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Del libro “Los Crímenes que estremecieron a Chile”: Víctor Jara, 50 años esperando justicia PAÍS

Del libro “Los Crímenes que estremecieron a Chile”: Víctor Jara, 50 años esperando justicia

La tarde del 12 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile, al oír la orden, el soldado le dio un culatazo al prisionero, que cayó a los pies del oficial, quien gritó: “¡Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista, comunista concha de tu madre, cantor de pura mierda”. A pocos días de los 50 años de la detención y asesinato del cantautor popular, El Mostrador publica hoy el capítulo actualizado con la sentencia definitiva de la Corte Suprema, correspondiente a este episodio del libro “Los crímenes que estremecieron a Chile” de los periodistas Jorge Escalante, Nancy Guzmán, Javier Rebolledo y Pedro Vega.


“Que el canto tiene sentido cuando palpita en las venas del que morirá cantando las verdades verdaderas.Manifiesto” (Víctor Jara)

Con su guitarra en mano, a las nueve en punto de la mañana del martes 11 de septiembre de 1973 llegó al campus de la Universidad Técnica del Estado el actor, cantautor popular y director teatral de la casa de estudios, Víctor Lidio Jara Martínez.

Cantaría ese día, ante el Presidente Salvador Allende Gossens sus conocidos temas que acompañaban el proceso de revolución social que se vivía en el país. El Mandatario socialista había confirmado el día anterior su asistencia al campus universitario, con el fin de inaugurar, en un acto masivo, una exposición denominada, “Por la vida siempre”, cuyo tema central lo conformaban fotografías, gráficos y leyendas que anunciaban las atrocidades y violaciones a los derechos humanos que se cometerían si se quebrantaba el orden institucional. Uno de los afiches sostenía el lema: “Contra la guerra civil. Por la Vida Siempre. Jornada Antifascista”.

A raíz de la convulsión social y política que vivía el país, y el nulo apoyo de los diversos sectores políticos que eran reticentes al gobierno socialista, Allende había resuelto llamar a un plebiscito que decidiría por votación popular si seguiría o no en el poder. El acto, organizado por estudiantes, profesores y estamentos no académicos de la Universidad Técnica del Estado (UTE), era el escenario elegido para anunciar su determinación al país. Todo estaba previsto para las 12 horas.

Sin embargo, el Presidente Salvador Allende nunca llegó. Desde muy temprano se encontraba resistiendo en el Palacio de La Moneda. Junto a él estaban sus más cercanos colaboradores para defender al gobierno y enfrentar el golpe de estado, iniciado horas antes por los generales de las Fuerzas Armadas en conjunto, encabezado por el comandante en Jefe del Ejército, Augusto Pinochet Ugarte, nombrado en el cargo veinte días antes por el mismo Presidente, a sugerencia del ex Comandante en Jefe del Ejército Carlos Prats González.

A medida que transcurrían las horas, el clima de festividad en la Universidad Técnica del Estado se fue transformando en pesimismo y tensión, alimentado por las informaciones oficiales que transmitían las dos radioemisoras que se sostenían en el aire tras los bombardeos a las antenas radiales. Al medio día los militares ya hacían uso de su fuerza y poderío sin medida, ni retorno. Paralelo al Palacio de Gobierno fueron copando diversos recintos considerados estratégicos en el centro de Santiago. Al caer la tarde tocaría el turno al campus universitario de la UTE, el que fue rodeado y posteriormente atacado por los militares.

Luego de ser bombardeada La Moneda por aviones Hawker Hunter y silenciar la resistencia, el Presidente Salvador Allende fue sacado muerto al caer la tarde. Desde la Universidad Técnica del Estado se podía ver la inmensa nube negra que daba cuenta de la tragedia que recién comenzaba. Después del toque de queda dispuesto a las dos de la tarde, alrededor de 600 académicos, estudiantes y funcionarios decidieron quedarse en el interior del campus, entre ellos el cantautor Víctor Jara.

Al otro día, de madrugada, los militares golpistas asaltaron el campus universitario. A punta de metralletas sacaron del interior a los prisioneros, los subieron a golpes y culatazos a microbuses, conduciéndolos al Estadio Chile, un pequeño recinto deportivo techado, ubicado en el centro de la ciudad, cercano al Palacio La Moneda.

En aquel recinto deportivo, convertido en el primer campo de prisioneros, pasaría sus últimos días el cantautor Víctor Lidio Jara Martínez, quien tenía 40 años y era miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas.

Tras el retorno a la democracia el Estadio Chile pasó a llamarse Estadio Víctor Jara, en memoria del hombre que dedicó su vida a la cultura.

El Príncipe del Estadio Chile

Los relatos de prisioneros que lograron salir con vida de aquel infierno aseguran que un oficial de lentes oscuros, tenida de guerra, cara pintada, metralleta terciada, granadas colgando en su pecho, pistola y cuchillo corvo en el cinturón, reconoció al trovador popular y se ensañó con él desde el comienzo.

Lo llamaban “El Príncipe”, por sus ademanes y aires de superioridad, pero era una bestia que se ensañaba con los detenidos.

Durante muchos años, ni la investigación judicial, ni las indagaciones periodísticas pudieron identificar con exactitud al oficial conocido como “El Príncipe” por los prisioneros. Tras el avance en la última década de la investigación, basada en declaraciones ante la justicia es posible sindicar al teniente Edwin Dimter Bianchi como “El Príncipe”.

Desde el primer momento que puso un pie en el recinto el destacado folclorista, fue humillado, golpeado, torturado, mutilado y vejado durante cuatro días, para luego ser fusilado. El día 15 de septiembre sus compañeros de prisión se enteraron de su homicidio, cuando eran trasladados al Estadio Nacional, el que también había sido transformado en campo de concentración por los militares.

