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De Portales a Peñailillo ANÁLISIS

De Portales a Peñailillo

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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No son malos muchachos, son chicos de centro que la radicalización conservadora de la derecha hace aparecer como elementos progresistas. Son jóvenes neutros que no se meten en líos, que no tienen vocería propia (con excepción de Peñailillo al alero del cargo) y que mantienen una lealtad absoluta con la Presidenta. Ésta, a su vez, envía con sus nombramientos una potente señal a la ciudadanía: privilegia trabajar con jóvenes oriundos de provincia y de clase media emergente, para mostrar que en esta sociedad se puede ser ministro del Interior, a los 40 años, sin ser parte de la elite.


Es época de balances, seguramente aquellos referidos al desempeño del gobierno se multiplicarán y se volverán reiterativos. La mayoría no aportará nuevos datos y la abulia que caracteriza a la actual administración hará que lo significativo y relevante que se diga sobre ella sea el mayor o menor talento literario de la pluma de quien escriba. En definitiva, en el escenario uniforme y predecible que caracterizó desde sus inicios al Gobierno, quizá lo relevante y novedoso sea concentrarse en aquello que significó una singularidad/novedad en el primer gabinete. En ese contexto, tal vez lo más apreciable sea la ascensión a las grandes ligas de la política chilena de una figura como Rodrigo Peñailillo: principal escudero de “la jefa”.

Los analistas nos aburren a menudo con las deficiencias políticas del modelo institucional chileno, dado el peso de la figura presidencial, que es a su vez jefe de gobierno, de coalición y de Estado, y la carencia de un Primer Ministro a la usanza de los regímenes parlamentarios. Pero somos lo que somos y mientras no se cambie dicho modelo cualquier análisis resultará, cuando no desubicado, por lo menos extemporáneo, muy similar a cuando nuestras elites criollas educaban a sus hijos en París y construían sus pequeños palacetes al estilo francés, pero cuya falta de mundo se evidenciaba en el estilo rococó de los mismos.

No obstante esa característica de nuestro modelo político, la figura del ministro del Interior ha sido relevante en la conformación de nuestro Ejecutivo. En ese contexto, no es casualidad que su estampa, desde los albores de la república, no solo sea la más significativa entre los ministros, al punto de ocupar el primer puesto en el orden de precedencia, sino también sea quien, en ausencia del Primer Mandatario, actúe como Vicepresidente. De hecho, nuestro presidencialismo también ha sido caracterizado por historiadores como “portaliano”, en honor a la figura de quien ocupara ese cargo en las primeras administraciones que institucionalizaron a la república autoritaria y centralista, allá por los comienzos del siglo XIX, a punta de bayonetas y violencia. La historia conservadora de signo decimonónico ensalzó su figura incluso por sobre la de los propios presidentes de la época, al punto que ese modelo político lleva hasta hoy su nombre. La propia dictadura militar que se entronizó en Chile casi un siglo y medio después se reconocería en el célebre ministro.

Ello explica que, desde la instalación de la república conservadora en 1830, y su principal consecuencia, es decir, la Constitución de 1833, no sean pocas las figuras políticas de peso, muchas de ellas vinculadas a la más rancia oligarquía, que han ocupado esa magistratura, como Manuel Montt, Ramón Rengifo, Antonio Varas, José Joaquín Pérez, Federico Errázuriz, Domingo Santa María, José Manuel Balmaceda o Pedro Aguirre Cerda. En la vieja república el cargo era la antesala para luego ocupar la Presidencia.

Y en el Chile contemporáneo no fueron pocos los pesos pesados que ocuparon dicha cartera, entre los que destacaron Bernardo Leighton, Edmundo Pérez Zujovic, José Tohá, Orlando Letelier, Sergio Onofre Jarpa, Enrique Krauss, Edmundo Pérez Yoma y el panzer José Miguel Insulza, quien rodeó el cargo de toda una simbología, comenzando por poner un retrato de Portales tras su escritorio, y quien, hasta hoy, sigue siendo una referencia al momento de analizar y evaluar al jefe de gabinete.

