El intelectual cree que el Rechazo tiene un techo que puede hacerse más bajo conforme la conversación avance sobre los contenidos que le preocupan a los sectores populares y los jóvenes, grupos que generalmente se han marginado de los procesos electorales debido a la “crisis de operatividad de la política chilena”, pero que, ahora sí, tendrán que acudir a las urnas por fuerza del voto obligatorio. Sin embargo, el doctor en filosofía asume que el mayor riesgo es la “colombianización del proceso”, lo que a grandes rasgos entraña «un gatopardismo tan propio de nuestro país». Asimismo, Sobarzo realiza una crítica frontal al discurso del Rechazo, en especial a cómo la Convención falló en construir «la casa de todos», la que es imposible mientras no se corrijan las múltiples desigualdades que atraviesan a la sociedad chilena. «La unidad general en torno a un proyecto país toma mucho más tiempo y requiere de mucho diálogo y voluntad», sostiene el pensador.
“Antes que todo, yo soy de los que cree que va a ganar el Apruebo”, dice Mario Sobarzo, doctor en filosofía moral y política. Más allá de abundar sobre las razones que le llevan a apostar por esta opción, el pensador reconoce que son otras las situaciones hipotéticas que le desvelan, en especial aquellas asociadas a la herencia cultural que nos viene desde la colonia y que, por su solo peso histórico, pueden impedir las transformaciones que requiere el país.
“Esta sociedad es profundamente estamental, y temo que se pueda dar lo que ha pasado en otros lugares: que los cambios se produzcan para que nadie cambie, ya que los sectores dominantes cuentan con los medios y una estructura de poder que puede entorpecer ese tránsito democratizador que requiere la sociedad chilena”, añade el pensador.
“Personalmente creo que se dará un escenario muy similar al que se dio en la segunda vuelta presidencial”, declara el filósofo. “Creo que de ahora en más irán desapareciendo las discusiones y polémicas sobre las discusiones accesorias o las cuestiones de forma, y nos quedaremos con las cosas importantes. Por ejemplo, las mujeres jóvenes de los sectores populares quieren saber cómo quedarán los derechos sexuales y reproductivos, el aborto, etc. No sé si el Rechazo tiene algo que ofrecer en ese sentido”, indica el también académico de la Universidad de Santiago.
-¿Qué significa el Rechazo?
–Una fuga hacia adelante, la peligrosa postergación de un nuevo contrato social, un lapso agónico que sí es capaz de generar una inestabilidad social que afectará la convivencia. No creo que llegue a tanto como una guerra civil, pero sí asegura altos niveles de conflictividad social que serán muy difíciles de abordar. Cuando se mantengan inalteradas las condiciones de desigualdad y las grandes contradicciones de Chile podemos llegar a una situación de colapso, de anomia, de buscar otras vías para conseguir objetivos, de dejar de obedecer una ley que se considera sólo para algunos. Temo que la sociedad chilena se torne más corrupta. Para el gobierno actual también sería grave ya que su programa es contradictorio con la Constitución actual.
-En el sector que rechaza la propuesta de la Convención hablan de una “Constitución de revancha”.
-Es un tremendo autogol discursivo. Cuando hablan de una “revancha” significa que los otros tienen una razón para querer y pedir una revancha, o sea, ese sector del Rechazo está reconociendo que su Constitución marginaba a una parte importante del país y que no tenía voluntad de incluir a esa parte que quedó afuera. Esto de cambiar la Constitución, o de reformarla, se viene discutiendo hace varios años, y (Andrés) Chadwick apenas llega con el gobierno de Sebastián Piñera dice «se acabó, no seguimos con esto».
– ¿Qué opina de que la Convención falló en unirnos como chilenos y chilenas?
-Claramente es excesivo pedirle eso a una Convención Constitucional cuya tarea es elaborar una propuesta. Las constituciones son resultado de una correlación de fuerzas que se cambian y reestructuran en determinado tiempo, reorganizando a la sociedad en términos culturales, sociales y políticos. En Chile, las fuerzas de cambio venían de antes, pero eran subterráneas y estaban silenciadas en los medios. Hasta que, por diversas razones, emerge y subvierte el discurso de la élite que nos hacía creer que estábamos todos en la misma línea, lo que se cae definitivamente con el 80-20 del plebiscito de entrada, cuando muchos columnistas y referentes decían que ese plebiscito se resolvería de manera estrecha. Igual como lo hacen ahora de cara al plebiscito de salida. La unidad general en torno a un proyecto país toma mucho más tiempo y requiere de mucho diálogo y voluntad.
¿Una nueva Constitución permitirá pacificar a un país?