De camino a la salida, uno de ellos reconoció a Víctor Jara. Se encontraba junto a otros 30 o 40 cadáveres apilados. Todos estaban acribillados, tenían un aspecto fantasmal, cubiertos de polvo blanco. Cerca habían apilados unos sacos de cal, material que cubre sus rostros y seca la sangre.

Su cuerpo perforado de balas fue sacado del Estadio Chile la madrugada del 16 y tirado a la calle en un sitio eriazo aledaño al Cementerio Metropolitano, junto a otros cinco cadáveres, entre los que se hallaba el del director de Prisiones, Littré Quiroga.

En vísperas de fiestas patrias, el 16 de septiembre de 1973, el cuerpo de Víctor Jara fue encontrado por unas pobladoras, llevado al entonces Instituto Médico Legal y colocado junto a otros cuerpos en una camilla de la Morgue, donde un trabajador del recinto, que era comunista, lo reconoció y avisó a su esposa Joan Turner, antes que lo sepultaran en una fosa común. Su compañera y sus dos hijas pequeñas lo enterraron silenciosamente en un humilde nicho del Cementerio General. 

Según se establece en el fallo judicial,  Víctor Jara y Littré Quiroga, “fueron sacados del Estadio Chile y tirados en la vía pública, junto a los cadáveres de otras personas de identidad desconocida –muertas igualmente a raíz de proyectiles balísticos–, encontrados el 16 de septiembre de 1973 por pobladores que pertenecían a organizaciones comunitarias y sociales, en las inmediaciones del Cementerio Metropolitano, en un terreno baldío cercano a la línea férrea, los que limpiaron sus rostros y pudieron reconocerlos, los que presentaban diversos hematomas y signos inequívocos de haber recibido fuertes golpes y los múltiples impactos de bala que se detallaron en los respectivos informes de autopsia, siendo llevados en las horas siguientes al entonces Instituto Médico Legal, en denuncias previamente efectuadas por Carabineros, lugar donde, a consecuencia de la directa y fortuita intervención de terceros, pudieron ser identificados, permitiendo a sus familiares más cercanos concurrir a dicha repartición y obtener la entrega de sus cadáveres, para su posterior inhumación”.

Meses antes de su esperado funeral, en junio de 2009, los tribunales resolvieron exhumar los restos del cantautor, reactivándose así el proceso en el antiguo sistema judicial.

Debieron pasar más de 35 años para que su viuda, Joan Jara, sus hijas y la fundación que lleva su nombre, pudieran organizar el funeral negado en 1973. En diciembre de 2009 fue despedido en un masivo acto popular, que culminó con la sepultura de sus restos en el Cementerio General.

Un tiempo similar de silencio y espera hubo en el ámbito de la justicia, aunque la porfía del abogado Nelson Caucoto, representante de Joan Jara y sus hijas, comenzó muchos años antes en busca de justicia para Víctor, recién en diciembre de 2004 se dictó la primera resolución judicial, a través de la cual fue procesado un solo militar, el Teniente Coronel del Ejército, Mario Manríquez Bravo, a cargo del campo de prisioneros levantado en el Estadio Chile. Era el oficial de mayor rango al momento de levantarse un campo de concentración y torturas en dicho estadio.

A pocos días de culminar el año 2012, el magistrado de la Corte de Apelaciones de Santiago, Miguel Vázquez, quien había asumido el proceso en calidad de ministro en visita, rompió con el agitado ambiente de las fiestas de fin de año y sorprendió al país dictando una primera resolución que permitiría comenzar a conocer quienes se sindican como los autores materiales del asesinato de Víctor Jara y a algunos de sus cómplices. El miércoles 26 de diciembre, el juez sometió a proceso a 8 uniformados en retiro, que pertenecieron a la DINA. Seis años después el ministro Vázquez, dictó el primer fallo condenatorio por el secuestro y asesinato de Víctor Jara y Littré Quiroga en contra de siete militares en retiro. 

Así comenzaría el principio del fin de la verdad judicial y condena jurídica de los responsables del alevoso crimen perpetrado al folclorista popular y al director de prisiones. Cincuenta años después, en agosto de 2023, la Corte Suprema dictó el fallo  condenatorio definitivo por los asesinatos de Víctor y Littré, quienes son parte de las primeras víctimas de los atropellos a los derechos humanos cometidos por la dictadura militar y testimonio permanente del nivel de crueldades que puede cometer el hombre.

El último canto

“El día anterior al 11, estábamos locos con los preparativos de la inauguración de la Gran Exposición en la Universidad Técnica, más aún porque ya se había confirmado que contaríamos con la presencia del Presidente Allende. Entonces empecé a marcar números de teléfonos para ubicar a nuestros artistas; bueno, ya se sabía: los Quila (Quilapayún), andaban en París y los Inti (Inti Illimani), en Roma; visto después, para la gran suerte de todos no estaban en el país. No podía ubicar a Víctor, Charo Cofré estaba con una fuerte gripe e Isabel Parra andaba de gira por el país, creo”, contó diez años después desde su exilio en Ámsterdam, una de las ex funcionarias de la Universidad Técnica del Estado que compartió con Jara sus últimos días de vida.

Insistió y volvió a marcar el número de Víctor Jara hasta que lo ubicó: “¡oye!, ¡tenís que llegar puntual a las nueve de la mañana, porque viene el Presidente!” le manifestó. “Sí, no te preocupís”, asentó el cantautor. “Sí, pero de veras puntual, ah. A las nueve!”, recalcó.

El 11 de septiembre comenzó en el campus universitario con noticias que daban cuenta del accionar militar. “Desconcertados, quedamos todos a la espera de más noticias, más acontecimientos. En eso lo vi entrar, una hermosa polera rosada, amplia sonrisa, cara de recién levantado, guitarra en mano: “¡Víctor! ¿Qué estái haciendo aquí?”, le dije. “¡Chis! ¡Cómo que qué estái haciendo aquí! Me dijiste que tenía que ser puntual, ¡puh!”. Miré el reloj, eran las nueve en punto de la mañana del 11 de septiembre del 73.