Y Bachelet creó a Peñailillo: el alfil de la reina

Si bien se sabía y pronosticaba que el actual jefe de gabinete tendría un papel relevante en el actual Gobierno –el mismo Zaldívar lo había anunciado en Interior meses antes, aunque sin nombrarlo–, dada la tradición del cargo y los desafíos impuestos por la candidata, aún se especulaba que podía llegar a esa cartera un panzer,pero llegó Peñailillo. En la propia definición de un referente en el cargo, el ministro del Interior no es el Primer Ministro sino el ministro primero, “a quien todos consultan cuando el Presidente no está disponible y aquél que tiene que hacerse cargo sobre todo de la implementación cotidiana de la agenda… El ministro del Interior tiene una triple función: velar por el gobierno interior y la seguridad pública, apoyar y fortalecer la acción del gabinete y al mismo tiempo reemplazar al Presidente cuando no está. Es un cargo muy difícil” (Revista Capital).

[cita]Si bien sabemos que Rodrigo Peñaililo continuará en el gabinete, no sabemos si heredará el liderazgo de su madre-líder. Peñailillo aprende rápido y ha ido constantemente de menos a más. En una sociedad donde los liderazgos son simulacros televisivos (Baudrillard), su constante exposición puede hacer posible que no sólo consolide el espacio que ha ido ganando sino que, además, se transforme en una carta presidencial competitiva. No son pocos los que creen que son ellos los que deberían estar allí y no el joven ministro. Porque Peñailillo no es ajeno al gran Ignatius Reilly de La Conjura de los Necios, que sufría de la misma envidia, sinónimo de que a ambos se les puede aplicar la misma sentencia: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. [/cita]

De infancia dura –el menor de cuatro hermanos cuyo padre falleció cuando apenas tenía ocho años de edad–, se las ingenió para “maximizar” todas las oportunidades que le pudo ofrecer su vida, al punto que hoy está encumbrado en el segundo puesto político más relevante del país. De esa infancia de carencias sacó, como pocos, sus principales características: poca bulla, mucha disciplina y un rigor que le permite superar los escollos de su entorno. En su vida personal jugó un rol preponderante la figura materna y de allí que él desempeñe en su relación con Bachelet el papel del alfil, fiel que defiende y protege, en este caso, a su reina. Siempre presto a responder a sus requerimientos aunque sin cuestionar. Y ese ha sido una de las dificultades de la Presidenta en este periodo: la ausencia de una voz crítica en su elenco.

No destacó por sus virtudes cívicas –en la prueba específica de Ciencias Sociales obtuvo tan solo 418 puntos–, lo que reafirman sus maestros, quienes lo recuerdan como un chico quitado de bulla, tranquilo y sin características de líder, menos político.

Como se sabe, Rodrigo Peñailillo Briceño, militante PPD, inició su carrera pública allá por 1995 cuando resultó electo presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad del Biobío, la que mantuvo por dos periodos consecutivos y en cuyo cargo representó en la Confech a todas las universidades del sur, en el contexto de las reformas educativas de Frei Ruiz-Tagle que buscaban alinear esta área con el mercado, en especial la Ley Marco de Educación Superior que opuso al gobierno de entonces con el movimiento estudiantil que encabezaba el presidente de la Fech Rodrigo Roco.

Como buen militante oficialista, colaboró en quebrar el movimiento estudiantil –su facción aceptó del Mineduc una propuesta inferior a la solicitada por la Confech–, lo que le valió un duro enfrentamiento con la disidencia al acuerdo. De allí en adelante su carrera política se disparó: migra a Santiago, hace su práctica en una agencia gubernamental (la Corfo), e ingresa a Chile 21, think tank que articula la candidatura de Ricardo Lagos que triunfa, y enseguida se alista, junto a Francisco Vidal, recién nombrado subsecretario, en la Subdere. Es la época en que ésta subsecretaría pasa de 120 a casi 800 dependientes y se transforma en la bolsa de trabajo de activistas, operadores y concejales de la coalición oficialista. Con esa infraestructura alcanza, con la estrecha colaboración de su amigo Harold Correa, la presidencia de la Juventud del PPD.

