? Por ahora sabemos que el eventual cierre del estrecho de Ormuz –por donde pasa el 35% del petróleo del mundo–, ante un conflicto mayor sería una consecuencia demasiado seria.

La clave entonces se trasladó a Israel, por lo que la pregunta inicial fue si se atrevería a provocar nuevamente a Irán. El gabinete de guerra de Netanyahu sesionó casi 48 horas antes de que, aparentemente, decidiera contraatacar, aunque al momento de escribir estas líneas aún no sabemos la dimensión del castigo que se infligirá a Irán. No hay que olvidar que el premier israelí se ha vuelto un especialista en “comprar” tiempo para dilatar la caída de su Gobierno, que antes del conflicto armado no era demasiado popular, y que hoy se ufana de tener la situación “bajo control” a fuerza de imponerse militarmente. Si su contrarrespuesta fuera demasiado contundente y extendida, desataría la temida escalada bélica, mordiendo un anzuelo que dejaría a Israel como un Estado hostil en su vecindario, que un día puede tanto atacar Gaza, como otro a cualquier país del área. 

Y aunque el conflicto palestino-israelí y el que confronta al último con Irán son distintos, no se puede negar que tienen vasos comunicantes. Tanto Hamás como la República Islámica de Irán hacen gala de un antisionismo que desconoce el derecho del Estado de Israel a existir. Dicho enemigo común ha galvanizado su causa común compartida que pretenden exportar. Se trata de resentimientos mutuos a estas alturas atávicos, que no se detienen a pensar en la historia de liberación judía por Ciro o los vínculos expeditos entre Irán e Israel antes de la revolución islámica de 1979. Hoy, Irán e Israel son adversarios juramentados, que cuentan además con valedores internacionales que harían temible cualquier prolongación bélica de los últimos ataques. Sobre todo, si se piensa que Israel dispone de un arsenal nuclear y que en los últimos años, desahuciado el Tratado de Viena 5 + 1 de inspección atómica a Irán –que garantizaba investigación y aplicación atómica para fines no militares–, es probable que Teherán ya cuente con armas de ese tipo.

El uso de armas estratégicas es un escenario que tristemente no hay que descartar del todo si la primera potencia militar regional opta por represaliar desproporcionadamente al Estado que en los años 80 resistió el aislamiento internacional-vecinal y una guerra contra el Estado dirigido por Saddam Hussein sin claudicar. Sería algo así como la paradoja de una fuerza imparable contra una voluntad inamovible. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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