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A 50 años del golpe: las cárceles de menores del Chile de Pinochet PAÍS

A 50 años del golpe: las cárceles de menores del Chile de Pinochet

Cuesta recordar el Chile de la dictadura y reconocer la forma brutal en que se trataba a los menores en aquellos años, especialmente aquellos que terminaban recluidos en cárceles de adultos y vivían situaciones terribles, como el ser abusados sexualmente varias veces al día o convertirse en virtuales esclavos de los demás.


En 1985, Francisco Palma describía en la revista Mensaje el dramático escenario de las cárceles de menores en Chile: “Cuando un menor, por cualquier causa, grave o leve, cae detenido en los centros de rehabilitación de nuestro sistema, entra a un proceso casi seguro de destrucción de su personalidad”.

En aquel entonces, cientos de niños caían presos por vender en las calles sin permiso municipal, otros “empujados por traumáticas experiencias que han vivido desde antes de asomarse a la conciencia y por la necesidad a que han sido arrojados por la pobreza y la falta de oportunidades”, escribía el experto. Citaba entonces al diario La Segunda del 9 de agosto de 1984, que detallaba cómo era el Centro de Atención Preventiva de Menores de Puente Alto, con cupo para 218 menores entre los 15 y 18 años de edad: “El edificio no es más que una cárcel, donde, por decisión del Ministerio de Justicia, se incrustó la Sección Menores. Los jóvenes están separados en dos torres. Una de ellas con capacidad para 150, acoge a los muchachos que reciben subvención del Servicio Nacional de Menores, que asciende a $ 5.900 mensuales por niño, mientras que en la otra están los ‘exclusivos’ de Gendarmería. Esta separación se hace conforme a si actuaron o no con ‘discernimiento’. Los que cometieron delito con plena conciencia no se hacen acreedores a la subvención (…) (cada dormitorio tiene capacidad para veinte niños) (…) A las 17.30 horas viene el encierro en los dormitorios”.

Eran 15 horas de encierro en donde cada celda –que contaba con 20 a 22 reos en promedio– se dividía en carretas. Es decir, grupos de 4 a 6 componentes. Francisco Palma detallaba en qué consistían las carretas y cómo funcionaban:

“Cada carreta tiene entre sus componentes un jefe, que manda autoritariamente a sus miembros, siendo uno (o dos de ellos) el que ha debido asumir el papel de perkins o ‘Juanito’. Este último es el sirviente del resto de la carreta. Para ser más claro, es el servidor, esclavo, concubina. Al chasquido de un dedo, debe obedecer las órdenes que se le den, sea cual sea su naturaleza: lavar la ropa, hacer las camas, traer agua, barrer, encender cigarrillos, ser objeto de diversión, etc. Nada le pertenece, ni su ropa ni su cuerpo. Normalmente, para las funciones antes indicadas, no hay necesidad de mandarlo. Ya sabe lo que tiene que hacer, como un rito, en cada caso. Por ejemplo, cuando el jefe termina de comer, debe lavar de inmediato su bandeja; recoger la ropa sucia, para que tenga siempre mudas limpias; en el baño obligatorio de la mañana, adelantarse al resto de la carreta para esperarles con toalla y secar sus espaldas. También debe actuar con presteza y de buena gana, de lo contrario, será severamente castigado, por la carreta o por el jefe. Normalmente es de los menores del grupo o de los más débiles. Por supuesto, también debe obedecer a los requerimientos sexuales del grupo. Estos últimos normalmente ocurren al anochecer. En invierno la noche comienza a las 18 horas, ya que normalmente no hay luz en las celdas. Sólo penumbra dada por la luz de los patios externos, que penetra por las pequeñas y enrejadas ventanillas”.