-Siempre y cuando superemos el grave problema de la operatividad de la democracia chilena, que es algo que viene de largo. Si la democracia no se traduce en cambios, tendremos un inconveniente mayor. Ahora, es bueno precisar algunas cosas: yo no creo, por ejemplo, que este sea un país polarizado. Si uno va a las poblaciones uno se va a encontrar que las personas quieren un sistema de seguridad social, con buena salud pública, buena educación pública, pensiones… Nada extraño. Y nada extraño es lo que propone el texto constitucional de la Convención para continuar con ese diálogo. Yo creo que las personas entenderán de que no hay ningún salto al vacío ni nada de eso.
-¿Cómo es posible sanar la convivencia?
-Eso requerirá de tiempo, porque la fractura expuesta es de muchos tipos: de relación con el poder, es una fractura social, territorial, también de tipo sexogenérico, y eso se resuelve con una democratización radical de las relaciones de poder. Distribuir poder es clave para resolver esas contradicciones que nos paralizan como sociedad y que ponen en peligro el concepto de nación. Por eso es necesario ir removiendo todo aquello que permita la existencia de esas estructuras cerradas donde unos tienen un poder excesivo y otros no.
-La “casa de todos” es otro concepto que se repite continuamente
-Cuando tenemos a un 1% que se lleva más de un tercio del producto es imposible hablar de una “casa de todos”. Imposible hablar de la “casa de todos” mientras tengamos fracturas reales basadas en las más diversas desigualdades. La desigualdad ante la ley es algo que está presente. En regiones, por ejemplo, es posible ver cómo los hijos de los médicos estudian con los hijos de los grandes terratenientes o empresarios agrícolas de la zona, que estudian a su vez con los hijos de los magistrados de la zona. Si no hay un empoderamiento real de las comunidades de las regiones ante Santiago no habrá forma de construir eso que es de todos. Y esa desigualdad también debe romperse respecto de la distribución del ingreso, respecto de hombres y mujeres, respecto de los pueblos originarios, etc. Mientras no nos encaminemos a relaciones de poder más horizontales no habrá una “casa de todos”. Esta “casa de todos” no se construye haciendo una declaración o tomándonos de las manos en un acto solemne. La Constitución de la República Federal Alemana fue casi impuesta por las potencias aliadas que la invadieron, pero se convirtió en la “casa de todos” con el correr del tiempo, y sólo cuando las personas vieron que garantizaba un marco de igualdad.
-Decía que la ciudadanía no está polarizada
-Para nada. Las élites sí lo están. A mí me llama mucho la atención la manera en que muchos creen que estos temas permean en una ciudadanía que ha demostrado ser bastante más responsable de lo que muchos creían y más responsables que los mismos políticos. Nada más fijémonos en lo que decían expertos de instituciones que referían a cómo las personas retiraron parte de sus ahorros previsionales para pagar sus deudas relacionadas fundamentalmente con gastos del día a día o para necesidades básicas, o bien para invertir… El mundo popular es más sabio de lo que las élites creen. Hay otras cosas que me preocupan más que la posibilidad de que esa ciudadanía, ese pueblo, pueda no votar Apruebo, que es la opción que yo creo que se va a imponer igual.
–¿Qué le preocupa más?
-Temo a que se “colombianice” el proceso. La última Constitución de Colombia consagra una serie de derechos pero de ello nada se implementa hasta ahora. Al revés: más independencia de Estados Unidos y más enriquecimiento de la élite. Hay algo similar en ambos países: esa pesada carga cultural que viene desde la Colonia, con grupos sociales muy cerrados y nula relación entre sí. Haré un paralelo: en 2018 se aprobó una ley para que las autoridades universitarias sean elegidas también por estudiantes y funcionarios, y estamos a 2022 y nada de eso todavía se implementa, lo que se explica por la resistencia de los académicos a perder el poder que detenta casi en exclusiva. Ninguna universidad estatal ha implementado el régimen de la triestamentalidad en todo este tiempo porque la “casta” académica se niega. En Chile pasa algo similar, donde no ocurre lo que vemos en sociedades capitalistas avanzadas como Finlandia o Noruega, donde todas las personas pueden disputar el acceso a pertenecer a una élite.
-¿Cree que hay una genuina voluntad de cambio entre tanto fake news?
-Imposible. Nadie que está abiertamente por el Rechazo quiere cambios. Y veremos que, si la suerte les sonríe, estos sectores conservadores mantendrán el esquema de concentración del poder que vemos hoy en día. Esos sectores no creen que haya un estado de malestar generalizado en el país. No creen esa tesis.
-¿Cómo prevé la elección con voto obligatorio?