¡Puchas que soi despistao! ¿Que no sabís lo que está pasando?”. Y él: “Claro que sé. Pero oí por la radio Magallanes que había que ir a sus puestos de trabajo, pu… Bueno, hoy yo trabajo acá, y acá estoy”.

“Como a las doce del día ya habían pasado cosas horribles; desde la ventana de nuestra oficina podíamos ver La Moneda, en medio del humo y las llamas. Nuestro Presidente estaba muerto y por las calles, fábricas, poblaciones y cordones industriales estaba empezando a correr la sangre de los nuestros. No tengo palabras para describir la cara de dolor, desconcierto y desilusión de Víctor; estaba inmóvil, mirando por la ventana hacia el lugar donde se veía una inmensa nube negra y llamas. Le dije: “Qué terrible para ti cuando te pongas a cantar esto”. No me contestó, pero nunca antes había sentido un silencio con más palabras que el de Víctor, ese mediodía del 11 de septiembre”, contó la ex funcionaria de la UTE. “Nadie sabía lo que iba a pasar. Entonces se dijo que el que alcanzaba a irse antes del toque de queda, decretado para las dos de la tarde, que se fuera, y el que no, no. A mí me sonó como que se quede el que quiera y el que no, que se vaya. Víctor decidió quedarse”. Víctor estuvo casi todo el día llamando por teléfono a Joan, su compañera. Como a las cinco de la tarde decidieron trasladarse a la escuela de Artes y Oficios, un edificio viejo al costado de la oficina de extensión.

 

“Se hizo de noche. En una salita pequeña estábamos reunidos muchos de nosotros; Víctor afinó su guitarra y se puso a cantar. No recuerdo que cantó; cantó un par de canciones, pero ni siquiera él andaba en la onda de cantar, lo hizo por nosotros, para darnos ánimo, para darnos valor, eso lo tengo muy claro…”.

Según se establece en la investigación judicial, el mismo 11 de septiembre la Universidad Técnica del Estado fue sitiada por efectivos del Regimiento “Arica”, provenientes de La Serena, a cargo del entonces capitán Marcelo Moren Brito. Dicho oficial resultaría ser luego uno de los agentes militares más crueles de la DINA.

Poco antes, a las seis de la tarde, oficiales de Ejército dijeron al rector Enrique Kirberg y al presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, Osiel Núñez, que podían permanecer en la UTE, para volver a sus hogares a partir de las 08:00 horas, reveló el periodista Sergio Gutiérrez, quien tras sobrevivir a la represión militar, ha relatado en diversos escritos su testimonio sobre lo vivido en el campus universitario, como prisionero en el Estadio Chile y su encuentro con Víctor Jara en el recinto deportivo.

Al otro día, cerca de las 6 de la mañana, comenzó el asalto al campus universitario y posterior detención masiva bajo una violencia desmedida, en contra de los que se encontraban pacíficamente en su interior. Los militares no cumplieron su palabra y ametralladoras y cañones destruyeron vidrios y muros de los distintos edificios de la UTE. Pasadas las 14 horas, directivos, profesores, alumnos y funcionarios sitiados al interior del recinto universitario fueron subidos a golpes y culatazos a los microbuses apostados fuera de la Universidad y llevados al Estadio Chile, al paredón, a fusilamientos reales o simulados, su rector al campo de concentración de Isla Dawson. Víctor Jara iba con los demás.

Agonía en el Estadio Chile

Al comenzar la tarde del 12 de septiembre, más de una docena de microbuses llegaron al Estadio Chile con los detenidos, luego de recorrer el sector céntrico de la ciudad, el que se encontraba bajo un silencio sepulcral. El toque de queda daba cuenta de sus calles vacías.

Maltrechos y con sus manos en la nuca comenzaron a ingresar al recinto deportivo los 600 prisioneros. Un oficial abruptamente levantó la voz al ver un prisionero de polera rosada:

–¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! –gritó a un conscripto, recordaría el abogado Boris Navia, quien caminaba junto a los demás en la fila de prisioneros.

“¡A ese huevón!, ¡a ése!”, le insistió a gritos al soldado, que empujó con violencia al prisionero. “¡No me lo traten como señorita, carajo!”, dijo el oficial. Al oír la orden, el soldado le dio un culatazo al prisionero, que cayó a los pies del oficial, quien gritó: “¡Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista, comunista concha de tu madre, cantor de pura mierda!”

“Lo golpeaba, lo golpeaba. Una y otra vez. En el cuerpo, la cabeza, descargando con furia las patadas. Casi le estalla un ojo. Nunca olvidaré el ruido de esa bota en las costillas. Víctor sonreía. Él siempre sonreía, tenía un rostro sonriente, y eso descomponía al facho. De repente, el oficial desenfundó la pistola. Pensé que lo iba a matar. Siguió golpeándolo con el cañón del arma. Le rompió la cabeza y el rostro de Víctor quedó cubierto por la sangre que bajaba desde su frente”, relató Navia al diario “El País”, de España.

Minutos después, el Estadio estaba transformado en campo de concentración. Por los parlantes se exigió silenció y habló el comandante a cargo. El mayor de Ejército lanzó una aterrorizante explicación sobre las armas de grueso calibre apostadas en dirección a los prisioneros.

“Estoy autorizado por la Junta de Gobierno para hacer con ustedes lo que me plazca. No tengo que dar cuenta a nadie de mis actos. Puedo dejarlos en libertad: no lo haré. Puedo torturarlos: lo haré. Puedo matarlos: lo haré. Y no crean que me remorderá la conciencia una vez que los extermine. No me remorderá porque siempre he soñado con matar comunistas, anhelo que por fin estoy empezando a cumplir. Por si acaso ustedes no entienden de armas, les explicaré algo: ¿Ven esas ametralladoras emplazadas sobre vuestras cabezas? Mírenlas. Se empezaron a usar en la Segunda Guerra Mundial y se conocieron como la “Sierra de Hitler”, no solo perforaba, sino que talaba los cuerpos en dos”. (…). ¡Óiganlo bien!: los más afortunados verán morir primero a sus compañeros, pero igual, igual les llegará su turno”, relató el periodista Sergio Gutiérrez.

