No solo una ex empleada de la Embajada de Chile en Francia, Carolina Cosmelli, ha denunciado malos tratos del ex embajador. Hace un par de semanas, esa hebra descosió un tejido oscuro sobre la vida familiar de Hales, cuando las hijas de su actual pareja testificaron en su contra. “Si andaba de buen humor todo era relativamente agradable, pero si él estaba de mal humor o algo lo hacía ponerse así, era un verdadero infierno”, declararon las hijastras del ex diplomático en medio de la investigación. Ellas, que hace varios años no se hablan con su madre, quisieron apoyar el testimonio de la trabajadora, contando parte de lo que fue su propia vida.
El 15 de junio pasado, dos testimonios escritos en computador, impresos, llegaron hasta las manos de José Miguel Cruz, embajador de Chile en Noruega y fiscal especial para investigar una denuncia por acoso laboral presentada por Carolina Cosmelli –una funcionaria que trabajó en la Embajada de Chile en París el año 2015– en contra de Patricio Hales.
Era la primera vez que en la investigación –iniciada en abril– se tomaban en cuenta declaraciones de otras personas que no fueran funcionarios diplomáticos y que Cosmelli pidió incluir, porque apoyaban el testimonio de los malos tratos provenientes de Hales. Sin embargo, esta vez las declaraciones escritas en Word venían del núcleo más cercano de Hales.
Ese miércoles, I.GH.S (42) y E.GH.S (32), hijastras de Hales e hijas de su actual esposa, María de los Ángeles Swinburn, decidieron descorrer un velo y exponer su propia historia familiar.
En el testimonio de ambas –al que tuvo acceso El Mostrador– se leen pasajes que apuntan a acusaciones similares a las descritas por Carolina Cosmelli en sus declaraciones ante la Cancillería.
“Fui testigo en innumerables ocasiones de sus cambios de humor repentinos, y su enojo e ira desbordada por detalles menores. Si un cuchillo estaba mal puesto en la mesa, si no encontraba el descorchador cuando quería abrir el vino, si una camisa estaba mal planchada, podía ir gritando fuerte a la cocina preguntando dónde estaba, cómo era posible, retando y gritándole a quien supuestamente tuviera la culpa”, relata una de las mujeres.
En otro párrafo, una de ellas señala haber visto cientos de veces “a las empleadas de la casa tiritando de miedo, incluso llorando por cómo este señor las trataba. A veces no las maltrataba con gritos, sino humillándolas y riéndose en su cara… Desgraciadamente los malos tratos, gritos, asimetrías extremas de poder, eran bastante comunes en esa casa, por lo que no podría recordarlas y enumerarlas todas”.
En el entorno familiar confirman que esta forma de trato resquebrajó a tal punto las relaciones, que los tres hijos de Swinburn ya no se hablan con su mamá. “Es como si tuviera el síndrome de Estocolmo, como si no le hubiese importado las veces que sus hijos le hablaron de los malos tratos de su marido”, comenta un amigo de la familia. El mismo señala que, al testificar, las hijas de Swinburn saben que abren una puerta a un pasado doloroso que van a hacer público.
Una de ellas, señaló en la declaración ante la Cancillería que “él exigía atención absoluta, perfección y detalles excesivos en todo, a quienes trabajaban para él. De humores cambiantes y reacciones airadas, Patricio Hales podía pasar de la calma a un enojo extremo, con gritos y agresiones verbales desmedidas. Estos cambios impredecibles, generaban un ambiente de temor y sumisión de todos los que convivían con él. En los almuerzos estábamos atentos a cuál iba a ser el estado de ánimo de Patricio Hales. Si andaba de buen humor todo era relativamente agradable, pero si él estaba de mal humor o algo lo hacía ponerse así, era un verdadero infierno. Sabíamos que en cualquier minuto él podía enojarse, y nos cuidábamos de no provocar nada, porque cualquier conflicto podía terminar en gritos, descalificaciones sobre todo hacia mi madre y las empleadas. Y ese conflicto –por pequeño que fuere–, podía transformarse en un asunto gravísimo, que ameritaba malos tratos y sanción de su parte”. El castigo era casi siempre el desdén o ignorar a quienes, desde su punto de vista, estaban en falta.
Las declaraciones de las hijas de María de Los Ángeles Swinburn se suman a la larga lista de descargos descrita por Carolina Cosmelli, la masoterapeuta que a comienzos de abril ingresó una denuncia laboral ante la Cancillería.
Carolina tiene una empresa de masajes en Chile, vive en Vitacura y viaja regularmente a Cachagua para atender personalmente a sus clientas. Llegó a París en diciembre de 2014 de la mano de Swinburn –con quien llevaba varios años de amistad–, pero con quien nunca había vivido bajo el mismo techo. “Me fui porque esta gran amiga me lo estaba pidiendo. Me fui a acompañarla y también para estar con ella”, describen las primeras líneas de la denuncia laboral que intentan una explicación para el lazo que la llevó hasta Europa.
[cita tipo=»destaque»]En el entorno familiar confirman que esta forma de trato resquebrajó a tal punto las relaciones, que los tres hijos de Swinburn ya no se hablan con su mamá. “Es como si tuviera el síndrome de Estocolmo, como si no le hubiese importado las veces que sus hijos le hablaron de los malos tratos de su marido”, comenta un amigo de la familia. El mismo señala que, al testificar, las hijas de Swinburn saben que abren una puerta a un pasado doloroso que van a hacer público.[/cita]
Sin embargo, apenas tocó suelo europeo, notó que algo no andaba bien: “Una vez que llegue a la embajada me di cuenta de que había un muy mal ambiente familiar y laboral, a causa del mal genio y malos tratos del embajador hacia los trabajadores, y sobre todo hacia su mujer. Pero, para mi sorpresa, me fui dando cuenta con el tiempo que ella lo defendía, y que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para satisfacerlo y hacerlo feliz”, señala la denuncia, que menciona que en abril de 2015 se hizo una encuesta de clima laboral donde algunos trabajadores entregaron antecedentes sobre esta situación.
De hecho, algunas líneas de la declaración de la masoterapeuta, detallan una de las respuestas de Swinburn a Cosmelli cuando esta última le relató, vía Whattsapp, que Hales le pidió “que le lleve el desayuno a la cama y lo despierte pasándole la mano por la cara”. En esa conversación, la esposa de Hales respondió: “ Ay… es que es tan regalón”. La primera semana de julio, el fiscal Cruz formuló al menos tres cargos en contra de Patricio Hales y en ninguno de ellos se consideró el acoso sexual, porque las pruebas eran insuficientes.
Además de la denuncia que quedó registrada, las hijastras de Hales y siete mujeres más, se han reunido en la Fundación Para la Confianza, que preside José Andrés Murillo para analizar acciones a seguir. También se han juntado con un abogado del estudio de Juan Pablo Hermosilla. “Todas acumulan historias de tratos abusivos por parte de Hales”, comenta una de ellas.
Consultados sobre el testimonio de las hijastras de Hales, en Cancillería se limitaron a señalar que “el fiscal tiene la facultad de incluir los testimonios que estime para mejor resolver. Pero, al ser secreto el expediente, Cancillería no puede hacer un pronunciamiento sobre ese aspecto”.
El Mostrador intentó comunicarse con Hales, sin embargo, el ex diplomático se excusó –vía correo electrónico– y señaló que por ahora está concentrado en las tareas de regresar a Chile.