-Porque esa última elección ocurrió con el padrón y funcionamiento del sistema de los partidos políticos, lo que llevó a reproducir el mismo panorama de las elecciones anteriores. El plebiscito, en cambio, funcionó bajo otras lógicas. Hoy veremos un padrón distinto. Me llama la atención cómo se minimiza la obligatoriedad del voto, y el voto obligatorio es siempre más hostil a los sectores más favorecidos de la población. La obligatoriedad va a movilizar a ese porcentaje de la población que no es parte de ese grupo privilegiado. En el 10% hay profesionales de menos de dos millones de pesos, y eso no es mucho. Otra cosa: esos sectores ya votan. En ese sentido el Rechazo tiene un techo. Ellos lo saben. Los votantes del Apruebo son personas no pertenecen al establishment: personas pobres, jóvenes y personas que viven en zonas rurales, y sólo este último ámbito puede volcarse en favor del Rechazo, pero este grupo representa menos del 3% de la población a nivel nacional. Lo mismo con los evangélicos, un mundo que no es uniforme. Los jóvenes, por ejemplo, quieren derechos reproductivos y van a ir por el Apruebo. Es difícil que el Rechazo logre permear a esos sectores.
Pero están ofreciendo hacer cambios…
-Pero ellos no quieren cambios, y eso es claro porque ahora no tenemos claro qué cambios concretos ofrecen. Sólo ofrecen declaraciones de voluntad. Esta élite incluso se opone a hacer los cambios para potenciar la capacidad productiva del país. ¿Por qué querrían cambiar cuando este orden institucional les garantiza su hegemonía? Además, y en esto varios lo han dicho, no hemos visto a nuestra élite abriéndose a estos cambios. Por eso, es importante que el Apruebo sea una garantía de un cambio futuro en las condiciones materiales de la existencia para las personas comunes y corrientes. Sería fatal que nada de eso se dé, porque en ese caso las personas verán un simple reacomodo de las élites.
-¿Cómo ve a la élite económica de Chile? Parece mantenerse más bien fuera del debate.
-Evidentemente, Y por eso buscan a otras voces, en especial a los que fueron de la Concertación pero que después fueron a ubicarse en los directorios de las empresas. Ahora sacaron a Cristián Warnken cuyo aporte político ha sido al menos discutible, y eso en concordancia de una vieja técnica establecida por el Departamento de Estado de Estados Unidos de los tiempos de la Guerra Fría, en cuyos manuales de inteligencia pedían utilizar a personas apolíticas para generar un mayor grado de empatía. Ahora fueron a buscar al caballero que trabaja en La Vega (Arturo Guerrero), pero vemos que su rostro es un meme para reírse de las veces que suben los precios de los productos. ¿Quién le va a creer a un meme?
-El mundo del Rechazo lamenta que la Convención no haya cerrado la cuestión constitucional.
-Erich Fromm hablaba sobre la tendencia a la biofilia y a la necrofilia. No tiene nada que ver con la sexualidad. ¿A qué se refería? a que la vida es cambiante, es inestable, evoluciona y requiere adaptación. La vida es así. La perspectiva conservadora es necrofílica, en el sentido de que quiere mantener el orden, que no haya cambio, que exista la paz del cementerio, de los muertos, como en dictadura, donde podían hacer negocios y nadie podía reclamar. La élite anhela no hablar de política. Pero eso es autodestructivo porque es imposible contener la vida. Hannah Arendt decía que lo propio de la política es la juventud, que emerge algo nuevo.
-El gobierno a atado su suerte al plebiscito.
-Se entiende, pero no sé si era bueno reconocerlo públicamente. Creo que al Gobierno le ha faltado más consistencia y coherencia con lo que decía, y ello se explica por la correlación de fuerzas en el Congreso. Estaban en contra del estado de excepción el sur, ahora están a favor; antes encontraban malo el gobierno de Ricardo Lagos, ahora dicen que fue un buen gobierno.
¿Será el referéndum del 4 de septiembre un plebiscito sobre la Transición?
-En cierta medida sí, pero la Transición no se puede separar de la dictadura ya que el modelo político y económico es básicamente el mismo. Las estructuras centrales se mantuvieron aun cuando hubo algunas modificaciones. Pero el orden económico es clave. Hay una lucha entre lo que un autor inglés, Mark Fisher, llama “El realismo capitalista”, en orden a que la realidad económica pesa sobre cualquier otra cosa; versus la esperanza, y esa esperanza hay que construirla desde la vida cotidiana de la gente, de lo que viven en sus poblaciones. Si pudiéramos simplificar la cuestión, diríamos que será un plebiscito sobre el neoliberalismo.