Al paso de las horas algunos se sumaban a una fila para ir al baño. Cuando le tocó el turno por primera vez a Gutiérrez, se demoró más de lo permitido por los militares, siendo insultado por uno de ellos al momento de apurarlo. El periodista salió presuroso y al toparse con el militar le dio las gracias, cometiendo la torpeza –según su propia narración– de agregar el calificativo de “compañero”.

“¡Se acabaron los compañeros mierda! Ándate con cuidadito mejor. ¡Rápido, rápido…!,” le dijo el militar al entonces reportero de la radio UTE.

Medio doblado en dos por el dolor, Gutiérrez abandonó el lugar con las manos en la nuca, tal como los obligaban a caminar. Al bajar la escala se cruzó con Víctor Jara. No lo veía desde el día anterior en la Universidad. “También fue llevado con nosotros al Estadio Chile, pero no se le dejó en las graderías, sino en la sala de tortura, desde la cual lo mandaban a pernoctar con la masa de detenidos”.

En su rostro el artista reflejaba huellas de su paso por las piezas especiales del coliseo deportivo. Tenía numerosos hematomas en los pómulos, se notaba pálido, muy débil. Su mirada estaba perdida. Apenas lo reconoció cuando lo enfrentó.

Gutiérrez lo saludó y preguntó cómo estaba, a lo que Víctor respondió: “mira mis manos… mira mis manos… me las machacaron para que nunca volviera a tocar la guitarra…”.

Gutiérrez cuenta que “sus manos, esas milagrosas manos cuyos dedos deleitaban a millares de trabajadores e intelectuales al pulsar las cuerdas de la guitarra para acompañar sus canciones de protesta y esperanza, ya no eran tales. Estaban hinchadas y parecían tener un solo dedo, gordo y recubierto de sangre. Las pocas uñas que le quedaban estaban negras en su totalidad. Eran las manos más golpeadas que había visto en mi vida”.

Sin poder reponerse de la impresión que le causaba mirar sus torturadas manos, su cara golpeada y sus ojos perdidos, el periodista preso, le insistió: “¡Víctor, Víctor, dime cómo estás!”.

“¡Mira mis manos..! ¡Mira mis manos…! Me las molieron a culatazos.

Ya no podré volver a cantar”.

“En ese momento, un grupo de compañero se acercó; tomaron de un brazo a Víctor y lo llevaron a pernoctar con ellos, para inyectarle solidaridad”.

En sus últimas horas, varios compañeros presos logran limpiar sus heridas. Uno de ellos le consiguió un huevo crudo con un soldado, el que sorbió como un verdadero “manjar”, después de casi dos días sin comida ni agua. Víctor Jara se reanima. “Mi corazón late como campana”, dice. Y habla de Joan y sus hijas. Dos detenidos logran salir libres gracias a “con- tactos”. Varios escriben mensajes breves para que avisen a sus parientes que están vivos. El cantante popular escribe en una libreta pequeña de apuntes que le pasa Navia, la que hoy conserva la Fundación Jara como pieza de museo. Con dificultad surgen sus últimos versos; “Canto que mal que sales/ Cuando tengo que cantar espanto/ Espanto como el que vivo/ Espanto como el que muero”.

Repentinamente y de improviso, dos soldados lo tomaron y arrastraron violentamente hasta un sector alto del Estadio, donde se ubica un palco, gradería norte. Víctor alcanzó a arrojar la libreta y Navia se quedó con ella. Comenzó una nueva golpiza más brutal que las anteriores, a culatazos.

El oficial llamado El Príncipe recibió de visita a unos oficiales de la Marina.

Desde lejos vemos –relata Boris Navia– cómo uno de ellos comienza a insultar a Víctor, le grita histérico y le da golpes de puño. La tranquilidad que emana de los ojos de Víctor descompone a sus cancerberos. Los soldados reciben orden de golpearlo y comienzan con furia a descargar las culatas de sus fusiles en su cuerpo. Dos veces alcanzó a levantarse, herido, ensangrentado. Luego no vuelve a levantarse. Es la última vez que ven con vida al cantante popular. “sus ojos se posan por última vez, sobre sus hermanos, su pueblo mancillado”, sostuvo Navia.

José Paredes, ex soldado conscripto, procesado el año 2009 por la justicia como integrante del grupo de militares que fusiló al cantautor reveló: “cuando fueron trasladados alrededor de quince detenidos a un camarín del subterráneo, entre ellos Víctor Jara y Littré Quiroga, detrás de ellos llegó el teniente Nelson Haase y un subteniente a cargo de los conscriptos”.

El subteniente comenzó a jugar a la ruleta rusa con su revólver apoyado en la sien del cantautor, hasta que salió el primer tiro mortal que impactó en la cabeza del cantante popular. El cuerpo de Víctor Jara cayó al suelo de costado y comenzó a convulsionar. Enseguida el subteniente ordenó a los conscriptos que se encontraban en el lugar que descargaran ráfagas de fusiles en el cuerpo del cantautor, según lo declarado por Paredes.

Dicho testimonio no concuerda del todo con las indagaciones judiciales que concluyeron a fines del 2012 con la resolución del ministro Vásquez, que señalan que habría sido un solo militar el que habría disparado las 44 balas en el cuerpo del cantautor.