La Mamita

Explicaba Francisco Palma en revista Mensaje que “en las celdas emerge otro tipo de rol, que es de más baja categoría que los perkins y que usualmente se elige entre éstos: la mamita. El o la mamita es el objeto sexual de todo el dormitorio, puede ser requerido cuando cualquiera lo desee, incluso por los perkins (quienes suelen descargar todos sus sinsabores con éstos)”.

Podía haber una o dos mamitas en cada celda, que eran elegidos cuando tenían ciertas características deseables para ese rol: ser nuevo o primerizo, ser blanco, ojalá rubio y ser de buena pinta, físicamente agraciado.

“Si se parece a un joven de una clase social superior a la media delictual, mejor del que aparenta o es superior socialmente, aparece el deseo de venganza social; esto se muestra en el físico, en la vestimenta que trae, en el vocabulario, en la escolaridad que dice tener”.

Bastaba un par de días en la cárcel para que el nuevo reo sufriera fuertes impactos destructivos de su personalidad. Pero hay más, “viene el problema de la compraventa de la víctima: un jefe, que ya ha adiestrado suficientemente al nuevo, puede venderlo o arrendarlo a otras carretas, sobre todo si cumple las características deseables para mamita. Así, es posible que la víctima empiece a sufrir 15 a 20 violaciones diarias en una celda, con el agravante de que –aparentemente– no es a la fuerza. Basta que se le llame y se pague por él cigarrillos o pequeñas sumas de dinero, que van a parar a la bolsa del jefe”.

Las drogas o estupefacientes también hacían lo suyo: “En este primitivo entorno, la víctima debía hacer topless, vestido mínima y apropiadamente como mujer, en medio de canturreos. Esto ocurre especialmente cuando se ha filtrado hacia las celdas algo de marihuana o estupefacientes. Esto se logra a través del correo nocturno, que funciona a altas horas de la noche, en que a través de las ventanillas y por medio de cordeles y bolsitas ocurre todo tipo de compraventas, desde una celda hacia otra. Recordemos que estamos hablando de un recinto en que la sección Menores se encuentra incrustada en un recinto carcelario para mayores”.

Otro dato: “En el hampa, el que realiza el papel de macho –aunque sea con otro hombre– no es considerado homosexual, es macho; el que realiza el papel de hembra es considerado peor que homosexual: es una especie de prostituta que se ofrece”.

“Existen dos posibilidades de visitas a los reos: los domingos de 9:30 a 11:30 horas, y los miércoles de 14:30 a 16:30 horas. Aproximadamente el 50 por ciento de los menores no recibe visitas en varios meses. Cuando a los menores les toca prestar declaración en alguno de los juzgados de Santiago, San Miguel o Buin, son encerrados desde tempranas horas, encadenados por parejas, y empiezan a recorrer en la jaula móvil, cada uno de los juzgados. Normalmente, demoran todo el día, vuelven al anochecer y sin haber comido nada” (La Segunda, 9 y 17 de agosto de 1984).

Rechazo social

A raíz del artículo escrito por Francisco Palma reaccionaron dos jóvenes egresados de Psicología de la Universidad Católica. Lo hicieron escribiendo otros artículos en la misma publicación, para dar cuenta de cómo la estructura social de las cárceles de menores que convivían con adultos destruía su personalidad y planteaban la alternativa de la “libertad vigilada” como solución al grave problema.

Paulo Egenau era uno de esos jóvenes. Comenzó su carrera profesional trabajando en hogares de menores y posteriormente llegó a la Fundación Paréntesis de Hogar de Cristo, de la que fue su director ejecutivo. Después, asumió la dirección social nacional de Hogar de Cristo hasta agosto de este año. Junto a Eduardo Nicholls denunciaron (a raíz de una serie de motines que tuvieron lugar en la cárcel de Puente Alto), que estos sitios de reclusión no constituían una alternativa eficaz de tratamiento para los jóvenes en conflicto con la justicia, y que la agresión verbal o física fuera la regla básica de funcionamiento, determinaba para mal las características psicológicas de los menores recluidos.