Luego, a fines de 2001, una vez pasada la elección parlamentaria que reordena a las fuerzas de la coalición y con un Lagos saliendo de un primer año crítico, es nombrado gobernador de Arauco, aunque con reparos: el diputado Jorge Burgos lo acusó de ser el responsable, como jefe de campaña de Igor Garafulic, su compañero de lista, de la dura estrategia que se realizó en su contra en el distrito de Providencia. Vidal tuvo entonces que salir a defenderlo, tal cual como Sergio Bitar tendría que poner la cara cuando sus amigos, liderados por Harold Correa, jefe de gabinete de Lagos Weber, se hicieron conocidos por el caso Chiledeportes, cuando distribuían proyectos para apoyar las campañas a diputados del PPD. En una extensa entrevista de Raquel Correa (19 de noviembre de 2006), Bitar, como presidente de ese conglomerado, tuvo que tragarse la pregunta de la periodista sobre “si acaso el PPD no era el Partido para Delincuentes”.

En la Gobernación de Arauco le correspondió observar de cerca el inicio de la radicalización del conflicto mapuche y el nacimiento de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), que inaugura los atentados incendiarios en la zona. La táctica del joven gobernador fue hacerse parte en las querellas, en cuya condición presentó once. Por entonces tuvo una disputa con un agricultor de la zona, Osvaldo Carvajal, cuando declaró que “la seguridad de los bienes personales no sólo corresponde a las policías, sino que también es una decisión personal que deben tomar los propietarios”, lo que fue entendido por la prensa local como “un llamado del gobernador a autodefenderse”. De nuevo desde Santiago tuvieron que salir a respaldarlo y aclarar sus dichos. Esta vez fue el turno del subsecretario del Interior Jorge Correa Sutil. Luego fue criticado abiertamente por los diputados DC de la zona por el abandono de localidades como Lebu, pese a que consiguió millonarios fondos desde el Gobierno, en especial de la Subdere, para proyectos de desarrollo y turismo. El entonces diputado por la zona Camilo Escalona lo defendió, diciendo que “esas angustias existenciales le vienen a la DC por su baja votación en Lebu”. Sería el propio Escalona, ahora secretario general del PS, quien junto a Vidal lo promovería como jefe de campaña de Michelle Bachelet. Años más tarde, Peñailillo le haría el pago de Chile a Camilo: diría a inicios de 2013, a todos quienes dudaban de los aires renovadores de Bachelet debido a la influencia negativa del senador en su anterior gobierno, que “la jefa no quiere nada con Camilo. No se ven desde hace tres años, y solo se comunicó con él para felicitarlo por asumir la presidencia del Senado”.

Dadas sus características personales, se acomodó bastante bien con el estilo de Michelle Bachelet, de inclinación a la lealtad incondicional y el secretismo, y bajo ese escenario se transformó en su jefe de gabinete, desde cuya posición acumuló un poder similar al de un ministro. Jamás se supo una filtración de parte suya ni un solo rumor sobre la Presidenta que proviniese de su boca. Menos aún deslizó, como otros lo hicieron, su supuesta proximidad con la Mandataria. Al finalizar su mandato migró a España a realizar un postgrado y reapareció en escena en 2013, ya como el ungido. En esa época levantó la tesis, que a Bachelet le hacía mucho sentido, de que “había que jubilar a los viejos…”.

A inicios de 2013 se le vio haciendo dupla con Giorgio Martelli, buscando apoyos y también plata. Martelli señaló hace poco en un seminario en Chile 21 sobre financiamiento a las campañas –recaudador de Bachelet en 2005 y 2013– cuando ya había estallado el Pentagate: “Yo no soy un político, tampoco un empresario; soy un operador. Lo digo sin ningún pudor: si me metí en este tema, es porque creo que uno de los aportes que se deben hacer en la política es no tener pudor con el dinero”.