Según lo establecido en la investigación judicial, “el día 15 de septiembre de 1973, se procedió a organizar el traslado de todos los detenidos del Estadio Chile al Estadio Nacional, siendo separados desde una fila de prisioneros, Víctor Lidio Jara Martínez, Littré Quiroga Carvajal y el médico del Presidente Allende, Danilo del Carmen Bartulín Fodich, por los efectivos militares que estaban a cargo del recinto, ordenándose que fueran llevados al sector de camarines, ubicado en el subterráneo del mismo, donde también había personal militar, instantes en que Danilo Bartulín fue llamado desde el primer piso por un oficial, para ser introducido a un vehículo en el cual fue finalmente trasladado al Estadio Nacional junto a otros detenidos, quedando en los camarines, en lugares diferentes, Víctor Lidio Jara Martínez y Littré Quiroga Carvajal, luego se les dio muerte a ambos, hecho que se produjo a consecuencia de, al menos, 44 y 23 impactos de bala, respectivamente, en todos los casos de calibre 9,23 milímetros, según se precisa en los correspondientes informes de autopsia y pericias balísticas, lo que corresponde al armamento de cargo que era utilizado por los oficiales del Ejército que se encontraban en dicho recinto”.

Tras el criminal desenlace, según continúan los relatos, aquella fatídica noche, Boris Navia y otros prisioneros fueron trasladados al Estadio Nacional. Pero antes de ello, y al salir al foyer del Estadio Chile, se encontraron con un espectáculo dantesco. Treinta a cuarenta cuerpos estaban botados allí y entre ellos, junto a Litre Quiroga, también asesinado, el cuerpo inerte y el pecho perforado a balazos de Víctor Lidio Jara Martínez, el cantautor del Gobierno Popular.

El duo de la muerte

Pese a las últimas revelaciones judiciales, uno de los secretos mejor guardado durante décadas por los hombres de armas que estuvieron en el Estadio Chile, fue la identidad del oficial que se ensañó con Víctor Jara en el recinto deportivo, aquel conocido como “El Príncipe”, identidad que finalmente lograría dilucidar el ministro Miguel Vázquez, tras las declaraciones de diversos militares y testigos, quienes identificaron a Edwin Dimter Bianchi como el cruel militar. 

Se trata de un oficial con rasgos alemanes, sindicado como uno de los principales torturadores que formaron parte del alevoso asesinato perpetrado al cantautor y el que aterrorizó a más de 5.000 prisioneros que estuvieron hacinados en el Estadio Chile.

Alto, rubio, pelo engominado hacía atrás: un perfecto pije que se paseaba en los pasillos superiores del Estadio como pavo real, siempre balanceando el linchaco, permanentemente amenazando e insultando a los prisioneros, según lo describió “La Nación”.

“¿Me escucha la cloaca marxista? ¿Me oyen los comemierda? ¡Ahora se acabaron los discursos, chuchas de su madre! Ahora van a tener que trabajar. Los que se nieguen a trabajar, los fusilaremos. ¿Me escuchan los vende patria?… ¡Tengo voz de Príncipe!”, se le escuchaba decir.

En una oportunidad “El Príncipe” exhibió a Víctor Jara ante otros oficiales que visitaban el recinto. Un oficial de la Fuerza Aérea que estaba con un cigarrillo le pregunta al cantautor si fumaba. Con la cabeza, negó. “Ahora vas a fumar”, dijo, y le arrojó el cigarrillo. “¡Tómalo!”, gritó. El folclorista se estiró tembloroso para recogerlo. “A ver si ahora vas a tocar la guitarra, comunista de mierda”, gritó el oficial y pisoteó las manos de Víctor Jara, según relató el ex prisionero Boris Navia.

Durante mucho tiempo la identidad de “El Príncipe” fue el secreto mejor guardado por los militares que estuvieron en el Estadio Chile. Por un buen tiempo la investigación judicial e indagaciones periodísticas realizadas por “La Nación”, dieron cuenta, entre otros, de dos ex oficiales que se acercaban a las características del mítico “Príncipe”, por su crueldad: El teniente (r) Edwin Dimter Bianchi y el teniente (r) Nelson Haase Mazzei.

Edwin Dimter Bianchi estuvo en el Estadio Chile. Según testigos, el teniente de 23 años, aproximadamente, formó parte del grupo de oficiales más crueles. No era la primera vez que participaba en misiones “especiales”; fue uno de los oficiales que se sublevó en el Tancazo del 29 de junio de 1973, bajo el mando del sedicioso coronel Souper. Después de ser detenido fue liberado el mismo día del golpe militar y destinado al recinto deportivo. Su nombre y situación pasaron inadvertidos durante mucho tiempo, hasta que en mayo de 2006 fue descubierto trabajando para la Superintendencia de Administradoras de Fondos de Pensiones (SAFP), como jefe del Departamento de Control de Instituciones.

En tanto, el teniente Nelson Haase Mazzei, apareció como el nuevo pre- sunto “Príncipe” el año 2009, cuando el obrero José Adolfo Paredes Márquez, ex conscripto militar del Regimiento de Ingenieros Tejas Verdes, declaró ante la justicia su participación en el pelotón que disparó contra Víctor Jara.

El ex soldado confesó que Haase Mazzei era el oficial que estuvo al mando del grupo que el 15 de septiembre de 1973, acribilló con 44 balazos al cantautor popular en el Estadio Chile. Versión que se vería precisada con la resolución judicial dictada el 26 de diciembre de 2012, en la cual el magistrado establecería que los 44 balazos perpetrados a Víctor Jara habrían sido realizados por un solo militar: Pedro Pablo Barrientos Núñez, casi desconocido hasta ahora.

Haase era oficial desde 1967 y se integró en 1972 al Regimiento de Ingenieros de Tejas Verdes, cuyo comandante era Manuel Contreras Sepúlveda, “El Mamo”. Tras el golpe militar el entonces coronel Contreras formó la Escuela de Inteligencia, que se transformó en la cuna de lo que sería a finales de 1973, la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA).

