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El Presidente Boric, el Partido Comunista y Cuba Opinión BBC/Gettyimages

El Presidente Boric, el Partido Comunista y Cuba

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Haroldo Dilla Alfonso
Por : Haroldo Dilla Alfonso Profesor titular, Universidad Arturo Prat.
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Los cubanos no tienen derecho a opinar, votar, organizarse y decidir sobre sus destinos. No pueden hacerlo en un sistema totalitario con un solo partido y elecciones nacionales indirectas, con un solo candidato por cada puesto.


El Presidente Boric ha vuelto sobre el tema de Cuba, esta vez en una comparecencia junto al secretario general de la ONU. La prensa reporta su petición de dar fin a lo que llamó “el bloqueo unilateral” de Estados Unidos, y lo que ha sido la masa pétrea de la política hostil norteamericana contra el gobierno cubano y, por carambola, contra su sociedad. Al mismo tiempo, ha pedido la democratización de Cuba. Y ha argumentado –para fundamentar su posición– la existencia de una situación crítica en la isla, que remite al hambre.

Con respecto del bloqueo –que otros llaman embargo– creo que tiene mucha razón. Es una política injerencista, una causa del deterioro de la situación económica en la isla. Lleva seis décadas de vigencia inútil de cara a su fin proclamado –derrocar al gobierno cubano– y su tozudo mantenimiento solo puede explicarse por la presencia de una comunidad cubana emigrada, mayoritariamente derechista y que vota en el estratégico estado de La Florida.

El bloqueo, en consecuencia, deviene un sensible factor de política interna. Digamos que este entorpece las operaciones económicas internacionales de la isla, impide el acceso normal al mercado norteamericano y no permite el arribo de turistas de Estados Unidos. Eliminarlo es un acto de justicia que apoya abrumadoramente la comunidad internacional.

Pero como Boric relacionó todo esto con el hambre en Cuba, debo decir algo: en primer lugar, la depauperación de la economía cubana –que efectivamente implica hambre– solo es debido parcialmente al bloqueo/embargo. Su causa principal es la existencia de políticas económicas obstruccionistas, sea porque la clase política postcastrista aborrece la autonomía social –y por eso obstruye la emergencia de espacios dinámicos vinculados al mercado– o porque está ensayando su conversión burguesa y elimina a posibles competidores.

Por tanto, si mañana Estados Unidos decretara el fin del bloqueo, la situación de la isla no debe cambiar sustancialmente. En segundo lugar, cuando Estados Unidos ha dado pasos efectivos para avanzar hacia una eliminación del embargo, el gobierno cubano ha hecho todo lo posible por no dejar que avance. Lo hizo con Carter, Clinton y Obama, sencillamente porque la élite política insular tiene una relación de Eros y Tánatos con el bloqueo: sabe que le molesta y clama por su final, pero cuando el final se acerca, se asusta ante el vacío ideológico y político que dejaría el final de un hecho que ha sido clave para movilizar sus apoyos sociales duros y para justificar sus incapacidades para gobernar.

Luego, el llamado de Boric a la democratización de Cuba es un acto que le enaltece. Cuba es una dictadura. En realidad, lo ha sido desde los primeros años de los 60, pero entonces había una ensoñación revolucionaria que ganaba apoyos. Y luego, llegaron los subsidios soviéticos que permitieron una alta movilidad social, pero nada de esto existe en la actualidad. Paralelamente a su empobrecimiento, la sociedad cubana está mostrando desde los 80 una constante desafección al régimen político y sus consecuencias.

Más de dos millones de cubanos han emigrado a donde puedan para encontrar las expectativas que no pueden tener en Cuba, y la mayoría de ellos son desterrados que han perdido sus derechos ciudadanos en la isla. Solamente en los últimos dos años han emigrado a Estados Unidos algo más de medio millón. Desde 1994 se han producido manifestaciones de protestas, unas de escala nacional y otras localizadas, que son reprimidas y sus participantes encarcelados. La viabilidad de la sociedad cubana –envejecida y en constante erosión de su población joven– depende también de esta democratización. Los cubanos no tienen derecho a opinar, votar, organizarse y decidir sobre sus destinos. No pueden hacerlo en un sistema totalitario con un solo partido y elecciones nacionales indirectas, con un solo candidato por cada puesto.

Por eso, cuando leí la réplica del diputado Boris Barrera (del Partido Comunista) de inmediato sospeché que el diputado no sabe lo que es la democracia o no conoce historia de Cuba. O, lo que es peor, ambas cosas. Según el diputado Barrera, “cuando el Presidente habla de democratización, no sé a qué se refiere… los cubanos se han dado de una manera democrática y soberana el sistema político que tienen”. Es decir, para el diputado estar conforme con un sistema político implica en sí la democracia, lo cual convertiría a Arabia Saudita en una democracia formidable. Y, lo que es más grave, afirma que los cubanos han hecho uso de un ejercicio democrático para sustentar ese sistema unipartidista, totalitario y represivo que existe en la isla, lo que es absolutamente incierto.

Los cubanos comunes no tienen maneras de cambiar el sistema por vías democráticas. Las elecciones no son competitivas y los candidatos –uno por cada puesto a nivel nacional– son nominados por comisiones controladas por el Partido Comunista. Cuando algunos grupos disidentes han intentado presentar candidatos para las elecciones municipales, han sido bloqueados y reprimidos. En 65 años solo se han producido dos referendos constitucionales (1975 y 2019), ambos sin posibilidades de propaganda adversa.

Por supuesto, votan todos los días contra el sistema, pero tratando de minimizar los costos frente al Estado totalitario: migrando hacia donde puedan (incluyendo a Haití), trabajando a desgano, protestando cuando la situación se hace angustiante (hay más de mil personas presas por participar en protestas públicas), y saqueando los bienes públicos para compensar los salarios miserables que les pagan. La anomia es la forma de conducta dominante en esto que Barrera llama “democracia cubana”. Y, por razones obvias, guardan la forma desfilando una vez al año por la Plaza de la Revolución, votando en las elecciones nacionales y manifestando actos cínicos de apoyo, cada vez más menguados.

Como cubano-chileno, agradezco al Presidente Boric su compromiso con la democracia y el bienestar de mi sociedad originaria. Quisiera decir lo mismo del Partido Comunista, cuyas luchas por la democracia en Chile son meritorias, pero no puedo. El discurso del diputado Barrera me lo impide.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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