Es la generación de Peñailillo, como Harold Correa, como tantos otros, muchachos a los que les encanta el poder (del Estado por supuesto). Construyen liderazgos que se apartan de los cánones tradicionales y su articulación de discurso, trabajo en terreno y mucha persistencia. Estos nuevos actores no tienen una gran trayectoria en ese sentido y optaron por el camino corto: arrimarse a un buen árbol y desde ahí crecer. Son de origen mesocrático, de convicciones democráticas y que han asumido el poder por delegación. Son jóvenes siempre dispuestos a hacer lo que la autoridad de turno mandate: si había que quebrar el movimiento estudiantil, pues bien, se quebraba; si había que reprimir mapuches, no hay problema, como tampoco presentar querellas (una de ellas fue la que permitió detener por primera vez a Héctor Llaitul); si había que hacerle la vida imposible al compañero de lista, como ocurrió con Burgos, pues, se la hacíamos; si para legitimarse en el partido había que repartir proyectos públicos de manera burda, pues, se hacía; si hoy hay que ser pro reformas, pues bien, somos pro reforma.

No son malos muchachos, son chicos de centro que la radicalización conservadora de la derecha hace aparecer como elementos progresistas. Son jóvenes neutros que no se meten en líos, que no tienen vocería propia (con excepción de Peñailillo al alero del cargo) y que mantienen una lealtad absoluta con la Presidenta. Ésta, a su vez, envía con sus nombramientos una potente señal a la ciudadanía: privilegia trabajar con jóvenes oriundos de provincia y de clase media emergente, para mostrar que en esta sociedad se puede ser ministro del Interior, a los 40 años, sin ser parte de la elite.

Peñailillo construye su personaje

Según Alberto Mayol, el joven ministro ha sido el único crío de Palacio que ha buscado procurarse un liderazgo desde el bacheletismo: “El estilo del ministro del Interior ha sido la prudencia generalizada y la apuesta al currículo perfecto: se trata del favorito de la favorita, un hombre de esfuerzo nacido en la periferia del sistema político y meritocrático».

En efecto, desde el Ministerio del Interior Peñailillo se ha gestionado un lugar en la política y ha ido lentamente construyendo una vocería propia. Por cierto, sus amigos (que dependen de él en el Estado), lo adulan y le reiteran que debería ser el heredero natural del liderazgo de la jefa y en eso ha estado: no hay actor político de la coalición o de la oposición que no entienda que cuando habla con él lo está haciendo con la Presidenta. Desde esa función ha intentado, sin mucho éxito, ser el ministro primero, aunque cometiendo algunos desaguisados, como cuando sus asesores filtraron el gallito con Eyzaguirre. En otras oportunidades le ha ido mejor, como cuando le respondió a Piñera luego de sus críticas a la Mandataria: “Yo le pediría a un Presidente de la República… que destruyó las instituciones… que tenga tino y prudencia”; o cuando salió raudo a la casa de Ottone para hacer control de daños luego de las declaraciones de Lagos en Icare. Todo ello, por supuesto, acompañado de la escenografía que más le gusta a la nueva burguesía fiscal: cambios de casa y de look, contratación de sastre exclusivo, mucha gomina y portadas para revistas sociales.

Si bien sabemos que Rodrigo Peñaililo continuará en el gabinete, no sabemos si heredará el liderazgo de su madre-líder. Peñailillo aprende rápido y ha ido constantemente de menos a más. En una sociedad donde los liderazgos son simulacros televisivos (Baudrillard), su constante exposición puede hacer posible que no sólo consolide el espacio que ha ido ganando sino que, además, se transforme en una carta presidencial competitiva. No son pocos los que creen que son ellos los que deberían estar allí y no el joven ministro. Porque Peñailillo no es ajeno al gran Ignatius Reilly de la Conjura de los Necios, que sufría de la misma envidia, sinónimo de que a ambos se les puede aplicar la misma sentencia: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”.

Peñailillo no será Portales, pero es el político que mejor se identifica con nuestros tiempos.

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