La lenta y larga lucha judicial

Por más de cuatro décadas, su viuda Joan Jara busco justicia. Y desde la década de los 90 junto al abogado Nelson Caucoto insistió incansablemente ante la justicia para que el Ejército de Chile entregara información concreta sobre los militares responsables del asesinato del cantautor Víctor Jara, que según el informe de autopsia realizado el 2009, murió de heridas múltiples de bala, las que suman 44 orificios de entrada de proyectil con 32 de salida.

Sin embargo, al constatar que el Ejército seguía negándose a entregar in- formación cambiaron de estrategia y decidieron recurrir a los testigos y a los ex prisioneros del Estadio Chile, buscando información que les permitiera colaborar con el trabajo que venía realizando el juez del Quinto Juzgado del Crimen de Santiago, Juan Carlos Urrutia, de dedicación exclusiva.

En diciembre de 2004, a 31 años de su muerte, el magistrado Urrutia emitió una resolución, donde por primera vez los tribunales se acercaban a la esquiva verdad y esbozaban parte de lo ocurrido con el cantautor popular. El magistrado sometió a proceso al Teniente Coronel en retiro, Mario Manríquez Bravo, como autor intelectual del homicidio calificado por el crimen de Víctor Jara.

En la resolución de 3 carillas el juez sostuvo: “El día 15 de septiembre de 1973, Víctor Jara volvió a ser separado del grupo en el que se encontraba, por dos soldados que lo levantaron en vilo y llevaron hasta una especie de caseta de transmisión que se encontraba en la parte alta del recinto, donde volvió a ser interrogado y golpeado por un grupo de oficiales que allí se encontraban”.

“Luego, a Víctor Jara, se le dio muerte en el mismo Estadio Chile, mediante múltiples disparos realizados presumiblemente con armas automáticas y su cadáver, junto con los cuerpos de otros detenidos, permaneció en el lado oriente del foyer o hall de acceso a dicho recinto, por un tiempo determinado. Posteriormente su cadáver fue sacado del Estadio Chile y arrojado junto con los cuerpos de otras cinco personas, en las inmediaciones del Cementerio Metropolitano, cerca de la línea férrea. Finalmente, una vez que su cuerpo fue encontrado por particulares, en una camioneta que llegó al lugar con sujetos vestidos de civil, fue trasladado al Servicio Médico Legal”.

Pese al silencio militar, la nueva estrategia, los primeros esfuerzos y la tenacidad del abogado Caucoto y su viuda Joan Jara, comenzaba a dar resultados, destacando en medio de ello la labor de los medios de comunicación.

El día del fallo, 6 de diciembre de 2004, el abogado insistió en que el Ejército nunca entregó al tribunal los nombres de los oficiales que estuvieron a cargo de prisioneros del Estadio Chile y la identidad de quien fue su comandante. La persistente negativa del comandante en jefe de entonces, general Juan Emilio Cheyre, fue recalcada por el jurista en el diario “La Nación”.

“Ahora iremos por los autores materiales de los disparos y las torturas”, manifestó el abogado, y aprovechó de hacer un nuevo llamado al general Cheyre  para que entregara la lista de oficiales. “No creo que sea necesario que realice un nuevo seminario” dijo a “La Nación” Caucoto, de forma irónica.

El optimismo por alcanzar nuevos avances en el proceso judicial no vio mayores respuestas en los 4 años venideros y el proceso tuvo un nuevo revés. En mayo de 2008, el ministro de fuero Juan Eduardo Fuentes Belmar, integrante de la Corte de Apelaciones de Santiago, quien había asumido el caso, cerró el sumario (fase indagatoria), con sólo un procesado anterior: el comandante Manríquez Bravo, y sin mayores avances.

En el ambiente judicial creció la convicción sobre la falta de profundidad y dedicación del Ministro Fuentes Belmar para indagar los crímenes de lesa humanidad en las causas que tenía en sus manos, actitud que los querellantes le habían imputado también en otros procesos, se dijo en “La Nación”, al dar cuenta de lo sucedido.

Entre los que faltaban por identificar y detener, estaba el oficial “El Príncipe”. En ese contexto “La Nación” recordó rencillas internas al interior del

Penal Cordillera (centro de detención para militares violadores de los derechos humanos), entre el ex jefe de la DINA, coronel (R), Manuel Contreras, y el segundo al mando, Pedro Espinoza. El “Mamo” acusó a Espinoza de ser autor de la muerte del cantautor, pero Espinoza lo negó y replicó a Contreras imputándole otros delitos. La rencilla por estas acusaciones cruzadas fue publicada por “La Nación” en junio de 2007.

Impactada de lo resuelto por el ministro Fuentes Belmar, su viuda Joan Jara, sus hijas y el abogado Nelson Caucoto volvieron a la carga. A partir de los nuevos testimonios recibidos en la oficina del profesional y la fundación Víctor Jara, se logró estructurar cien nuevas diligencias para demandar la reapertura del proceso.

Las primeras cuarenta diligencias fueron presentadas a la brevedad ante el ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, con el fin de abortar el cierre de la investigación judicial. En menos de 15 días, antes de que terminara el mes, el proceso volvió a reactivarse y en tribunales se vivió una de las jornadas más relevantes de esta investigación judicial, hasta entonces. Una semana antes, después de interrogar a varios ex conscriptos que estuvieron en el regimiento de Tejas Verdes cumpliendo el servicio militar, la Brigada Investigadora de Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones (PDI), dio con el testimonio de José Paredes Márquez (54). Ante los detectives reconoció haber formado parte del pelotón que fusiló a Víctor Jara.

El 21 de mayo de ese año (2008), cuando medio Chile gozaba del feriado legal que incluía un día “sándwich”, los policías llevaron a Paredes, junto a otro ex conscripto, Francisco Quiroz (54), ante la presencia del Ministro en visita Fuentes Belmar. Luego de ser interrogados por el juez, ambos quedaron detenidos e incomunicados durante cinco días en la cárcel de Alta Seguridad. En el interrogatorio Paredes titubeó, pero mantuvo su decisión, junto con dar varios nombres de compañeros de armas de ese momento.