“La experiencia de la cárcel marca. Durante un largo tiempo el joven se vio en la necesidad de aprender a vivir de una manera muy peculiar, que le aseguró una subsistencia sin demasiado riesgo; fue socializado en la cana. Sin embargo, una vez en libertad, todo lo que le sirvió y se vio forzado a aprender lo transforma en un marginado, en un desadaptado social. La sociedad le cierra las puertas, lo marca y lo diagnostica. El joven se encuentra solo, sin posibilidades reales de reinsertarse en la sociedad, siendo difícil su rehabilitación. A menudo, el joven responde a este rechazo social con ‘pequeños motines personales’, como son la reincidencia en conductas delictuales, drogadicción, apatía, etc. Es así como pasan a ser parte de la juventud poblacional desesperanzada de nuestro país”, concluían Paulo Egenau y Eduardo Nicholls.

“En Chile se encarcela la pobreza”

¿Cuánto ha mejorado esa realidad? Se estima que cerca de 10 mil menores de edad fueron enviados a la sección juvenil de la cárcel de Puente Alto en la década del 80. Luego, en 2010, en la Región del Biobío, por ejemplo, Paulo Egenau, entonces director de la Fundación Paréntesis, visitó la sección juvenil de El Manzano, donde había 24 jóvenes condenados, todos recluidos en un solo módulo, en una cárcel para adultos.

El centro era un bloque de cemento desprovisto de cualquier estímulo que no fuera la vida canera. Estaba hecho de tal manera que recibía muy poca luz. En su informe, Egenau lo describía así: “Oscuro, frío, ciego, este lugar carece de los requisitos necesarios para no provocar graves daños a la salud mental de los adolescentes que permanezcan privados de libertad aquí”. Y recalcaba que “es un espacio infrahumano e indigno. Ningún proceso de reintegración social es posible en un entorno con las características de esta sección”.

Ya no existen esas horribles cárceles en las que los menores convivían con adultos. Sin embargo, una frase del discurso que la hermana Nelly León pronunció en 2018 frente al Papa Francisco, durante su visita al centro penitenciario femenino de Santiago, en Chile, todavía resuena con fuerza: “En Chile se encarcela la pobreza”, dijo la religiosa, presidenta de la Fundación Mujer Levántate.

A nombre de la pastoral carcelaria, señaló que “en este gimnasio somos más de 400 mujeres, pero estas mujeres representan los casi 50 mil hombres y mujeres pobres y vulnerables, privados de libertad. Digo pobres, Santo Padre, porque lamentablemente en Chile, se encarcela la pobreza”.

A contar de este 2023 se está implementando de manera gradual el Servicio Nacional de Reinserción Social Juvenil, dependiente del Ministerio de Justicia, para dar oportunidades a jóvenes en conflicto con la justicia penal. Según cifras de 2021, un total de 5.348 adolescentes y jóvenes están cumpliendo sanciones en centros privativos de libertad o con una medida en medio libre. De este total, solo 451 estaban privados de libertad y, de ellos, solo 23 eran mujeres.

¿Cómo será este nuevo servicio? Leemos en su página web:

  • Será especializado y de alto nivel técnico.
  • La atención para los jóvenes será centrada en la intervención, con un modelo y un soporte adecuado para la gestión del caso.
  • Aumenta los estándares de calidad para el funcionamiento de programas e instituciones.
  • Contará con un sistema especializado de administración de justicia juvenil: fiscales, jueces y defensores formados en la materia.
  • Reforzará la respuesta del conjunto del Estado para asegurar el acceso a las prestaciones de salud, educación e inserción laboral.
  • Innovará a través de la mediación penal juvenil como una forma alternativa de resolución de los conflictos.
  • Cambiará la relación con organismos privados que ejecutan programas, abandonando la lógica de subvenciones por un financiamiento asociado a estándares de calidad.

Por el bien de todos, esperamos que esto no quede solo escrito en la web.

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