Entre los antecedentes que declara, el ex conscripto confiesa que jugaron a la ruleta rusa con Víctor Jara antes de acribillarlo en los subterráneos.

Con esos antecedentes el ministro de fuero dictó una nueva resolución y sometió a proceso como autor del homicidio calificado del cantautor al ex conscripto José Adolfo Paredes Márquez. Mientras que Francisco Quiroz corrió otra suerte porque el juez lo dejó en libertad por falta de antecedentes.

José Adolfo Paredes Márquez formaba parte del contingente de 60 hombres que envió Manuel Contreras desde el Regimiento de Ingenieros Tejas Verdes al Estadio Chile. Después de su confesión quedó al descubierto la identidad del jefe de la sección de la segunda compañía de dicha unidad militar: Nelson Edgardo Haase Mazzei.

Se trata de un oficial que, según investigó el diario “La Nación”, tenía una férrea doctrina de mando, la que se vio reflejada en su carrera que lo llevó a integrar, al año siguiente, la primera camada de la DINA. “Arrogan- te, prepotente y despiadado”, son algunas de las características que descri- ben algunos ex prisioneros en el Informe Rettig.

Al permanecer 50 días recluido en el Comando de Telecomunicaciones del Ejército, donde identificó el tipo de arma que él empleó entre una serie de rifles y pistolas, Paredes recuperó su libertad bajo fianza. La Novena Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago, consideró que no representaba un peligro para la seguridad de la sociedad ni para la familia de la víctima.

Hernán Montealegre, conocido abogado en el mundo de los derechos humanos, quien representó al ex soldado, manifestó su satisfacción por la decisión de los tribunales, los que además dictaron una orden de arraigo contra Paredes, que le impedía abandonar Chile mientras continuaran las investigaciones. “Es una persona que tiene un problema de alcohol y es posible que la ansiedad de alcohol le haya producido algún tipo de aluci- nación”, sostuvo Montealegre en esa oportunidad.

En tanto, el abogado Nelson Caucoto estuvo de acuerdo con la de- terminación judicial. “Soy de los que creen que las personas deben sufrir todos los procesos, sus enjuiciamientos en libertad, porque es el estado natural de las personas y más aún tratándose de un conscripto que ya no era posible mantenerlo privado de libertad”, sostuvo.

En septiembre de 2011, al haber sido propuesto por el Gobierno del Presidente Sebastián Piñera, el Senado ratificó con una aprobación unánime el nombramiento del ministro Juan Eduardo Fuentes Belmar a la Corte Suprema, quien pasó así a integrar el máximo tribunal del país, ocupando la vacante dejada por la jueza Margarita Herreros.

A comienzos de enero de 2012 la Corte Suprema redistribuyó diversas causas de violaciones a los derechos humanos que se siguen en la justicia penal, debido principalmente al fallecimiento del ministro en visita de la Corte de Apelaciones, Víctor Montiglio, y del ascenso otorgado al ministro Juan Eduardo Fuentes Belmar a la Corte Suprema.

La investigación judicial por el crimen a Víctor Jara quedó en manos del ministro de Corte de Apelaciones de Santiago, Miguel Vázquez Plaza. Por esos días el ministro declaró a la prensa que las causas de derechos humanos “se han demorado 20 años o más por la escasa colaboración que hubo de parte de las Fuerzas Armadas en proporcionar antecedentes de importancia”. Con el tiempo, luego de que concluyera su trabajo, el abogado Nelsón Caucoto resaltó el acucioso trabajo judicial realizado por el juez del tribunal de alzada.

Durante el transcurso de ese año (2012), no se supo mucho del trabajo del Ministro Vásquez, quien en silencio logró avanzar más de lo esperado, indagando sobre la base de las mismas declaraciones que habían prestado los ex conscriptos José Adolfo Paredes Márquez y Francisco Quiroz ante el anterior juez Juan Eduardo Fuentes Belmar.

Después de lograr la declaración por exhorto del ex militar Pedro Ba- rrientos, quien vive en la actualidad en Estados Unidos, el ministro Váz- quez dictó la resolución más avanzada hasta entonces sobre los presuntos responsables del asesinato del cantautor.

En un documento de 13 carillas, que en su mayoría aludía a nombres de militares que habían declarado hasta entonces, el magistrado sometió a proceso a Hugo Hernán Sánchez Marmonti y a Pedro Pablo Barrientos Nuñez, como autores de homicidio calificado en contra de Víctor Jara. Mientras que como cómplices fueron procesados Roberto Federico Souper Onfray; Raúl Aníbal Jofré González; Edwin Armando Roger Dimter Bianchi; Nelson Edgardo Haase Mazzei y Ernesto Luis Bethke Wulf.

Luego de tres años de trabajo en calidad de ministro en visita, el juez de la Corte de Apelaciones de Santiago, Miguel Vázquez Plaza, cerró en marzo del 2015 la etapa de sumario por los homicidios calificados de Víctor Jara y Littré Quiroga, recalificando algunos y ampliando los procesamientos a otros militares en retiro. 

Al concluir la investigación judicial Vázquez había procesado a 12 integrantes del Ejército: José Adolfo Paredes Márquez; Pedro Pablo Barrientos Núñez; Hugo Hernán Sánchez Marmonti; Raúl Aníbal Jofré González; Edwin Armando Roger Dimter Bianchi; Nelson Edgardo Haase Mazzei; Jorge Eduardo Smith Gumucio; Ernesto Luis Bethke Wulf; Juan Jara Quintana; Rolando Humberto Melo Silva; Hernán Chacón Soto, y Patricio Vásquez Donoso.

Tuvieron que pasar tres años más, para que en junio de 2018 dictara resolución respecto de los responsables de los asesinatos del cantautor y el director de prisiones. El ministro Vázquez condenó a, Hugo Hernán Sánchez Marmonti, Raúl Aníbal Jofré González, Edwin Armando Roger Dimter Bianchi, Nelson Edgardo Haase Mazzei, Ernesto Luis Bethke Wulf, Juan Renán Jara Quintana, Hernán Carlos Chacón Soto y Patricio Manuel Vásquez Donoso, a cada uno a la pena de 15 años y un día de presidio mayor en su grado máximo, como autores de los delitos de homicidio calificado. 

A Rolando Melo Silva, lo condenó a 5 años y un día de presidio mayor en su grado mínimo, como encubridor de los delitos de homicidio calificado en contra de Littré Quiroga y Víctor Jara. 

En la misma sentencia el ministro Vázquez condenó a Hugo Sánchez, Raúl Jofré, Edwin Dimter, Nelson Haase, Ernesto Bethke, Juan Jara, Hernán Chacón y Patricio Vásquez, a la pena de tres años de presidio menor en su grado medio, como autores de los delitos de secuestro simple en contra de Littré Quiroga y Víctor Jara.

Y, finalmente, condenó a Rolando Melo, a la pena de 60 días de prisión en su grado máximo, como encubridor de los delitos de secuestro simple en contra de Littré  Quiroga y Víctor Jara.

Respectivamente y antes de dictar fallo, el ministro sobreseyó por la causal de muerte los casos de Mario Manríquez Bravo y Jorge Smith Gumucio. Mientras que hizo lo propio por enajenación mental en el caso de Roberto Souper Onfray.

En noviembre de 2021, la Corte de Apelaciones de Santiago dictó sentencia de segunda instancia contra los siete miembros del Ejército en retiro por su responsabilidad en los delitos de secuestro calificado y homicidio calificado del cantautor Víctor Jara y del director de prisiones, Littré Quiroga, revirtiendo el fallo del ministro Vázquez respecto del delito de secuestro.

La Octava Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago –integrada por el ministro Alejandro Rivera y las ministras Gloria Solís y Ana María Osorio- condenó a Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Ernesto Bethke Wulf, Juan Jara Quintana y Hernán Chacón Soto a penas de 15 años y un día, en calidad de autores de los homicidios, y a 10 años y un día de presidio, como autores del delito de secuestro calificado de Víctor Jara y Littré Quiroga.

En tanto, el exoficial Rolando Melo Silva fue condenado a 5 años y un día de presidio, como encubridor de los homicidios, y 3 años y un día de presidio como encubridor de los secuestros.

El tribunal de alzada elevó la sentencia a los condenados por el delito de secuestro simple al recalificar la conducta a secuestro calificado atendido lo gravedad de los hechos que fueron víctimas y los malos tratos a los que fueron sometidos durante su prisión en el entonces Estadio Chile.

El 28 de agosto de este año 2023, en un fallo unánime la Corte Suprema dictó sentencia definitiva en contra de los siete oficiales del Ejército en retiro, rechazando los recursos de casación de los condenados y confirmando el fallo de la Corte de Apelaciones de Santiago, por su responsabilidad en los delitos de secuestro calificado y homicidio calificado del cantautor Víctor Jara y del director de prisiones Littré Quiroga.

La Segunda Sala del máximo tribunal del país, integrada por los ministro Haroldo Brito, Jorge Dahm, la ministra Eliana Quezada y las abogadas (i) Carolina Coppo y Leonor Etcheberry– descartó error en la sentencia recurrida, dictada por la  Corte de Apelaciones de Santiago, que condenó a Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Ernesto Bethke Wulf, Juan Jara Quintana y Hernán Chacón Soto a penas de 15 años y un día de presidio, en calidad de autores de los homicidios; y a 10 años y un día de presidio, como autores de los secuestros calificados.

En cuanto al ex oficial del Ejército Rolando Melo Silva lo condenó a 5 años y un día y 3 años y un día de presidio, como encubridor de los homicidios y los secuestros, respectivamente.

En el aspecto civil, se condenó al fisco a pagar a cada uno de los demandantes, cónyuge e hijos de Littré Quiroga, la suma de $150.000.000; y a cada uno de sus hermanos la suma de $80.000.000; en tanto, a la viuda e hijos de Víctor Jara, la suma de $150.000.000, para cada uno.

El 29 de agosto, un día después del fallo definitivo dictado por la Corte Suprema, uno de los condenados por el asesinato de Víctor Jara y Littré Quiroga, el brigadier de Ejército en retiro, Hernán Chacón Soto, de 86 años, se suicidó en su domicilio en Santiago de Chile.

“Los militares creyeron que mataron a Víctor Jara. Y solo lograron que diera un paso gigante a la eternidad e inmortalidad”, sostuvo el abogado Nelson Caucoto, a pocos días de un nuevo 11 de septiembre, a 50 años del golpe cívico-militar; de un nuevo 12 de septiembre, a 50 años de la detención de Víctor Jara; y de un nuevo 15 de septiembre, a 50 años del asesinato de Víctor Jara.

El cantautor y actor Víctor Jara llegó con su guitarra el 11 de septiembre de 1973 hasta la Universidad Técnica del Estado, donde cantaría ante el Presidente Salvador Allende. Cuatro días después, el 15 de septiembre fue fusilado por militares en el Estadio Chile.

El cantautor y actor Víctor Jara llegó con su guitarra el 11 de septiembre de 1973 hasta la Universidad Técnica del Estado, donde cantaría ante el Presidente Salvador Allende. Cuatro días después, el 15 de septiembre fue fusilado por militares en el Estadio Chile.

En 1957, a los 25 años, Víctor Jara ingresó en el Conjunto folclórico Cuncumén y conoció a la artista plástica y cantautora Violeta Parra, quien lo animó a continuar su carrera musical.
Luego como director musical de Quilapayún y parte del equipo estable de directores del Ituch, las reuniones se le multiplicaron, transformándose en uno de los principales artistas del gobierno de la Unidad Popular

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